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Los gobi­er­nos han utili­zado el Covid-19 para justi­fi­car una depen­den­cia aún mayor de la vigi­lan­cia digi­tal, argu­men­tando que ésta es nece­sa­ria para apli­car medi­das de distan­ci­a­mi­ento social.

Este proyecto se centra en tres países -Fran­cia, España y Reino Unido- en los que las tecno­lo­gías de vigi­lan­cia se han incor­po­rado y norma­li­zado coti­di­a­na­mente en la acti­vi­dad poli­cial, refor­zando a menudo los prejui­cios nega­ti­vos de clase y raza, sin ningún debate público signi­fi­ca­tivo.

 

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Vivi­mos en la soci­e­dad de la vigi­lan­cia. Ya sea en las calles o en la inti­mi­dad de nues­tros hoga­res, los Esta­dos pagan con dinero público a empre­sas priva­das para que nos espíen.



El espi­o­naje esta­tal no es algo nuevo: los gobi­er­nos tienen una larga histo­ria de espi­o­naje a las pobla­ci­o­nes insu­bor­di­na­das a fin de adelan­tarse a ellas y acabar con posi­bles amena­zas antes de que se hici­e­ran reali­dad. Sin embargo, los avan­ces de la tecno­lo­gía digi­tal en las últi­mas déca­das han alla­nado el camino para que los Esta­dos vigi­len a pobla­ci­o­nes ente­ras hasta un nivel sin prece­den­tes y profun­da­mente preo­cu­pante. Antes, los gobi­er­nos espi­a­ban a obje­ti­vos espe­cí­fi­cos, hoy la tecno­lo­gía digi­tal ofrece el equi­pa­mi­ento para espi­ar­nos a todos, todo el tiempo: todo el mundo es sospe­choso, nadie está a salvo.



George Orwell advir­tió de un futuro distó­pico en el que « siem­pre había ojos que te obser­va­ban… despi­erto o dormido, dentro o fuera de casa… [donde] nada era tuyo salvo los pocos centí­me­tros cúbi­cos de tu cráneo ». Este futuro distó­pico es ahora una reali­dad. El desar­ro­llo de la vigi­lan­cia digi­tal y la exis­ten­cia de un mercado de produc­tos de alta tecno­lo­gía en cons­tante expan­sión, junto con una narra­tiva de segu­ri­dad naci­o­nal aparen­te­mente incu­es­ti­o­na­ble y una tenden­cia a la priva­ti­za­ción de los servi­cios públi­cos, ha supu­esto que los Esta­dos depen­dan ahora de múlti­ples herra­mi­en­tas digi­ta­les para vigi­lar y contro­lar a la soci­e­dad. La tecno­lo­gía de reco­no­ci­mi­ento facial, las herra­mi­en­tas de extrac­ción de datos tele­fó­ni­cos, los drones y las cáma­ras CCTV, entre otras tecno­lo­gías de vigi­lan­cia, se despli­e­gan actu­al­mente de forma ruti­na­ria para vigi­lar a las pobla­ci­o­nes, sin tener en cuenta su impacto en la priva­ci­dad y los dere­chos funda­men­ta­les.



Desde su apari­ción, los gobi­er­nos han utili­zado el Covid-19 para justi­fi­car una depen­den­cia aún mayor de la vigi­lan­cia digi­tal, argu­men­tando que esta es nece­sa­ria para apli­car medi­das de distan­ci­a­mi­ento social. Han aumen­tado los vuelos de drones, algu­nos de ellos con imáge­nes térmi­cas, y las apli­ca­ci­o­nes de segui­mi­ento del Covid-19, que son capa­ces de vigi­lar todos nues­tros movi­mi­en­tos y reco­pi­lar enor­mes canti­da­des de datos sobre nues­tra vida coti­di­ana. Esto es una vigi­lan­cia esta­tal “hormo­nada”. Del mismo modo, las empre­sas de alta tecno­lo­gía, ávidas de bene­fi­cios, se han apre­su­rado a afir­mar que las herra­mi­en­tas biomé­tri­cas, como el reco­no­ci­mi­ento facial o los escá­ne­res de retina, son tan fiables y nece­sa­rias como nunca antes, apro­ve­chando una crisis sani­ta­ria mundial para comer­ci­a­li­zar sus herra­mi­en­tas de vigi­lan­cia como parte de la solu­ción a un problema de salud. Todos tene­mos dere­cho a la inti­mi­dad. Cuando se viola este dere­cho, se produ­cen impor­tan­tes reper­cu­si­o­nes en el cumpli­mi­ento de otros dere­chos funda­men­ta­les, como el dere­cho a la vida fami­liar, la liber­tad de expre­sión, la liber­tad de reunión, de movi­mi­ento y de reli­gión. Para quie­nes parti­ci­pan acti­va­mente en los movi­mi­en­tos soci­a­les, saber que cada uno de nues­tros pasos está poten­ci­al­mente vigi­lado puede tener un efecto esca­lo­fri­ante en nues­tro acti­vismo y en la forma que adop­tan nues­tras luchas polí­ti­cas.



Este proyecto se centra en tres países -Fran­cia, España y Reino Unido- en los que las tecno­lo­gías de vigi­lan­cia se han incor­po­rado y norma­li­zado coti­di­a­na­mente en la acti­vi­dad poli­cial, refor­zando a menudo los prejui­cios nega­ti­vos de clase y raza, sin ningún debate público signi­fi­ca­tivo. Expli­ca­re­mos cuáles son las tecno­lo­gías utili­za­das y su impacto en una soci­e­dad civil polí­ti­ca­mente activa. Igual­mente, expon­dre­mos los enor­mes bene­fi­cios que obti­e­nen las empre­sas. Por último, esbo­za­re­mos algu­nas reco­men­da­ci­o­nes que, si se ponen en prác­tica, podrían cambiar el rumbo de la vigi­lan­cia masiva.