Perspectivas desde el feminismo negro a propósito del «caso Pablo Milanés»

*Artí­culo publi­cado origi­nal­mente en Joven Cuba y repu­bli­cado por Afro­fé­mi­nas

El cantau­tor cubano Pablo Mila­nés, un ícono inter­na­ci­o­nal de la trova revo­lu­ci­o­na­ria, falle­ció en Madrid el 22 de novi­em­bre de 2022, después de una larga lucha contra el cáncer. A pocas horas del anun­cio, una mujer iden­ti­fi­cada como María Fernanda Wray, de naci­o­na­li­dad ecua­to­ri­ana, denun­ció en redes soci­a­les haber sido víctima de acoso sexual por el trova­dor durante una de sus giras en la nación suda­me­ri­cana.

Este tipo de denun­cias, en ocasi­o­nes muy sepa­rada en tiempo de los inci­den­tes, o acae­ci­das tras la muerte del presunto victi­ma­rio, responde a razo­nes expli­ca­das desde la teoría femi­nista. Entre ellas, la sensa­ción de segu­ri­dad al ausen­tarse el supu­esto agre­sor, que evita­ría la utili­za­ción de su influ­en­cia mediá­tica, credi­bi­li­dad pública, capi­tal simbó­lico y legi­ti­mi­dad insti­tu­ci­o­nal para repre­sa­lias perso­na­les o labo­ra­les.

A su vez, la inde­fen­sión, descré­dito y revic­ti­mi­za­ción a que son some­ti­das las denun­ci­an­tes por indi­vi­duos e insti­tu­ci­o­nes durante el proceso de acceso a la justi­cia, situ­a­ción que suele gene­rar un resque­bra­ja­mi­ento en la salud mental y tributa al menos­cabo de la inte­gri­dad perso­nal.

Ante la difu­sión de la noti­cia, gran número de acti­vis­tas y líde­res de influ­en­cia en redes soci­a­les reac­ci­onó en apoyo a la denun­ci­ante, consi­de­rada de inme­di­ato una « sobre­vi­vi­ente de violen­cia machista ». Asimismo, fueron emple­a­das cate­go­rías estig­ma­ti­zan­tes con las que inten­ta­ron tachar el legado del cantau­tor, echando mano al viejo mandato auto­ri­ta­rio de no sepa­ra­ción de la obra perso­nal con el artista.

Como es habi­tual, la cultura de la cance­la­ción tuvo presen­cia inme­di­ata; prác­tica que, más que repu­diar los actos de violen­cia come­ti­dos, está desti­nada a conse­guir venganza, al repe­tir el ciclo de las lógi­cas de violen­cia. Pretende anular a una persona en sí misma, aislarla, clasi­fi­carla como mala o dese­cha­ble,  e incluso negarle garan­tías cons­ti­tu­ci­o­na­les y dere­chos huma­nos; tanto a ellos como a quie­nes econó­mi­ca­mente depen­dan de sus ingre­sos. Es una estra­te­gia de cierto acti­vismo femi­nista que puede consi­de­rarse reduc­ci­o­nista, pues no restaura la digni­dad a la persona vulne­rada ni atiende las vulne­ra­bi­li­da­des de la persona cance­lada.

Comparto lo que escribí. Me animo a ponerlo por aquí para que se sepa que los gran­des artis­tas, nues­tros ídolos revo­lu­ci­o­na­rios, esos hombres conse­cu­en­tes, de izqui­erda, también pueden ser acosa­do­res.

Pablo Mila­nés tenía 43, yo 17.

No volveré a hablar del tema. #MeToo pic.twit­ter.com/DGij2e3xtQ

— María Fernanda Wray (@mafi­si­tas) Novem­ber 22, 2022

Resulta contra­dic­to­rio que las estra­te­gias de justi­cia femi­nista que usual­mente acom­pañan la inten­ci­o­na­li­dad polí­tica con fines repa­ra­ti­vos del Yo sí te creo, o de campañas como las del movi­mi­ento #Metoo, que deve­lan el carác­ter estruc­tu­ral de la violen­cia de género y esti­mu­lan a que vícti­mas de estas agre­si­o­nes denun­cien y busquen redes de apoyo; al mismo tiempo movi­li­cen lincha­mi­en­tos en plaza pública que no educan ni trans­for­man las raíces de la violen­cia.

