Mujeres de hoy al ciberpoder

Saba­dell, 26 años. Silvia García estu­dia su segundo ciclo, Desar­ro­llo de Apli­ca­ci­o­nes Informá­ti­cas, y repara móvi­les, portá­ti­les, discos duros y todo tipo de elec­tro­do­més­ti­cos por hobby. (FERRÁN FOLGADO) Ampliar

  • Traba­jan y luchan bajo una senci­lla premisa: si la tecno­lo­gía va a cons­truir el mundo en el futuro, las muje­res deben cons­truir la tecno­lo­gía.

 

Ya no es cosa del futuro: las nuevas tecno­lo­gías se están convir­ti­endo en la arqui­tec­tura de nues­tras vidas. Dieron el salto del espa­cio de trabajo a la vida perso­nal, y ya nos acom­pañan a todas partes a través de los dispo­si­ti­vos móvi­les. Parece, pues, que una infi­ni­dad de nuevos servi­cios tecno­ló­gi­cos cons­truirán nues­tra exis­ten­cia en un futuro cercano.

Pero, ¿qui­é­nes diseñan los progra­mas y apli­ca­ci­o­nes que utili­za­mos?, ¿qui­é­nes deter­mi­nan cómo y en qué utili­za­mos la tecno­lo­gía? De una forma abru­ma­dora, los hombres. Tal como mues­tra el proyecto de inves­ti­ga­ción ciber­fe­mi­nista Lela­Co­ders en su último informe (2011), solo el 10% de los progra­ma­do­res son muje­res.

Sin embargo, dentro de ese pequeño porcen­taje hay muje­res que están cambi­ando mucho más que la indus­tria informá­tica. Progra­ma­do­ras, hackers, acti­vis­tas: todas ellas coin­ci­den en que no basta con utili­zar la informá­tica, hay que crearla. La premisa es senci­lla: si la tecno­lo­gía va a cons­truir el mundo en el futuro, las muje­res deben cons­truir la tecno­lo­gía. La parti­ci­pa­ción feme­nina en el desar­ro­llo informá­tico es vista como una gran opor­tu­ni­dad, ya que puede supo­ner una redis­tri­bu­ción del poder entre géne­ros.

¿Qui­é­nes deter­mi­nan cómo y en qué utili­za­mos la tecno­lo­gía? De una forma abru­ma­dora, los hombres

Las muje­res están en clara mino­ría en el desar­ro­llo tecno­ló­gico, sin embargo, no siem­pre fue así. En España, hasta la década de los noventa había muchas muje­res matri­cu­la­das en Inge­ni­e­ría Informá­tica en compa­ra­ción con el resto de los estu­dios cien­tí­fi­cos. A pesar de estos inicios prome­te­do­res, la tenden­cia se truncó hace unos 20 años y sigue en descenso, también a nivel euro­peo. Incluso en Esta­dos Unidos se han inici­ado inves­ti­ga­ci­o­nes para averi­guar por qué ellas, que se habían intro­du­cido con fuerza –llega­ron a repre­sen­tar el 37% de las licen­ci­a­tu­ras otor­ga­das en el país–, empren­di­e­ron un éxodo de los estu­dios informá­ti­cos partir de 1984.

Eva Cruells, psicó­loga e inves­ti­ga­dora de los colec­ti­vos Dones­tech y Lela­Co­ders, explica que una de las causas es la falta de refe­ren­tes: «En parte, si no hay más muje­res en la forma­ción tecno-cien­tí­fica es debido a la invi­si­bi­li­za­ción de figu­ras feme­ni­nas en la histo­ria de la informá­tica. Además, se sigue lanzando el mensaje de que las muje­res no son buenas en cien­cias».

