Justicia transformativa: Silencios Fisurados

Imatge
Àmbits Temàtics

Post origi­nal aqui

No sé cómo empe­zar a escri­bir este texto. He escrito muchas veces sobre lo que ha signi­fi­cado esta expe­ri­en­cia en mi vida pero nunca con la inten­ción que lo lean otras perso­nas. Creo que podría partir con lo mismo que le dije a cada una de las perso­nas de mi fami­lia hace un año y medio: “Cuando tenía entre catorce y dieci­séis años, mi hermano Ismael Vidal Kaulen abusó sexu­al­mente de mí”. A la misma edad comencé a desar­ro­llar una esco­li­o­sis que según todos los trau­ma­tó­lo­gos que me vieron era de carác­ter idiopá­tico, es decir, sin causa cono­cida.

Me demoré mucho tiempo en enten­der y poder decir que lo que viví en muchas ocasi­o­nes era abuso sexual. El abuso sexual cuando ocurre en un ambi­ente fami­liar, sobre todo de perso­nas como tu papá, abuelo o, en mi caso, mi hermano doce años mayor que yo, es algo muy confuso y difí­cil de iden­ti­fi­car. Los viola­do­res eran hombres desco­no­ci­dos que te ataca­ban en la noche debajo de un puente o en una calle soli­ta­ria, no perso­nas que quie­res y que se supone que te cuidan.

Cuando de adoles­cente ocur­ri­e­ron todas estas situ­a­ci­o­nes decidí guar­dar­las en un rincón dentro mío y nunca hablar­las con nadie. Decir que habían ocur­rido era una manera de darles enti­dad y yo solo quería olvi­darme. Me daba mucho miedo que alguien se diera cuenta que eso estaba pasando. En más de una ocasión mi hermano me dijo que si yo se lo contaba a alguien él lo nega­ría “Voy a dejarte como loca, lo voy a negar todo, y tú sabes que me van a creer a mí, te van a encer­rar”. También decía que esto lo hacía porque me quería, que si no fuéra­mos herma­nos serí­a­mos pareja, que si tuvi­era una hija quería que fuera como yo, que tenía fanta­sías cuando yo cumpli­era 18 años y varias cosas que yo no sabía cómo enten­der. Las situ­a­ci­o­nes de abuso fueron tantas que no me dan ganas de contar­las, algu­nas fueron mien­tras dormía, otras con él muy borra­cho. Durante mucho tiempo después, me seguía dando asco el olor a cerveza. Pude poner fin a las situ­a­ci­o­nes de abuso cuando tenía 16 años, le dije que no quería que sigui­era haci­endo eso. Me preguntó si era porque me daba vergüenza el que estu­vi­era su novia en la pieza del lado, sólo me salió decirle “porque somos herma­nos y esto no está bien”. Tiempo después mi mamá y mi papá nota­ron que algo me pasaba y me manda­ron a tera­pia. A raíz de esto mi hermano se enojó con mis padres, dijo que era horri­ble que me envi­a­ran a una psicó­loga y dejó de hablar­les por más de un año. Yo nunca le conté a esa tera­peuta lo suce­dido.

Borré todo y después de un tiempo seguí teni­endo rela­ción con él. Él vivía en Monte­vi­deo y lo visité. Creo que fue en esa misma visita que me dijo, como otras veces, que no creía que yo fuera lesbi­ana. Después comenzó a hablar de “todo lo que había pasado” hace años, me pidió perdón y dijo que cargaba con mucha culpa. Yo tenía 20, poca plata y un pasaje para irme en tres días más, salvo mi hermano y sus amigos no cono­cía a nadie en Uruguay. Bási­ca­mente, no tenía donde ir. Le dije que no se preo­cu­para, que lo perdo­naba, en ese momento no era capaz de hablar de eso. Acto seguido comenzó a desnu­darse, pude dete­nerlo. Él no quería pedirme discul­pas, quería medir si aún podía abusar de mí.