El #Metoo se remonta al año 2006, cuando la acti­vista afro­es­ta­dou­ni­dense Tarana Burke comenzó a usar la expre­sión para gene­rar empa­tía entre vícti­mas de violen­cia sexual, sobre todo de comu­ni­da­des margi­na­li­za­das, y que estas pudi­e­ran comu­ni­car sus expe­ri­en­cias y tejer redes de soli­da­ri­dad, más que de venganza. No obstante, años después su propia impul­sora confesó haberse sentido apabu­llada al ver su eslo­gan vira­li­zado en redes soci­a­les y utili­zado con otros propó­si­tos.

Desde esa pers­pec­tiva incri­mi­na­to­ria, el escra­che se comprende como alter­na­tiva para « signi­fi­car la digna rabia », al denun­ciar por otras vías en vista del escep­ti­cismo con que son acogi­das las denun­cias de esa índole. Sin embargo, ha deve­nido sanción humi­llante para quie­nes son acusa­dos, y en un cues­ti­o­na­ble sentido de hallar justi­cia que suele dejar a las vícti­mas sobre­ex­pu­es­tas a mayo­res vulne­ra­bi­li­da­des, repro­ches soci­a­les, veja­ci­o­nes e incluso acci­o­nes lega­les en su contra.

En tal sentido, es impor­tante seña­lar una dimen­sión poco anali­zada del fenó­meno que acom­paña estos meca­nis­mos, y tiene que ver con el ámbito comu­ni­ta­rio y fami­liar. Pocas veces se comprende que la denun­cia en redes soci­a­les de casos de violen­cia de género tiene un impacto en las perso­nas cerca­nas al agre­sor.

También se ha obser­vado que tras la circu­la­ción de rumo­res en torno a presun­tos agre­so­res, se tilda de sola­pa­do­res a quie­nes le rodean, sin siqui­era enta­blar un diálogo inda­ga­to­rio o reso­lu­tivo. Es por esto que nece­si­ta­mos una pers­pec­tiva que salga del bino­mio buenos versus malos,  para contem­plar enton­ces las múlti­ples aris­tas y perso­nas envu­el­tas en el inci­dente, sin que ello signi­fi­que mini­mi­zar el hecho de violen­cia en sí, ni la credi­bi­li­dad de la víctima.

Se nece­sita asimismo cues­ti­o­nar si las formas en que acusa­mos, y lo que la expe­ri­en­cia tras estos escra­ches demu­es­tra, contri­buye al proceso de trans­for­ma­ción radi­cal que se pretende desde los femi­nis­mos y otros movi­mi­en­tos soci­a­les o, por el contra­rio, si repro­duce los meca­nis­mos tradi­ci­o­na­les y patri­ar­ca­les de culpar y casti­gar. No basta con seña­lar al agre­sor, puesto que indi­vi­du­a­li­zar su respon­sa­bi­li­dad, aislán­dole bajo la lógica de la cárcel y las sanci­o­nes duras, deja intacto el sistema de poder patri­ar­cal y norma­li­zada toda su cultura de la violen­cia.

La antro­pó­loga femi­nista Rita Segato se pregunta si puede el puni­ti­vismo ser una forma de « justi­cia popu­lar » frente a la impu­ni­dad, e invita a « tener cuidado con las formas que apren­di­mos de hacer justi­cia » así como a abrir un debate colec­tivo más profundo, pues si bien la justi­cia es patri­ar­cal como denun­cian los femi­nis­mos hege­mó­ni­cos, también lo es racista, clasista y LGBTIQ+­fó­bica.

A su vez, resulta peli­grosa la aspi­ra­ción de justi­cia que se pretende a través del forta­le­ci­mi­ento del sistema puni­tivo y carce­la­rio, sobre todo en contex­tos polí­ti­cos repre­si­vos, donde existe la tenden­cia al aumento de tipi­fi­ca­ción de deli­tos, conde­nas, restric­ción de liber­ta­des y de dere­chos huma­nos.