Es cierto que la histo­ria de la cien­cia informá­tica esconde gran­des hazañas feme­ni­nas. Por ejem­plo, sin la apor­ta­ción de una joven del siglo XIX los orde­na­do­res no serían tal y como los cono­ce­mos. Nacida en Ingla­terra en 1815, Ada Love­lace, hija del poeta Lord Byron, se convir­tió en la primera progra­ma­dora del mundo al hallar la solu­ción para que la histó­rica 'máquina de calcu­lar’ de Charles Babbage, consi­de­rado el padre de la compu­ta­ción, pudi­era funci­o­nar: ella diseñó el sistema perfo­ra­dor con el que se pudi­e­ron reali­zar las prime­ras tablas de cómpu­tos.

Un pasado como prece­dente

Sin embargo, en la actu­a­li­dad son otros los moti­vos que ahuyen­tan a las muje­res de la informá­tica reglada. Spide­ra­lex, cibe­rac­ti­vista e inves­ti­ga­dora en Lela­Co­ders explica que uno de ellos es la apari­ción del este­re­o­tipo del nerd (lo que aquí llama­rí­a­mos friki): «En los años ochenta las prime­ras pelí­cu­las sobre hackers mues­tran a chicos con acné encer­ra­dos en su habi­ta­ción inten­tando pene­trar en el Pentá­gono. La cultura nerd tiene un eje muy mascu­lino, y eso ha gene­rado un rechazo en las muje­res».

La indus­tria informá­tica cada vez absorbe a más profe­si­o­na­les auto­di­dac­tas. El auto­a­pren­di­zaje, según Spide­ra­lex, no permite que las muje­res puedan avan­zar en igua­les condi­ci­o­nes: «El 'Do it your­self’ está muy bien, pero requi­ere tiempo libre, y como las muje­res no lo tienen, explo­ran menos las tecno­lo­gías».

De todas formas, esta auto­no­mía en el apren­di­zaje informá­tico, vincu­lada a la cultura hacker, es la misma que está permi­ti­endo que las muje­res inter­e­sa­das se instruyan en el uso de herra­mi­en­tas avan­za­das y desco­no­ci­das para la inmensa mayo­ría de los usua­rios, es decir, que se convi­er­tan en exper­tas. A través de foros y listas de correo, los colec­ti­vos hacker forman autén­ti­cas univer­si­da­des libres, vivas y a distan­cia.

Su máxima es compar­tir cono­ci­mi­en­tos y enseñar a los nova­tos. Todo ello, sin duda, conforma una reali­dad nueva para las muje­res: la Red se presenta como un lugar en el que parten de la misma casi­lla de salida que los hombres, y donde se mueven en un plano a priori no discri­mi­na­to­rio, ya que también pueden diseñar su propia perso­na­li­dad: su nombre, su género, su avatar…

La Red se presenta como un lugar en el que parten de la misma casi­lla de salida que los hombres

En el mundo físico, los luga­res desti­na­dos al apren­di­zaje informá­tico cola­bo­ra­tivo son los hack­labs (labo­ra­to­rios hacker), que en España tuvi­e­ron espe­cial efer­ves­cen­cia a partir del año 2000, cuando se cele­bró en Barce­lona el primer Hack­me­e­ting (encu­en­tro inter­na­ci­o­nal de hackers y acti­vis­tas) del Estado.

Todo lo que sabe la progra­ma­dora y admi­nis­tra­dora de siste­mas Tati­ana de la O lo ha apren­dido en espa­cios simi­la­res. Vive en Cala­fou, una anti­gua colo­nia indus­trial aban­do­nada en la Anoia (Cata­luña), junto a una pequeña comu­ni­dad auto­ges­ti­o­nada. Tati­ana fue admi­nis­tra­dora del nodo gibral­ta­reño (el primero trans­con­ti­nen­tal), de un hito de la histo­ria de la Red: Indy­me­dia.

Esta web apare­ció en Seattle (EE UU) en 1999 durante las movi­li­za­ci­o­nes contra una cumbre de la Orga­ni­za­ción Mundial del Comer­cio que dieron lugar a lo que hoy cono­ce­mos como movi­mi­ento anti­glo­ba­li­za­ción. Indy­me­dia se convir­tió en el primer portal en el que los usua­rios podían publi­car sus propias noti­cias y convo­ca­to­rias, y supuso una revo­lu­ción entre los movi­mi­en­tos soci­a­les de la época: «Saber crear tu propia tecno­lo­gía te da poder».

