“Parece que ya no me amas”: la violencia en WhatsApp en parejas adolescentes es habitual y menos grave para ellos

Un estu­dio analiza cómo perci­ben los meno­res de 18 años las frecu­en­tes amena­zas, coac­ci­o­nes, agre­si­o­nes sexu­a­les y contro­les

“Al final, tendré que quedarme en casa por tu culpa”. “¿Por qué no me has respon­dido?”. “¿Sabes dónde está? Le he estado escri­bi­endo toda la tarde y no me responde”. “Enví­a­mela [una foto de conte­nido sexual]. No te cuesta nada”. “Parece que ya no me amas”. Son frases que los adoles­cen­tes reco­no­cen como habi­tu­a­les en sus conver­sa­ci­o­nes de pareja y en grupos de What­sApp. Un estu­dio, desar­ro­llado por Virgi­nia Sánchez-Jimé­nez, María Luisa Rodrí­guez de Arriba y Noelia Muñoz Fernán­dez, de los depar­ta­men­tos de Psico­lo­gía Evolu­tiva de las univer­si­da­des de Sevi­lla y Loyola, ha inves­ti­gado si las perci­ben como agre­si­o­nes y en qué grado. Según la inves­ti­ga­ción, publi­cada en Jour­nal of inter­per­so­nal violence, todos iden­ti­fi­can estas conver­sa­ci­o­nes como comu­nes en sus rela­ci­o­nes. Sin embargo, ellas las notan como más agre­si­vas, mien­tras ellos creen que son menos graves.

La inves­ti­ga­ción parte de una premisa preo­cu­pante: las tecno­lo­gías se utili­zan para coac­ci­o­nar y agre­dir a la pareja y estas actu­a­ci­o­nes están presen­tes en gran parte de las rela­ci­o­nes entre adoles­cen­tes. Para compro­bar si los meno­res perci­bían esta violen­cia, durante el estu­dio se recre­a­ron conver­sa­ci­o­nes de What­sApp que los adoles­cen­tes iden­ti­fi­ca­ron como habi­tu­a­les y se les preguntó a 262 estu­di­an­tes de entre 12 y 18 años qué grado de agre­si­vi­dad les confe­rían y si este vari­aba en función del alcance, si la comu­ni­ca­ción era entre la pareja o en grupo.

La inves­ti­ga­dora Janine Zweig, del Justice Policy Center de Washing­ton, define la agre­sión a través de las redes durante las rela­ci­o­nes como “el uso de nuevas tecno­lo­gías para dañar y acosar a una pareja”. Una prác­tica que la cien­tí­fica Phyllis Holditch Niolon, de la divi­sión de Preven­ción de Violen­cia de los Centros de Control de Enfer­me­da­des de Esta­dos Unidos, no duda en cali­fi­car de “un problema de salud pública”.

Las formas de violen­cia hacia las pare­jas se agru­pan en agre­si­o­nes verba­les o emoci­o­na­les para insul­tar, acosar o amena­zar; control y vigi­lan­cia, y agre­sión sexual, que incluye coac­ci­o­nes, presi­o­nes, insul­tos, comen­ta­rios e inter­cam­bio no dese­ado de textos o imáge­nes. Estas cate­go­rías se han some­tido a examen durante el estu­dio de las univer­si­da­des españo­las a través de conver­sa­ci­o­nes diseña­das para ser neutra­les en térmi­nos de género y orien­ta­ción sexual.

Agre­sión verbal

Tanto chicos como chicas respon­di­e­ron que habían expe­ri­men­tado las tres cate­go­rías de agre­si­o­nes en conver­sa­ci­o­nes públi­cas y priva­das “a menudo”, cate­go­ría solo un punto por debajo de la consi­de­ra­ción de “siem­pre”.

La percep­ción de agre­si­vi­dad varía según la cate­go­ría de la violen­cia y si se produce en público o en privado. De esta manera, tanto ellos como ellas consi­de­ran “lige­ra­mente agre­si­vas” las conver­sa­ci­o­nes insul­tan­tes si se manti­e­nen en la esfera de la pareja y “agre­si­vas” si tras­ci­en­den al grupo. Ninguno de los esce­na­rios de control fue cali­fi­cado con el mayor grado de grave­dad, ni en público ni en privado.

Control y vigi­lan­cia

Las auto­ras del estu­dio expli­can que el control a través de las redes “parece más acep­ta­ble que otras formas de agre­sión, como la sexual y la que se produce cara a cara. Algu­nos adoles­cen­tes consi­de­ran que cier­tos actos como compar­tir contra­señas o revi­sar la lista de contac­tos de redes soci­a­les de su pareja, son acep­ta­bles bajo cier­tas circuns­tan­cias e, incluso, como prueba de confi­anza mutua y preo­cu­pa­ción por la pareja. Aunque puede ser irri­tante y aumen­tar el conflicto dentro de la rela­ción, algu­nos adoles­cen­tes perci­ben esta agre­sión como menos severa que otras y la justi­fi­can en algu­nas circuns­tan­cias”.