El presente análi­sis no pretende rela­ti­vi­zar la violen­cia o el acoso sexual, mucho menos restarle impor­tan­cia o irres­pe­tar a las vícti­mas. Se trata de moti­var una refle­xión que no redunde en simpli­fi­ca­ci­o­nes, vague­da­des o falsas equi­va­len­cias. Por ello es vital la reali­za­ción de un proceso inves­ti­ga­tivo que no incurra en la desle­gi­ti­ma­ción o descré­dito de la persona denun­ci­ada, así como de aque­llas que se encu­en­tren en posi­ci­o­nes de vulne­ra­bi­li­dad.

De igual forma, se deben proble­ma­ti­zar las violen­cias de género y algu­nas noci­o­nes que rozan el deter­mi­nismo, así como anali­zar cada inci­dente desde sus parti­cu­la­ri­da­des, no desde premi­sas axiomá­ti­cas. En tal sentido, urge el cues­ti­o­na­mi­ento a postu­la­dos del femi­nismo tradi­ci­o­nal que son asumi­dos de manera acrí­tica o dogmá­tica.

Es impres­cin­di­ble además dife­ren­ciar una amplia vari­e­dad de conduc­tas y consi­de­rar­las en su justa dimen­sión. Para ello se nece­sita una educa­ción sexual anti­pa­tri­ar­cal sobre violen­cias de género, consen­ti­mi­ento y auto­no­mía. Si algo ha enseñado el femi­nismo es la impor­tan­cia de nombrar, pues lo que no se nombra, o se clasi­fica de manera incor­recta, no existe. Por ende, toda expre­sión de acoso (aunque repu­di­a­ble) no implica la exis­ten­cia per se de agre­sión sexual, ni convi­erte a la persona en abusa­dordepre­da­dor sexual o viola­dor.

Tales térmi­nos deben mane­jarse con respon­sa­bi­li­dad para evitar el lincha­mi­ento y el escar­nio, pues contri­bui­rían a repro­du­cir este­re­o­ti­pos contra la digni­dad humana. Más aún cuando se trata de suje­tos con perfil raci­a­li­zado o proce­den­tes de entor­nos margi­na­li­za­dos. En el caso de Pablo Mila­nés, se evita­ría expan­dir crite­rios infun­da­dos sobre su persona, signi­fi­cante histó­rico-discur­siva y legado musi­cal a nive­les trans­fron­te­ri­zos.

Resulta reve­la­dora, en tanto visión este­re­o­ti­pada sobre las mascu­li­ni­da­des cari­beñas, una frase xenó­foba que acom­pañó al mensaje de la denun­ci­ante: « Los cuba­nos siendo cuba­nos ». Dicha expre­sión generó moles­tias entre los inter­nau­tas, aunque también fue utili­zada como elemento diso­ci­a­dor; pues si bien resulta delez­na­ble, no inva­lida el acto legí­timo de la denun­cia.

Esto, si se quiere, no es más que un fenó­meno cohe­rente con la tradi­ción de femi­nis­mos hege­mó­ni­cos, que denun­cian violen­cia u opre­sión por sexo/género, funda­men­tal­mente en muje­res, demos­trando sesgos racis­tas, clasis­tas, higi­e­nis­tas, trans­fó­bi­cos y esen­ci­a­lis­tas. Ello ha dado lugar dentro del movi­mi­ento a fruc­tí­fe­ras críti­cas, tensi­o­nes y ruptu­ras, sobre las que han emer­gido nuevas corri­en­tes/alter­na­ti­vas de pensa­mi­ento desde otros luga­res geo-corpo-polí­ti­cos.

El discurso anti-hombres también estuvo presente en las reac­ci­o­nes inici­a­les, con su contra­parte: el endi­o­sa­mi­ento del sujeto-mujer, casi impo­luto, víctima e inde­fensa eterna, conver­tida en divi­ni­dad perfecta. Este hecho, aunque expre­sado incluso desde posi­ci­o­nes soci­a­lis­tas y/o marxis­tas, asume una postura contra­dic­to­ria; pues a pesar de adop­tar una praxis contra-hege­mó­nica, replica expre­si­o­nes de despre­cio hacia lo mascu­lino que forta­le­cen los alega­tos más reac­ci­o­na­rios del femi­nismo blanco, sepa­ra­tista y trans-excluyente; en tanto conci­ben el nacer o portar deter­mi­nado geni­tal como arque­tipo simbó­lico de la opre­sión patri­ar­cal.