Me demoré años en asumir que lo que había pasado era violen­cia sexual. Cuando terminé el cole­gio, me fui a vivir sola a Buenos Aires. Una noche estando en Chile, me junté con un amigo a conver­sar y tomar cerveza. En un momento me dio un beso sin pedirme ningún tipo de consen­ti­mi­ento y luego agregó “fue de cariño, no es que quiera algo más”. Yo había golpe­ado a tipos que me habían corrido mano en el trans­porte público, había defen­dido a amigas a las que habían acosado en bares, respon­día a cada cosa que me gritaba un hombre cuando iba en la calle, era acti­vista femi­nista ¿por qué ante una persona que quería y con la que sentía confi­anza como mi supu­esto amigo no era capaz de defen­derme? Sólo me quedé callada, me despedí (nunca más quise tener contacto con esa persona) y me fui en el taxi acordán­dome de todo lo que había pasado con mi hermano años atrás.

Mi silen­cio comenzó a fisu­rarse cuando me pude decir a mí misma lo que había pasado.

Meses después volví a Argen­tina, y le conté a mi pareja de ese tiempo lo que me había pasado hace 10 años, fue a la primera persona a la que se lo pude decir, segunda fisura.

Un tiempo después le escribí un mail a mi hermano dici­én­dole que lo que había pasado era abuso sexual, que no quería tener nunca más rela­ción con él, que yo no iba a hablar con nadie de la fami­lia sobre esto porque sabía que para nues­tra mamá ente­rarse le gene­ra­ría mucho dolor. Mi hermano había vuelto a vivir en Chile y sería en pocos meses papá. Le exigí que traba­jara consigo mismo para ser un mejor sujeto para su hija. Le dije que las femi­nis­tas de las que tanto se reía (y trataba de femi­na­zis) éramos las únicas que podí­a­mos hacer algo para que su hija no vivi­era lo que yo había vivido. Y que, además, le advertí que tuvi­era mucho cuidado, porque aunque yo no vivía en Chile estaba muy pendi­ente de lo que ocur­ría con mis sobri­nas. Su respu­esta fue un mail lleno de culpa, dici­endo que por años no podía dormir recor­dando todo lo que me había hecho, buscaba mi perdón para su tran­qui­li­dad mental, ninguna refle­xión, ningún respeto a mi exigen­cia de no tener más contacto. Le envié un último mail donde entre otras cosas le decía que si quería mi perdón lo tenía, pero yo más que libe­rar su conci­en­cia lo estaba invi­tando a una refle­xión que eviden­te­mente él no podía hacer. Hoy me doy cuenta que era algo que él no quería, ni quiere hacer.

Ese año pude hablar de esto con amigas, amigos, amigues, con perso­nas no tan cerca­nas, sentí lo alivi­a­na­dor que es no guar­dar el dolor dentro de ti. A fina­les del 2018, empecé tera­pia. También explotó el movi­mi­ento “Me too” en Argen­tina y en todo el mundo. Me pasé días leyendo decla­ra­ci­o­nes, escra­ches, testi­mo­nios de un montón de perso­nas que habían vivido abuso sexual, sobre todo de fami­li­a­res. Yo no quise escri­bir, no estaba lista, no quería que fuera un post en redes soci­a­les, no quería abrirlo de esa forma, admi­raba a todas quie­nes escri­bían pero yo no era capaz de hacerlo en ese momento. Me pregun­taba ¿por qué? ¿Qué voy a sanar, qué voy a conse­guir con eso?

Empe­zando el 2019, cuando iba a volver a Chile, le conté a Lucía, mi hermana mayor que vive en Barce­lona, lo que había pasado. Fue la primera persona de mi fami­lia sanguí­nea a la que pude contarle, y aunque ella no estaba de acuerdo en que yo, por prote­ger a mi papá y mi mamá no hablara, respetó los tiem­pos de mi proceso. A veces, acom­pañar a alguien que ha vivido violen­cia es comerte la rabia de no poder hacer lo que te gusta­ría, ponerte a dispo­si­ción de esa persona aunque no estés de acuerdo, asumir que lo que tú sien­tes no puede ir por sobre lo que la otra persona nece­sita. Contarle a mi hermana fue seguir resque­bra­jando mi silen­cio de otra forma: para mis amigues de Argen­tina, mi fami­lia era un relato; para mi hermana era una reali­dad que ella también había vivido en carne propia.

