Pikara Magazine: ‘Takal, takal’. La energía de las encapuchadas

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La compa Floren­cia Golds­man nos comparte un relato acerca de las jorna­das de muje­res zapa­tis­ti­sas,

Abra­za­das por los montes arbo­la­dos del sureste mexi­cano, del 7 al 11 de marzo más de 6 mil muje­res —entre ellas más de 2 mil compañe­ras zapa­tis­tas movi­li­za­das para reci­bir a extran­je­ras de más de 40 países— cons­te­la­mos un microu­ni­verso. Nos enre­da­mos bajo el común deno­mi­na­dor de que a las muje­res y perso­nas de sexu­a­li­da­des disi­den­tes nos están matando.

“Acor­da­mos luchar juntas contra el sistema que nos está matando”, dije­ron las zapa­tis­tas en el discurso de bien­ve­nida./ Floren­cia Golds­man

Hay tantas visi­o­nes del I Encu­en­tro Inter­na­ci­o­nal Polí­tico, Artís­tico, Depor­tivo y Cultu­ral  de Muje­res que luchan como perso­nas que pudi­mos parti­ci­par en ese espa­cio. Existe, sin embargo, un punto de conflu­en­cia, una valo­ra­ción, de este espa­cio abierto para compar­tir expe­ri­en­cias por las muje­res zapa­tis­tas como un espa­cio seguro. Se percibe en las reseñas y artí­cu­los ya publi­ca­dos sobre este encu­en­tro la inevi­ta­ble fuerza de conta­gio origi­nada en la perse­ve­ran­cia y en la creen­cia de que otros mundos son posi­bles. Una ener­gía que provi­ene del simple hecho de encon­trarse con estas muje­res vali­en­tes y enca­pu­cha­das. Ellas son testi­mo­nio vivo de la insur­gen­cia, de las alza­das en contra de un conti­nuum de viven­cias de escla­vi­tud. Cada día se rebe­lan, orga­ni­zan y mejo­ran sus condi­ci­o­nes de vida, el auto­go­bi­erno, en las tier­ras que traba­ja­ron larga­mente, que habían habi­tado sus ances­tras y de las cuales habían sido expro­pi­a­das, hasta que la revo­lu­ción del EZLN en 1994 concretó medi­ante las armas el reclamo por tierra y liber­tad en México.

Los prime­ros pasos que dimos, bajando de buses o cami­o­ne­tas alqui­la­das para llegar a la zona de Tzotz Choj, lindera de la selva Lacan­dona, nos encon­tra­ron formando una fila que se demo­raba y que cansaba a quie­nes habí­a­mos recor­rido miles de kiló­me­tros y atra­ve­sado océa­nos para llegar hasta allí. Regis­trarse o buscar la creden­cial de parti­ci­pante era un proceso de aten­ción sin prisa y con tone­les de paci­en­cia. Esta expe­ri­en­cia burocrá­tica, que en otros contex­tos hubi­ese malhu­mo­rado a muchas, aquí en cambio nos amansó las ansias de llegar, de ocupar, de empa­la­gar­nos de acti­vi­da­des. La fila avan­zaba con la caden­cia de las babo­sas (hubo quie­nes después comen­ta­ban que el hecho de que las perso­nas espe­ra­ran para entrar era una estra­te­gia para ir sumer­gi­én­dose en la dimen­sión zapa­tista del tiempo). Un lento sumer­girse en una propu­esta anti­ca­pi­ta­lista de vida. Enton­ces lo mejor fue respi­rar, espe­rar, mirar el verde, y comen­tar con las amigas la feli­ci­dad de haber llegado a ese rincón de rebel­día único en el mundo.

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