La narra­tiva del discurso anti-mascu­lino, conduce a la desle­gi­ti­ma­ción de los hombres y relega las vari­a­bles de carác­ter soci­o­e­co­nó­mico que manti­ene a las perso­nas en contex­tos de vida hosti­les, siendo elemento funda­men­tal en la gene­ra­ción de compor­ta­mi­en­tos alta­mente poten­ci­a­les para la proli­fe­ra­ción de múlti­ples violen­cias (econó­mica, domés­tica, sexo-gené­rica, entre otras).

El enfo­que de esa mirada, resul­tado de una lucha basada en iden­ti­da­des esen­ci­a­lis­tas [no polí­ti­cas], univer­sa­liza la expe­ri­en­cia de los varo­nes sin aten­der a otras vari­a­bles, al tiempo que borra la opre­sión y expe­ri­en­cias de muje­res con una trayec­to­ria dife­rente. A dicho posi­ci­o­na­mi­ento, la teórica femi­nista María Lugo­nes le deno­minó: « Sistema Moderno Colo­nial de Género », en el que sitúa a las muje­res inter­se­xu­a­les, trans, traves­tis y otras perso­nas dentro del espec­tro trans­fe­me­nino.

Es nece­sa­rio visi­bi­li­zar otras problemá­ti­cas de gran tras­cen­den­cia rele­ga­das por esa verti­ente del femi­nismo que no se inter­esa en desmon­tar los patro­nes opre­si­vos resul­tan­tes de la colo­ni­a­li­dad del poder. En dicha agenda está ausente por lo gene­ral la tradi­ción de los femi­nis­mos eman­ci­pa­to­rios.

Sobre ello, algu­nas femi­nis­tas negras, deco­lo­ni­a­les y peri­fé­ri­cas consi­de­ran que las prio­ri­da­des del femi­nismo mains­tream se centran en las violen­cias de género o las exhaus­ti­vas campañas contra el piropo y/o el acoso calle­jero; en tanto igno­ran situ­a­ci­o­nes acuci­an­tes para la mayo­ría de las muje­res que —si bien son vícti­mas de tales formas de violen­cia y reco­no­cen la impor­tan­cia de denun­ci­ar­las—, ven en ellas una praxis muy lejana a sus inter­e­ses mate­ri­a­les inme­di­a­tos.

Tal es el caso de la margi­na­ción que pade­cen las perso­nas negras por parte de un sistema de opre­sión racial, que en ocasi­o­nes bene­fi­cia a muje­res blan­cas en posi­ci­o­nes de poder por encima de hombres margi­na­dos. O el nulo abor­daje de temas como: las infan­cias trans, el análi­sis de clase y la inclu­sión de la pers­pec­tiva racial desde una visión desco­lo­ni­za­dora enfo­cada contra los meca­nis­mos de domi­na­ción y repre­sión prove­ni­en­tes de la maqui­na­ria esta­tal.

Resulta chocante el modo en que algu­nas femi­nis­tas deses­ti­man las esta­dís­ti­cas que demu­es­tran que los hombres mueren más que las muje­res, y se apre­su­ran en afir­mar —fie­les a una tradi­ción de respon­der con frases hechas—, que no lo hacen por razo­nes de género, o senci­lla­mente que los matan otros hombres; como si incluso las razo­nes por las que mueren enfren­ta­dos no tuvi­e­ran base en el género poten­ci­ado por los manda­tos patri­ar­ca­les. Ante dicho fenó­meno, resulta indis­cu­ti­ble la exis­ten­cia de una necro­po­lí­tica de género.

Como aseve­ran las/os teóri­cas/os del femi­nismo negro, marxista y deco­lo­nial, la reivin­di­ca­ción conjunta de la cultura anti-patri­ar­cal es propó­sito de todas las alter­na­ti­vas de pensa­mi­ento y acción polí­ti­cas por la equi­dad. De manera que las estra­te­gias de repa­ra­ción con fines de justi­cia no pueden estar basa­das esen­ci­al­mente en meca­nis­mos de puni­ti­vismo ni sepa­ra­tismo de género, que han sido prác­ti­cas de domi­na­ción histó­ri­cas susten­ta­das por el poder [blanco, clasista y excluyente].