Revi­sando mi histo­ria me he dado cuenta que mi manera de sanar y recons­truirme había sido escri­bir y hacer teatro, el abuso no me había dejado con proble­mas para vivir mi sexu­a­li­dad pero sí con una gran confu­sión respecto a los lími­tes y una inca­pa­ci­dad para mostrarme vulne­ra­ble. Cuando te hieren no quie­res que vuelva a pasar porque duele muchí­simo. Honrando lo que hice para sobre­vi­vir (evitar mostrarme desbor­dada para evitar pregun­tas; ser capaz de seguir haci­endo mi vida pese a todo) empecé a ver qué cosas cons­ti­tu­ían un hábito que ya no tenía sentido. Empecé a pensar que lo que yo había elegido como oficio, también podía ser un espa­cio para que perso­nas pudi­e­ran traba­jar sus heri­das, mover su dolor y escri­birlo. Inventé unos talle­res de auto­de­fensa, encu­en­tros donde con ejer­ci­cios de escri­tura y teatro hací­a­mos lo que para mí era lo más defen­sivo que podí­a­mos hacer: habi­tar la vulne­ra­bi­li­dad que sobre­vi­vir a la violen­cia nos había negado, reco­no­cer que nece­sitá­ba­mos a otras perso­nas. Pienso y sigo inves­ti­gando sobre cómo este puede ser un punto de partida sensi­ble para la orga­ni­za­ción polí­tica.

Me fui de Argen­tina, pasé más de un año viajando, haci­endo teatro y faci­li­tando estos y otros encu­en­tros. Estuve en distin­tas ciuda­des hablando con seres disi­den­tes y muje­res. Podía decir en una rueda de presen­ta­ción ante perso­nas desco­no­ci­das que había sobre­vi­vido al abuso sexual. Era muy inter­e­sante el diálogo de cierre de esos encu­en­tros: con muchas perso­nas de luga­res y edades distin­tas podí­a­mos hablar de esto y de sus histo­rias. Seguir quebrando mi silen­cio a través de estos talle­res, era asumir que con toda la mierda que había sentido yo quiero hacer cosas, ponerlo en movi­mi­ento con más gente. Asumir que no quería seguir sanando y vivi­én­dome esto sola.

Para­dó­ji­ca­mente, los meses en Chile fueron una difí­cil gestión del silen­cio. Se trata de una gestión invi­si­ble, costosa si estás en el proceso de abrir algo en ti y que por protec­ción debes cerrar de golpe. Es más trabajo mante­ner el silen­cio cuando en otros terri­to­rios de tu vida ya no hay lugar para él. Es un silen­cio con el ruido de muchas pregun­tas ¿Cómo evitar ver a mi hermano y a la vez respon­der el inter­ro­ga­to­rio incó­modo de mi mamá? ¿Cómo poner límite a los inten­tos de él de verme si no lo puedo poner en eviden­cia? Pensaba en la hija de otros de mis herma­nos que ya tenía casi diez años ¿Cómo cuidar a nues­tra sobrina, que se enca­mi­naba a la adoles­cen­cia, hija de otro hermano, que era ahijada de mi agre­sor y si lo veía regu­lar­mente? Antes de irme hablé con ella, en ese momento falta­ban dos meses para que cumpli­era 10 años. Le dije que si alguna vez le pasaba algo raro, que no enten­día, que la hacía sentir mal, algo que creía que no podía contarle a nadie, a mí me lo podía contar, que aunque no estu­vi­era en Chile me podía escri­bir o llamar cuando nece­si­tara.