Tati­ana ha cola­bo­rado con innu­me­ra­bles proyec­tos, desde audi­o­vi­su­a­les hasta reivin­di­ca­ti­vos, apor­tando su cono­ci­mi­ento para que sean inde­pen­di­en­tes y viables. Pero también trabaja para defen­derse de la tecno­lo­gía, y ayuda a los demás a hacerlo: «La tecno­lo­gía también nos jode: rastrean cómo nave­ga­mos para vender­nos lo que quie­ren, se quedan con nues­tra infor­ma­ción en el correo y en las redes soci­a­les. He enseñado a amas de casa y a gran­je­ros, es cues­tión de super­vi­ven­cia».

Tati­ana explica que cada vez se exti­ende más la conci­en­cia sobre nues­tra expo­si­ción al poder: «En Ingla­terra, durante los distur­bios de 2011 detu­vi­e­ron a ciuda­da­nos por enviar mensa­jes con la Black­berry, y la gente empezó a pregun­tar por apli­ca­ci­o­nes inde­tec­ta­bles», es decir, progra­mas no contro­la­dos por empre­sas que acce­den a las peti­ci­o­nes de los gobi­er­nos para que les entre­guen los datos de sus usua­rios.

'N-1'

Un ejem­plo de este tipo de tecno­lo­gía es N-1, una red social (como Face­book) pero no comer­cial, surgida al calor del 15-M por parte del colec­tivo Lorea, del que forma parte Spide­ra­lex: «Su uso no era tan fácil, pero cuando la gente vio que había sido creada por gente del movi­mi­ento, nos hici­e­ron llegar dinero para pagar más servi­do­res». Actu­al­mente N-1 tiene más de 41.000 usua­rios.

Tati­ana cuenta que durante el tiempo en que vivió en Holanda vio a muchas muje­res acos­tum­bra­das al poder: «Profe­so­ras, inves­ti­ga­do­ras. En España no veo muchas muje­res así. No se trata del poder de Marga­ret Tatcher, sino del de Marie Curie». Es el poder del cono­ci­mi­ento, de la expe­ri­men­ta­ción, para el que cree que no se educa a las muje­res: «Nos enseñan a buscar la educa­ción formal, a no confiar en noso­tras mismas, y eso frena la expe­ri­men­ta­ción tecno­ló­gica en noso­tras. Por ejem­plo, ellas me pregun­tan cuándo daré un taller sobre tal cosa, y ellos me pregun­tan direc­ta­mente cómo hacerlo».

El nego­cio de las TIC (tecno­lo­gías de la infor­ma­ción y la comu­ni­ca­ción) está en alza, y es proba­ble que las nece­si­da­des de la indus­tria por satis­fa­cer a un mercado que repre­senta la mitad de la pobla­ción mundial exijan cada vez más muje­res en su desar­ro­llo. En algu­nos países emer­gen­tes como la India, Viet­nam, Tailan­dia, Fili­pi­nas, Singa­pur y Mala­sia, las muje­res matri­cu­la­das en Cien­cias Informá­ti­cas ya supe­ran a los hombres.

A pesar de tener 800.000 pues­tos técni­cos por cubrir, Europa va en retro­ceso en cuanto a licen­ci­a­das

A pesar de tener 800.000 pues­tos técni­cos por cubrir en la actu­a­li­dad, Europa va en retro­ceso en cuanto a licen­ci­a­das. A veces, incluso las chicas que han nacido para ello nece­si­tan un golpe de suerte para termi­nar estu­di­ando informá­tica. Es el caso de Silvia, que estu­dia Desar­ro­llo de Apli­ca­ci­o­nes Informá­ti­cas en Saba­dell. En su habi­ta­ción, dimi­nuta, tiene un servi­dor propio, un montón de destor­ni­lla­do­res y un surtido de compo­nen­tes informá­ti­cos alma­ce­na­dos en varias cajas: «Siem­pre me ha gustado abrir las cosas para saber cómo funci­o­nan. Mis amigos me traen móvi­les, discos duros, portá­ti­les. Los abro y los reparo. Soy feliz haci­én­dolo, así que no cobro».