“El control a la pareja”, explica Sánchez-Jimé­nez, “es la conducta que se percibe como menos grave. Saber dónde está, por qué y que conteste rápido está más norma­li­zado en la pareja adoles­cente. Se ve incluso posi­tivo, como prueba de amor: ‘Te llamo y te insisto tanto en los mensa­jes porque estoy preo­cu­pado por ti y, por lo tanto, tienes que respon­der’. Por parte de quien contesta, el código es: ‘La prio­ri­dad eres tú y tengo que contes­tar rápi­da­mente”.

Agre­sión sexual

Donde más varían las percep­ci­o­nes entre chicos y chicas es en los esce­na­rios de agre­sión sexual a través de la Red, enten­dida como el inter­cam­bio no dese­ado de imáge­nes y textos sexu­a­li­za­dos. Mien­tras ellos no llegan a consi­de­rarlo “muy agre­sivo” ni en privado ni en grupo, ellas no dudan en atri­buirle a estos hechos una mayor grave­dad, aunque no llegan a la máxima cali­fi­ca­ción en el estu­dio reali­zado. Para la conver­sa­ción privada de acoso sexual por What­sApp, la persona agre­sora recur­ría al chan­taje emoci­o­nal para obte­ner una imagen de conte­nido erótico de la pareja, a pesar de la insis­tente nega­tiva de la víctima a envi­arla. La agre­sión sexual pública anali­zada fue el envío de una foto privada de la pareja a un grupo.

El estu­dio destaca que las conse­cu­en­cias de esta violen­cia también son dife­ren­tes: “Las adoles­cen­tes tienen un mayor riesgo de tras­tor­nos psico­ló­gi­cos asoci­a­dos” y la “expe­ri­men­tan de manera más nega­tiva que los niños”. Por su parte, siem­pre según el estu­dio, aunque los chicos consi­de­ran que enviar imáge­nes es un “compor­ta­mi­ento inapro­pi­ado”, lo descri­ben como una prác­tica bastante común.

Según la inves­ti­ga­dora de la Univer­si­dad de Sevi­lla, “las adoles­cen­tes son más cons­ci­en­tes que los chicos. Ellas sufren más y son más cons­ci­en­tes de lo que sucede porque las conse­cu­en­cias son mayo­res. Eso hace que sean más sensi­bles”.

El estu­dio intro­duce un factor poco estu­di­ado en este ámbito: la desco­ne­xión moral, un proceso de auto­con­ven­ci­mi­ento medi­ante el que los prin­ci­pios éticos no se apli­can a uno mismo en un deter­mi­nado contexto, una desac­ti­va­ción inten­ci­o­nada para mante­ner la cohe­ren­cia entre los valo­res y los compor­ta­mi­en­tos. En este sentido, según la inves­ti­ga­ción, los adoles­cen­tes con altos nive­les de desco­ne­xión moral perci­ben las agre­si­o­nes como menos agre­si­vas.

La red no ha incor­po­rado nuevas agre­si­o­nes, pero sí ha sumado nuevas herra­mi­en­tas y multi­pli­cado los efec­tos. En este sentido, Sánchez-Jimé­nez explica: “Inter­net faci­lita y ampli­fica cierto tipo de agre­si­o­nes, que pueden pasar de la esfera privada a la pública de manera muy rápida. La agre­sión psico­ló­gica, además, tiene carac­te­rís­ti­cas parti­cu­la­res, como la desin­hi­bi­ción. Para la persona que agrede hay mayor difi­cul­tad de ver las conse­cu­en­cias en la otra persona, no ve el impacto directo en la víctima y eso mini­miza la empa­tía. Además, la agre­sión puede estar presente 24 horas al día, siete días a la semana. Es muy difí­cil esca­par a una agre­sión en la Red, sobre todo, si es pública. Aunque suce­di­era una vez, se repite tantas veces como se comparta y la victi­mi­za­ción también”.

La forma de preve­nir­las es, a juicio de la inves­ti­ga­dora, la inter­ven­ción desde la fami­lia y desde la escu­ela. “Cuanto antes, mejor”, advi­erte. Y añade: “Tener pareja es algo que tene­mos que apren­der y esta­mos viendo que, si enseña­mos a gesti­o­nar la expre­sión y el deseo a aque­llos que tienen más difi­cul­ta­des en sus vidas senti­men­ta­les y en un momento evolu­tivo en el que expe­ri­men­ta­mos el amor por primera vez, se reduce mucho la impli­ca­ción en compor­ta­mi­en­tos violen­tos”.

También se puede limi­tar el acceso a infor­ma­ción perso­nal, contra­señas y redes. Pero Sánchez-Jimé­nez advi­erte: “Los chava­les tienen que enten­der qué puede ser una conducta de riesgo y lo que supone compar­tir infor­ma­ción perso­nal y privada, pero que quede claro que la respon­sa­bi­li­dad de la agre­sión es del agre­sor. Que no se atri­buya a la víctima. No pode­mos obli­gar a esta a ser preven­tiva ante una circuns­tan­cia que no debe­ría suce­der. No pode­mos perder la pers­pec­tiva de que la respon­sa­bi­li­dad la tiene el agre­sor siem­pre”.

 

 

Foto­gra­fia: Una adoles­cente, en su habi­ta­ción, consulta los mensa­jes en dispo­si­ti­vos móvi­les en Madrid.Luis Sevi­llano Arri­bas