La pande­mia me agarró en la casa de Lucía en Barce­lona. A los dos meses de cuaren­tena y enci­erro mi hermano Ismael comu­nicó estar depri­mido y con ganas de suici­darse. Mi fami­lia pidió que Lucía y yo lo ayudá­ra­mos, a pesar de que él sentirse juzgado por noso­tras “porque éramos femi­nis­tas y creí­a­mos que él era muy machista”. En ese momento decidí que tenía que contarlo. Me había pasado años fanta­se­ando con que lo conta­ría después de enter­rar a mi mamá, en el fune­ral de mi papá, como en las pelí­cu­las, quizás lo haría en otro viaje a Chile… nunca hay un momento idóneo para hablar. Nunca están las mejo­res condi­ci­o­nes. Nunca nadie va a estar prepa­rado para escu­char lo que tienes que decir. Lucía y yo tuvi­mos una vide­o­lla­mada con mi hermano Sebas­tián, pude decirle mirando a una panta­lla “cuando tenía entre catorce y dieci­séis años, Ismael abusó sexu­al­mente de mí”. Escu­charme decir eso lo hacía más cierto, era hacer un corte imbor­ra­ble, era como si el silen­cio hubi­era sido un papel que pudi­era fácil­mente rajar con las manos pero por cómo me dolía la garganta cada vez que lo decía era cómo si lo estu­vi­era destruyendo con mi voz. Lo conté muchas veces esos días, soy la menor de una fami­lia de nueve herma­nas y herma­nos. Algu­nos son hijos del primer matri­mo­nio de mi mamá, otras del primer matri­mo­nio de mi papá y hay cuatro que somos hijas e hijos de les dos. Para contarle a todas y todos fueron muchas vide­o­lla­ma­das. En cada una se iba sumando alguien a quien se le había contado el día ante­rior. Es fuerte escu­char tu sonido y el impacto que genera, ver gente desmo­ronán­dose en una panta­lla de zoom, que no puede salir de su casa porque está encer­rada, que no puedes abra­zar porque está a miles de kiló­me­tros. A medida que mi relato iba tomando forma, veía caras desfi­gurán­dose en la panta­lla. Yo no le estaba pidi­endo a nadie que me creyera, si alguien no lo hacía, pensé que serían perso­nas que no valían mi afecto. Tampoco el esfu­erzo que me impli­caba revi­vir a través del relato algo que callé porque me habría encan­tado poder borrar. Yo nunca le pedí a mi fami­lia que me creyera, les pedí que con esto hici­é­ra­mos algo.

Desde un inicio, todas las perso­nas de mi fami­lia me creye­ron. Enton­ces inici­a­mos un proceso de repa­ra­ción sin saber mucho cómo, yo tenía clari­dad en no querer escra­char-funar a mi hermano, tampoco quería hacer una denun­cia judi­cial. Más allá de lo inúti­les y revic­ti­mi­zan­tes que pueden ser las insti­tu­ci­o­nes ¿en que me repa­ra­ría a mí que él estu­vi­era en una cárcel? ¿qué le apor­ta­ría a mi vida que muchas perso­nas repu­di­a­ran su actuar? Para mí el sentido de romper este silen­cio no era que el único tema fuera lo horri­ble que había sido mi agre­sor. Para que se discu­ti­era cómo hacerle daño, porque sí, a veces quere­mos que nues­tros agre­so­res sien­tan miedo, sien­tan al menos un poco de la mierda que nos hici­e­ron sentir, que no duer­man tran­qui­los. Pero para mí, ese no podía ser el centro.

Yo develé esto porque quiero pensar junto a otras perso­nas cuál fue el contexto de abuso, la respon­sa­bi­li­dad de lo ocur­rido es de mi hermano, pero ¿qué cosas y condi­ci­o­nes habían alre­de­dor para posi­bi­li­tarlo? En mi fami­lia esta­ban creci­endo niñes y más que poner todas las expec­ta­ti­vas de mejora en la gene­ra­ción que viene, quiero que se críen en un contexto menos opre­sivo y violento que en el que creci­mos noso­tres. Para mí eso era repa­rar un poco las cosas. Yo no tenía nada roto que pudi­era volver a funci­o­nar como antes, como si tras unos arre­glos las cosas queda­ran como nuevas. Yo quería que las cosas se re-para­ran, en el sentido de que se ubica­ran distinto en el espa­cio, que pudi­é­ra­mos orien­tar­nos para mirar las cosas desde otros puntos de vista. La mise­ria de mi abusa­dor, el castigo, no es algo que me inter­ese. Más que venganza, quiero que las perso­nas agre­so­ras tomen cons­ci­en­cia y vivan las conse­cu­en­cias de su violen­cia.