Al prin­ci­pio Silvia se matri­culó en Psico­lo­gía en una univer­si­dad a distan­cia, ya que tenía que traba­jar para pagár­sela: «Encon­tré un curro como repa­ra­dora de móvi­les. Estuve allí dos años, me encan­taba». Fue su compañero de mesa, que estu­di­aba Admi­nis­tra­ción de Siste­mas, quien la conven­ció de seguir sus pasos al compro­bar sus apti­tu­des inna­tas: «¿Dónde me he metido?, me pregunté».

Silvia sueña con tener su propia empresa de vide­o­ju­e­gos, y a pesar de consi­de­rar que tiene el mismo nivel que sus compañe­ros, cree que el mundo labo­ral será distinto: «Siem­pre pien­sas que no van a confiar en ti. En las entre­vis­tas las muje­res tene­mos que demos­trar poten­cial, esfor­zar­nos para que vean que pode­mos llegar más lejos de lo que ahora somos». En su clase, ella y otra chica son las únicas muje­res.

Para algu­nas de nues­tras prota­go­nis­tas Inter­net es un arma afilada, no violenta, que consi­gue algo más impor­tante que la victo­ria: en cada una de sus acci­o­nes virtu­a­les la comu­ni­dad a la que perte­ne­cen se amplía en forma de red, haci­én­dose cada vez más fuerte. La peri­o­dista espe­ci­a­li­zada en temas de género Mons­ter­rat Boix vio que una fruc­tí­fera alianza podía surgir entre el femi­nismo y las herra­mi­en­tas informá­ti­cas, dando lugar al Ciber­fe­mi­nismo Social, término que ella misma acuñó.

En 1997 Mont­ser­rat fundó Muje­res en Red, un portal que se ha conver­tido en uno de los prin­ci­pa­les nodos en defensa de los dere­chos de las muje­res en nues­tro país: «¿Vamos a desa­pro­ve­char todas las posi­bi­li­da­des que las redes elec­tró­ni­cas nos ofre­cen como herra­mi­enta de trans­for­ma­ción social?», cues­ti­ona.

La cues­tión social activa

El 15-M, un movi­mi­ento vehi­cu­lado a través de las redes, está haci­endo que muchas muje­res utili­cen la tecno­lo­gía para inter­ve­nir en la reali­dad. Para Mont­ser­rat ha supu­esto un avance que tampoco hay que desa­pro­ve­char: «Esta­mos en un momento muy bueno. He visto carte­les que decían 'La revo­lu­ción será femi­nista o no será', se habla en feme­nino gené­rico. Hay que refor­zar toda esa prác­tica con teoría. Y eso solo es posi­ble acep­tando que esta­mos discri­mi­na­das, algo que a las jóve­nes no les gusta dema­si­ado».

Entre las campañas más signi­fi­ca­ti­vas de Muje­res en Red está 'Todas somos Tani’, con la que en el año 2000 se consi­guió el indulto de Teresa Moreno Maya, una mujer gitana conde­nada a 14 años de prisión por matar a su marido a pesar de haber sido víctima de malos tratos.

Compar­tir infor­ma­ción sin ánimo de lucro es un dere­cho por el que muchos inter­nau­tas consi­de­ran que hay que luchar. Para algu­nos, Amparo Peiró es una de las prime­ras pira­tas de pelí­cu­las de España. Para otros, alguien que repre­sentó en nues­tro país el cambio de una indus­tria que se empe­zaba a eviden­ciar a nivel global.

A través del portal de descar­gas Animer­sion, Amparo empezó a traba­jar para compar­tir estre­nos de cine en Inter­net: «En ese momento no sabí­a­mos nada de leyes ni de propi­e­dad inte­lec­tual. Empecé a conver­tir pelí­cu­las origi­na­les por mis sobri­nos, que querían verlas una y otra vez». Amparo acabó siendo una de las admi­nis­tra­do­ras de la web, que llegó a regis­trar 150.000 usua­rios.

