La red: el cuarto oscuro de la violencia machista

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Notí­cia de Núria Marrón dispo­ni­ble a:

https://www.elpe­ri­o­dico.com/es/cuaderno/20201122/inter­net-cuarto-oscuro-violen­cias-machis­tas-digi­ta…

Inter­net se ha conver­tido un espa­cio de impu­ni­dad para el acoso y el discurso del odio. En el marco del 25-N, día contra las violen­cias machis­tas, toma­mos el pulso a un fenó­meno en esca­lada que ha aumen­tado desde el confi­na­mi­ento. ¿Cómo podría rever­tirse?

La espi­ral de terror para Encarna Igle­sias, hoy presi­denta de la asoci­a­ción Stop Violen­cia de Género Digi­tal, empezó con las insis­ten­tes llama­das de control de su enton­ces marido. ¿Dónde estás? ¿Con quién? ¿Por qué no coges el telé­fono? Pero lo peor, explica, llegó tras el anun­cio de sepa­ra­ción. Podía llamarla «80 veces en una hora» entre insul­tos y amena­zas, contra ella y su hijo, y luego conver­tir sus redes soci­a­les en un fabu­loso asper­sor de inju­rias y repro­ches ampli­fi­cado a todo su entorno. Sin embargo, cuando Encarna se deci­dió a ir a comi­sa­ría, la reco­men­da­ción que le hizo el agente de guar­dia fue que se cambi­ara de número de telé­fono y, si acaso, se diera de baja de las redes soci­a­les.

 

Esta sensa­ción de desam­paro e inde­fen­sión ante el insulto, la amenaza y el control insom­nes la cono­cen bien las miles de muje­res que han sufrido ciber­vi­o­len­cias machis­tas, un agujero negro global y aún incu­an­ti­fi­ca­ble que las admi­nis­tra­ci­o­nes no evalúan de forma rigu­rosa y que sigue siendo ampli­a­mente «igno­rado tanto por los gobi­er­nos y las insti­tu­ci­o­nes como por las plata­for­mas digi­ta­les», cues­ti­ona la soci­ó­loga y profe­sora de la UB Núria Vergés, inves­ti­ga­dora en género y tecno­lo­gías, y miem­bro de Dones­tech, que trabaja para que la red deje de ser un terri­to­rio hostil y tóxico para las muje­res. 

 

Una conti­nui­dad del mundo físico

 

En la inves­ti­ga­ción acadé­mica se suele decir que en inter­net no hay cuer­pos, pero sí genero. Y, con él, múlti­ples formas de hosti­ga­mi­ento. Ahí están, por ejem­plo, el control del móvil, el espi­o­naje y el acoso. Y también el chan­taje con imáge­nes sexu­a­les, el envío no consen­tido de porno­gra­fía, la suplan­ta­ción de la iden­ti­dad o las amena­zas de muerte. Así, tanto cuando el acoso parte del entorno (pareja, fami­lia, amis­ta­des o compañe­ros labo­ra­les o de estu­dios) como cuando deriva de la proyec­ción pública, las violen­cias 'on line’ presen­tan el mismo pulso de «domi­na­ción y erosión» que sus pari­en­tas analó­gi­cas, con las que se retro­a­li­men­tan, pero también algu­nos hechos dife­ren­ci­a­les.

«Los más impor­tan­tes son el fácil acceso a la víctima, la vira­li­dad, la difi­cul­tad de borrar el conte­nido y la viru­len­cia que alienta esa espe­cie de clan­des­ti­ni­dad que aporta la red y que se basa en la posi­bi­li­dad del anoni­mato y en las difi­cul­ta­des de la traza­bi­li­dad y la prueba», apunta la jurista Noelia Igareda, miem­bro del centro de inves­ti­ga­ción de la UAB Antí­gona y coau­tora de 'Les ciber­vi­o­lèn­cies masclis­tes’ (2020), uno de los conta­dos estu­dios, impul­sado por el Insti­tut Català de les Dones, sobre el asunto más allá de la adoles­cen­cia.