Con echar un vistazo al pasado, es posi­ble apre­ciar que en la lucha de las muje­res negras nunca se ha sepa­rado a los hombres. Desde Harriet Tubman, Rosa Parks, Ida Wells, Angela Davis, Ochy Curiel, hasta las femi­nis­tas negras de la Colec­tiva Río Comba­hee, todas han compren­dido que la liber­tad resulta una quimera si no se conquista también para ellos.

Como mani­fes­ta­ron estas últi­mas: « Tene­mos bastante crítica y odio a lo que la soci­e­dad ha hecho de los hombres (…) Pero no tene­mos la noción desca­be­llada de que esto sucede por ser hombres en sí. Lucha­mos juntas con los hombres negros contra el racismo, mien­tras también lucha­mos con hombres negros sobre el sexismo ».

El femi­nismo es una postura polí­tica, una teoría funda­men­tal­mente prác­tica, no bioló­gica. Como bien dijo la filó­sofa afro­a­me­ri­cana bell hooks: « El femi­nismo es para todo el mundo », y además convocó a una « visión femi­nista que incor­pore la mascu­li­ni­dad femi­nista ». O como expre­sara magis­tral­mente hace varias déca­das la inte­lec­tual afri­cana Chima­manda Ngozi, hoy reco­no­cida por posi­ci­o­na­mi­en­tos trans­fó­bi­cos y trans­ex­cluyen­tes: « todo el mundo debe­ría ser femi­nista ».

La acadé­mica deco­lo­nial Ochy Curiel, ha aler­tado del peli­gro de basar una lucha polí­tica en iden­ti­da­des esen­ci­a­les; sobre todo cuando ha sido desde los esen­ci­a­lis­mos y deter­mi­nis­mos bioló­gi­cos que se ha justi­fi­cado la opre­sión sexual, la domi­na­ción mascu­lina, el racismo y la pobreza. Al mismo tiempo, consi­dera el sepa­ra­tismo como una prác­tica colo­nial, puesto que las divi­si­o­nes de género y raza fueron funci­o­na­les a los inter­e­ses euro­peos para echar a andar su proyecto de Moder­ni­dad.

Es por esto nece­sa­rio pregun­tarse hasta qué punto el discurso y la prác­tica femi­nis­tas están contri­buyendo a un mundo más justo e igua­li­ta­rio; pues de lo contra­rio esta­rían ampli­ando « las barre­ras que aten­tan contra la posi­bi­li­dad de restau­rar el vínculo frac­tu­rado por los proce­sos de indi­vi­du­a­ción que exige la orga­ni­za­ción moderna del mundo », tras la irrup­ción del patri­ar­cado junto al sistema racial de género en los terri­to­rios, y no « ayudando a produ­cir nuevas formas de jerar­qui­za­ción y cons­truc­ci­o­nes de verda­des que tota­li­zan la expe­ri­en­cia y la hacen imper­me­a­ble a la expe­ri­en­cia del Otro y del mundo en su comple­ji­dad », como afirma la teórica deco­lo­nial Yuderkys Espi­nosa.

El compro­miso contra la domi­na­ción patri­ar­cal exige el derribo de la estruc­tura opre­siva que conforma la insti­tu­ci­o­na­li­dad-Estado; a la vez que la elimi­na­ción de las causas que conlle­van a la repro­duc­ción de la pobreza como resul­tado de la acumu­la­ción ampli­ada del capi­tal, gene­ra­dora de dife­ren­ci­a­ción debido a patro­nes asimé­tri­cos de produc­ción econó­mico-cultu­ral.

La lucha por la igual­dad exige el compro­miso repa­ra­tivo entre todos los acto­res invo­lu­cra­dos en instau­rar un para­digma de convi­ven­cia cívico, alejado de los discur­sos de odio y la cultura de la cance­la­ción mascu­lina, pero inspi­ra­dos en precep­tos de bienes­tar colec­tivo, justi­cia y equi­dad social.

Mel Herrera

Narra­dora y pensa­dora antir­ra­cista.