El movi­mi­ento 15-M está haci­endo que muchas muje­res utili­cen la tecno­lo­gía para inter­ve­nir la reali­dad"Aque­llo me engan­chó. Inver­tí­a­mos nues­tro tiempo en ir a los cines en busca de los mejo­res audios, sincro­ni­zar­los con las pelí­cu­las origi­na­les, tradu­cir los subtí­tu­los y gastá­ba­mos nues­tro dinero en servi­do­res en Fran­cia. Jamás tuvi­mos publi­ci­dad ni ánimo de lucro«. Ese fue el motivo por el que, después de la denun­cia de la edito­rial Planeta Crédito, el caso de Animer­sion se sobre­seyó. Para Amparo pira­tear era una labor social: »Me empe­za­ron a escri­bir perso­nas sordas y sin movi­li­dad. Gente que no tenía dinero para ir al cine o padres que querían que sus hijos apren­di­e­ran inglés y no podían pagar clases parti­cu­la­res, me daban las gracias".

Después del cierre volun­ta­rio de la web en 2008, Amparo deci­dió seguir luchando contra la Ley Sinde-Wert desde el Partido Pirata. Hoy también cola­bora con la plata­forma Tele­de­to­dos, en defensa de la tele­vi­sión pública: «Todo forma parte de un mismo entra­mado. Hay que evitar que contro­len todos los medios, esa es nues­tra lucha».

A raíz de sus inves­ti­ga­ci­o­nes, tanto Spide­ra­lex como Eva Cruells opinan que las tecno­lo­gías desar­ro­lla­das por muje­res ofre­cen algu­nas pecu­li­a­ri­da­des: «Ellas utili­zan la tecno­lo­gía de un modo prác­tico, para trans­for­mar y mejo­rar la vida según las nece­si­da­des soci­a­les», explica Cruells. Spide­ra­lex cree que en los hombres a menudo inter­vi­ene el ego y el amor por la tecno­lo­gía en sí misma, aunque no tenga una apli­ca­ción útil en la vida real.

Blac­khold y la wifi gratis

Blac­khold es una hacker que, después de un ERE en la empresa para la que traba­jaba, deci­dió inver­tir su tiempo en cola­bo­rar con una red inalám­brica gratuita que apor­tara más venta­jas que la ADSL que contra­ta­mos con las gran­des empre­sas de tele­co­mu­ni­ca­ci­o­nes. Guifi.net es una red inalám­brica ciuda­dana. Cual­quier persona puede colo­car una antena para captar la señal en su zona, y de ahí, proveer y difun­dir el servi­cio de Inter­net entre sus veci­nos.

La ética hacker consiste en esto, en ayudar­nos unos a otros

Como Tati­ana, Blac­khold también cree que una red que no dependa de gran­des empre­sas asegura la liber­tad de los ciuda­da­nos: «Hemos visto lo que suce­dió en Egipto, les corta­ron Inter­net para que no pudi­e­ran usar las redes soci­a­les. No pode­mos permi­tir algo así». Por ese motivo, Blac­khold se dedica a tiempo completo a difun­dir el proyecto, que ya se ha exten­dido desde Cata­luña al resto de la Penín­sula alcan­zando los 16.500 nodos opera­ti­vos, entre los cuales hay muchas pobla­ci­o­nes rura­les que para las multi­na­ci­o­na­les no resul­tan renta­bles.

A lo largo de su trayec­to­ria, Blac­khold también ha apor­tado su expe­ri­en­cia a otros colec­ti­vos, y dice no nece­si­tar reco­no­ci­mi­ento: «No me gusta ser líder, pero he ayudado a que muchos proyec­tos salgan adelante. Soy como una abeja que lleva el polen de aquí para allá. Para mí, la ética hacker consiste en esto, en ayudar­nos unos a otros, y el hack­ti­vismo, en recor­darle a alguien que hay unos dere­chos que debe respe­tar, también en la Red».

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