Así, el diag­nós­tico compar­tido por juris­tas, enti­da­des e inves­ti­ga­do­ras es que ni se conoce real­mente el alcance del fenó­meno, ni a menudo estos casos se iden­ti­fi­can como violen­cias machis­tas, ni existe un marco jurí­dico –como tampoco forma­ción adecu­ada en comi­sa­rías, bufe­tes de aboga­dos y juzga­dos– que permita brin­dar respu­es­tas efec­ti­vas. La norma­tiva es muy dispersa y elegir el camino legal para denun­ciar estas violen­cias no es fácil.

¿QUÉ ES EL 'SEXTING’? ¿Y EL 'SEXPRE­A­DING’?

Las ciber­vi­o­len­cias tienen su propio argot. Aquí los térmi­nos más usua­les:

 

Doxing: apro­pi­arse de infor­ma­ción de una persona y publi­carla

on el fin de inci­tar al acoso tanto digi­tal como físico.

Sexting: compar­tir mate­rial sexual de forma libre y como

arte del juego erótico.

Sexpre­a­ding: hacerlo sin consen­ti­mi­ento y para causar daño.

Stal­king: acoso reite­rado, hasta el punto de provo­car miedo.

 

 

«El cibe­ra­coso labo­ral, por ejem­plo, puede ser sanci­o­nado en la vía labo­ral o penal, y también hay conduc­tas que pueden denun­ci­arse por infrin­gir la protec­ción de datos o por la vía civil si se quiere salva­guar­dar la repu­ta­ción, la priva­ci­dad o la propia imagen. Y aunque el código penal acaba siendo la herra­mi­enta más usada, no cubre todas las formas de violen­cia digi­tal», asegura la abogada Laia Serra, que ha parti­ci­pado en la nueva redac­ción de la ley cata­lana de violen­cias machis­tas y que incluirá las deri­va­das de las nuevas tecno­lo­gías.   

        

El acoso en el entorno de confi­anza 

De hecho, la ausen­cia de figura jurí­dica se une a la obso­les­cen­cia de la ley de violen­cia de género esta­tal, que sigue contem­plando como tal solo la infli­gida por pare­jas o expa­re­jas y no la reci­bida por el hecho de ser muje­res, tal como recoge desde el 2014 el Conve­nio de Estam­bul. Por tanto, sin apenas indi­ca­do­res, aden­trarse en las agre­si­o­nes digi­ta­les, un fenó­meno en aumento desde el confi­na­mi­ento debido al incre­mento del tiempo dedi­cado al mundo digi­tal –"en nues­tra asoci­a­ción han ascen­dido en un 50% las llama­das de auxi­lio", asegura Encarna Igle­si­as–, implica hacerlo en parte a tien­tas.

EL MUNDO DIGI­TAL, BAJO EL FOCO

Las violen­cias machis­tas en el entorno digi­tal centran preci­sa­mente la campaña del Ayun­ta­mi­ento de Barce­lona del próximo  25 de novi­em­bre,  en la que, a través de las redes soci­a­les, se propo­nen herra­mi­en­tas desti­na­das a que la comu­ni­dad ciber­nauta más joven se «dé apoyo mutuo» ante este tipo de agre­si­o­nes.

En la misma línea, la Dipu­ta­ción de Barce­lona cele­brará el próximo 3 de dici­em­bre la jornada ‘Vio­lèn­cies masclis­tes digi­tals: el món virtual com a arma de guer­ra’.

Veamos. En el 2014, un estu­dio euro­peo empezó a dar los prime­ros pasos en este espeso boscaje que va más allá del ya de por sí preo­cu­pante impacto en la adoles­cen­cia, y apuntó a que el 23% de las muje­res había reci­bido acoso 'on line’ por parte de pare­jas o expa­re­jas. De hecho, se consi­dera que el 90% de los casos de violen­cias en el ámbito sexo­a­fec­tivo ya incluyen una parte virtual.