Acor­da­mos iniciar un proceso de repa­ra­ción que me tuvi­era a mí, la persona que sufrió la violen­cia, en el centro. Encon­tra­mos un libro-caja de herra­mi­en­tas del colec­tivo “Crea­tive Inter­ven­ti­ons” reci­en­te­mente tradu­cido al español que nos sirvió de guía. No tení­a­mos mayo­res refe­ren­cias de cómo hacer esto y lo hici­mos de forma autó­noma, sin ayuda profe­si­o­nal. ¿Qué sigue al drama del deve­la­mi­ento? ¿Cómo nos respon­sa­bi­li­za­mos ante todo lo que nos genera esta infor­ma­ción? ¿Qué pode­mos hacer por fuera de las vías lega­les? Se abri­e­ron muchas conver­sa­ci­o­nes, conje­tu­ras, otros enten­di­mi­en­tos para nues­tras memo­rias. Somos una fami­lia con nume­ro­sas histo­rias de abusos y violen­cias de las que está­ba­mos empe­zando a hablar. Algu­nes comen­za­ron proce­sos tera­pe­ú ti­cos. Escribí una serie de condi­ci­o­nes para Ismael, entre esas, que fuera a psico­te­ra­pia con une profe­si­o­nal que noso­tres elija­mos; que reco­no­ci­era y se respon­sa­bi­li­zara de las violen­cias que había come­tido no sólo contra mí si no contra otras perso­nas de este grupo; termi­nar con las violen­cias econó­mi­cas hacia nues­tra mamá; que dejara de consu­mir drogas y alco­hol; que no fuera el cuida­dor prin­ci­pal de su hija; que nunca más y por ningún medio tuvi­era o inten­tara tener contacto conmigo; si su situ­a­ción econó­mica se lo permi­tía, que le pagara todas las sesi­o­nes de psico­te­ra­pia a una persona que hubi­era vivido violen­cia sexual. También pedía que con el resto del grupo, mantu­vi­era una conver­sa­ción peri­ó­dica donde se pudi­era acor­dar cómo conti­nuar el proceso de repa­ra­ción. Y respecto a esas condi­ci­o­nes tení­a­mos que ver cómo desar­ro­llar­las. Si él no era el cuida­dor prin­ci­pal de su hija ¿cómo nos hací­a­mos cargo para que el trabajo de cuida­dos no recayera sólo en su ex pareja? ¿Cómo comu­ni­carle a ella todo esto? ¿Cómo traba­jar en un proceso de repa­ra­ción donde a la persona que ha ejer­cido violen­cia no se le exilia y castiga si no que se le ponen lími­tes y se piensa colec­ti­va­mente en una trans­for­ma­ción? ¿Cómo comu­ni­carle a él que ya todes sabían lo que había hecho? En medio de todo esto mi hermano P.V.K. y su esposa C.A.S. tuvi­e­ron la peor de las reac­ci­o­nes. Actu­a­ron por el miedo, dije­ron que mi hermano era un pedó­filo, un mons­truo, que había que denun­ci­arlo, llamar a aboga­dos, temían porque su hija de 11 años había pasado mucho tiempo con él. La primera vez que mi hermano abusó de mí, fue en la casa de P.V.K y C.A.S… Me pregunto por qué deja­ban a su hija al cuidado de una persona que era alco­hó­lica, no fueron capa­ces de hacerse cargo de que su casa no era un espa­cio de segu­ri­dad. Me culpa­ron a mí por no hablar antes, culpa­ron a mi hermana Lucía por no contar­les todo apenas lo supo. Violen­ta­ron a muchas perso­nas de mi fami­lia y pasando por alto mi deci­sión le conta­ron a Ismael (sin espe­rar que mi madre y padre habla­ran con él como habí­a­mos acor­dado colec­ti­va­mente) y a su ex pareja lo que sabían. Ella deci­dió creer “la versión de Ismael” y rompió toda rela­ción con mi fami­lia, nunca más pudi­mos tener contacto con su hija J, mi sobrina. P.V.K. y C.A.S., después de salir del proceso y violen­tar­nos por, bási­ca­mente no ir por una vía puni­tiva y con expec­ta­ti­vas carce­la­rias, manti­e­nen rela­ción con Ismael. Prohi­bi­e­ron a algu­nas perso­nas ver a su hija C., nos bloque­a­ron de sus redes soci­a­les, no pode­mos llamarla ni esta­ble­cer contacto con ella. Le mien­ten sistemá­ti­ca­mente a mi sobrina para expli­carle por qué dejó de ver a sus abue­les, primes y tíes. Han actu­ado como encu­bri­do­res, en completa compli­ci­dad con un abusa­dor, dejando que su hija mantenga contacto con ese mons­truo terri­ble del que tanto temían. En ningún momento se han puesto en contacto conmigo para pregun­tarme cómo estoy o qué nece­sito, en los pocos inten­tos de comu­ni­ca­ción me han infan­ti­li­zado y dicho que estoy siendo mani­pu­lada, relato que les permite victi­mi­zarse. Aún me cuesta enten­der tanta distor­sión de la reali­dad y poca empa­tía.