En este sentido, algo más de luz  arroja el reci­ente informe de Antí­gona a partir del estu­dio de muje­res afec­ta­das. ¿Las vulne­ra­ci­o­nes más comu­nes? 1/ Los insul­tos («puta», «zorra», «bollera», «sudaca»); 2/ el acceso a cuen­tas y dispo­si­ti­vos sin consen­ti­mi­ento y la mani­pu­la­ción de datos priva­dos, y 3/ las amena­zas por cana­les digi­ta­les. Y junto a ellas, el control  'non stop’, el espi­o­naje y la amenaza de difun­dir mate­rial íntimo o sexual.

«Me decía que colga­ría fotos mías desnuda o ínti­mas», explica una de las entre­vis­ta­das. Dos apun­tes signi­fi­ca­ti­vos: en el 80% de los casos los agre­so­res son hombres (desco­no­ci­dos el 55% de las veces; entre los cono­ci­dos preva­le­cen las expa­re­jas) y 9 de cada 10 encu­es­ta­das afirmó que no había denun­ci­ado, ya fuera por descon­fi­anza en el proceso, falta de prue­bas o moti­vos econó­mi­cos.

«Se trata de violen­cias psico­ló­gi­cas muy graves (causa de miedo, ansi­e­dad y depre­sión en el 76% de los casos) que se sufren a través de inter­net y las redes soci­a­les –añade el infor­me–. Además, es común que se den varias formas de ciber­vi­o­len­cia a la vez y que también sean simultá­neas con otras formas de agre­si­o­nes físi­cas o sexu­a­les 'off line’».

Hosti­ga­mi­ento público

Y luego está el hosti­ga­mi­ento a muje­res con perfil público. Un acoso que bascula entre los episo­dios puntu­a­les y las reite­ra­das tormen­tas de odio orga­ni­za­das desde la clan­des­ti­ni­dad que brin­dan los foros y los grupos de afini­dad, algu­nos de ellos muscu­la­dos también al amparo de las orga­ni­za­ci­o­nes de ultra­de­re­cha, que han conver­tido el anti­fe­mi­nismo en apeti­tosa muni­ción. «No son solo cuatro aluci­na­dos de Foro­co­ches –afirma Igareda, que forma parte de una inves­ti­ga­ción euro­pea sobre el discurso del odio anti­gé­nero en redes soci­a­les y parti­dos polí­ti­cos–. Detrás hay obje­ti­vos y estra­te­gias».

¿Y los dispa­ra­do­res más comu­nes? «Las cues­ti­o­nes raci­a­les, el género y las viola­ci­o­nes son temas que funci­o­nan como un silbato de agre­so­res», apunta la escri­tora britá­nica Dani­e­lle Dash en el informe 'Toxictwit­ter' que elaboró Amnis­tía Inter­na­ci­o­nal en el 2018 y que desveló que el 62,35% de las muje­res entre­vis­ta­das había sufrido algún abuso y que el 41% había sentido que, en algún momento, su inte­gri­dad física peli­graba.

Ejem­plos de cibe­ra­coso sexista los hay a pala­das. Días atrás, por ejem­plo, la alcal­desa de Sant Feliu de Llobre­gat, Lídia Muñoz, denun­ció los mensa­jes insul­tan­tes –por supu­esto con conno­ta­ción sexu­al– que había reci­bido y que hizo públi­cos, asegura, preci­sa­mente para girar el foco hacia las violen­cias digi­ta­les. Ahí está también el caso de la peri­o­dista y acti­vista femi­nista Irantzu Varela, que suma amena­zas 'on line’ y 'off line’, suplan­ta­ci­o­nes de iden­ti­dad y hasta recep­ci­o­nes de porno­gra­fía infan­til. O el relato de la actriz Itziar Castro, quien, auto­pro­cla­mada «gorda, lesbi­ana y femi­nista», da cuenta de cómo la viru­len­cia se inten­si­fica cuando inter­sec­ci­o­nan a la vez distin­tos ejes de opre­sión (orien­ta­ción sexual, iden­ti­dad o expre­sión de género, raza, origen, clase, capa­ci­da­des…)

Caso para­digmá­tico fue, en verano, la preci­pi­tada salida de España de la artista peru­ana afin­cada en Barce­lona Dani­ela Ortiz, tras haber denun­ci­ado en 'Espejo públi­co’ «la simbo­lo­gía racista y colo­nial» de monu­men­tos como el de Colón y haber reci­bido amena­zas muy graves a través de las redes y de forma privada. 

La convi­ven­cia con el odio, está claro, deja mues­cas. En el informe de Antí­gona, por ejem­plo, se recoge que hasta un 62% de las encu­es­ta­das, además de sobre­lle­var el impacto emoci­o­nal, se ha auto­cen­su­rado o reba­jado su perfil público. Es indu­da­ble que en las redes se modula el discurso público y este hosti­ga­mi­ento a menudo se convi­erte en «una forma de silen­ci­a­ción y disci­pli­na­mi­ento –dice Noelia Igare­da–. El apagón digi­tal es un precio altí­simo a pagar por este tipo de acoso que no te golpea físi­ca­mente pero puede conver­tir tu vida en un infi­erno y que sin duda tiene un efecto ejem­pla­ri­zante sobre las demás muje­res, al dejar un mensaje claro de ‘mira a qué te expo­nes’».

La ‘machos­fe­ra’ de inter­net

Que inter­net, que tantas revo­lu­ci­o­nes ha permi­tido, se haya conver­tido también en una espe­cie de «terri­to­rio coman­che» tiene que ver con muchos facto­res, afirma esta inves­ti­ga­dora. Por ejem­plo, con los meca­nis­mos «difu­sos» de autor­re­gu­la­ción de las plata­for­mas, pero sobre todo, afirma, con el alcance global de la red, que desborda las costu­ras de los esta­dos. «Como soci­e­dad creo que tene­mos pendi­ente una discu­sión compleja sobre los lími­tes de la liber­tad de expre­sión en las redes, si es que consi­de­ra­mos que debe tener­los», añade.

Tampoco es, por supu­esto, un fenó­meno local. De hecho, de un tiempo a esta parte, en el mundo anglo­sa­jón se usa el término 'manos­fera' (o machos­fera) para ilus­trar la propa­ga­ción infec­ci­osa del neoma­chismo y cómo el odio anti­gé­nero, unido también al despe­gue de la ultra­de­re­cha y su impla­ca­ble uso de las redes soci­a­les, ha pasado a campar con impu­ni­dad por inter­net y a contrar­res­tar –ya vemos que a menudo con fiereza y con gran impacto entre los más jóve­nes– los avan­ces en los dere­chos de las muje­res.

A esta espe­cie de contrar­re­forma digi­tal también contri­buye, afirma Núria Vergés, desde el machismo estruc­tu­ral y la mascu­li­ni­za­ción de los pues­tos direc­ti­vos de las tecno­ló­gi­cas hasta el diseño de los algo­rit­mos, que premian la polé­mica por sucu­lenta y prio­ri­zan los 'filtros burbuja', los cuales difi­cul­tan que a los usua­rios les lleguen noti­fi­ca­ci­o­nes más allá de los inter­e­ses mostra­dos. El resul­tado: aumen­tan el aisla­mi­ento y los prejui­cios.

«Ya hay dema­si­a­das muer­tes digi­ta­les y no nos pode­mos permi­tir ni dejar de contri­buir al discurso público ni aban­do­nar la tecno­lo­gía, que está defi­ni­endo el mundo del futuro», asegura Vergés, quien, a modo de corta­fu­e­gos, comparte algu­nas estra­te­gias de resis­ten­cia.

Junto a tácti­cas de auto­de­fensa –como hacer análi­sis de los ries­goscuidar la segu­ri­dad y el mate­rial sensi­ble o usar iden­ti­da­des colec­ti­vas–, la profe­sora de la UB también urge a dar un paso al frente. «Por ejem­plo, repor­tar y docu­men­tar los inci­den­tesrecla­mar mayor compro­miso de las plata­for­masiden­ti­fi­car a los agre­so­res rein­ci­den­tes; hacer red y tejer espa­cios amiga­bles; impul­sar la forma­ción e incluso echar mano del humor y los memes anti­troll». «Más que nunca -añade- es nece­sa­rio que siga­mos cons­truyendo el inter­net que nos gusta­ría tener».