Con el correr del tiempo, otras perso­nas del grupo deci­di­e­ron no parti­ci­par del proceso, por muchos y distin­tos moti­vos: algu­nes no se sentían con la capa­ci­dad emoci­o­nal para los encu­en­tros, otres mani­fes­ta­ron no acor­dar con cómo está­ba­mos haci­endo las cosas, se fueron sin dar expli­ca­ci­o­nes o parti­ci­pa­ron sólo durante unos meses.

Actu­al­mente somos seis perso­nas, que prefe­ri­mos reco­no­cer­nos como colec­tivo antes que como fami­lia. Nos junta­mos peri­ó­di­ca­mente por vide­o­lla­mada grupal (Yo vivo en México, mi hermana en Barce­lona y los demás se encu­en­tran en Chile) y traba­ja­mos en este proceso que una vez abierto no tiene pers­pec­tiva de cerrarse. Cuando empi­e­zas a hablar de violen­cia, es como sacar basura de un desa­güe, sigue sali­endo y parece inter­mi­na­ble. Lo inter­e­sante es que no sólo pudi­mos hablar del abuso que yo viví, si no de todo lo que nos parece que fue auto­ri­ta­rio, violento y urgente de trans­for­mar en cómo creci­mos. La confi­gu­ra­ción de nues­tras rela­ci­o­nes ha cambi­ado, las jerar­quías por edad se han tras­to­cado, la manera de mirar lo que pasó, el poder decir­nos cosas que nunca nos diji­mos. Hay perso­nas de este grupo que crian niñes, mi hermana después de muchos años volvió a tener rela­ción con mi papá a raíz de este proceso, hemos llorado juntes, he visto llorar más veces a mi papá de todo lo que lo vi en mi vida, hemos podido decir en voz alta lo que estuvo mal, lo que nos dañó, aunque reco­no­ce­mos que en muchas cosas tene­mos pers­pec­ti­vas dife­ren­tes.

No puede darme más asco la fami­lia unida, que muchas veces tiene como pega­mento un montón de silen­cios y violen­cias permi­ti­das. Creo que mi idea de fami­lia es una fami­lia rota, hay peda­zos de ella con la que no me inter­esa rela­ci­o­narme nunca más y eso está bien. Tene­mos la forma de nues­tras cica­tri­ces, inten­tos de sutura y heri­das que con el tiempo secan pero siguen ahí. Hay un paren­tesco que siento con mis herma­nos Felipe, Sebas­tián y Daniel, con mi hermana Lucía y con mi papá que no tiene que ver con la sangre, los apelli­dos y esas supu­es­tas razo­nes de valor. Crea­mos paren­tesco en el momento en que nos reco­no­ce­mos parte de una histo­ria vital común cargada de un montón de violen­cias estruc­tu­ra­les que hay que trans­for­mar para que nues­tras exis­ten­cias y las de les niñes que nos rodeen sean más dignas, más justas, más posi­bles en todas sus dife­ren­cias.

Después de un año y medio de proceso, Ismael sigue sin reco­no­cer y repa­rar lo que hizo. Tras muchas sesi­o­nes con un tera­peuta que noso­tres le conse­gui­mos, se ha apro­pi­ado de un lenguaje más polí­ti­ca­mente correcto, pero de fondo, no ha hecho nada para repa­rar. Sigue seña­lando que no es un abusa­dor, que permi­tió que suce­di­e­ran cosas, no bebe alco­hol, no quiere suici­darse y perma­nece drogado con un cóctel de pasti­llas que le receta un psiqui­a­tra. Es preo­cu­pante pero sigue al cuidado de su hija. La vida de mi hermano aparen­te­mente ha “mejo­rado” después de este proceso. Dice que le hace sentido el femi­nismo y no el hembrismo, y sigue espe­rando que el grupo le diga cómo repa­rar. Ante la peti­ción que reco­no­ci­era públi­ca­mente lo suce­dido, dijo que las fami­lias tenían proble­mas que no se tenían que hacer públi­cos porque muchas veces eran invo­lun­ta­rios. Dijo que hacer públi­cos los proble­mas fami­li­a­res podría ser injusto o incó­modo para quie­nes no han deci­dido tener cono­ci­mi­ento de ellos. Para él el abuso es un “problema fami­liar”. Tengo 28 años, la edad que mi hermano tenía cuando abusó de mí, a dife­ren­cia de cuando tenía 14, lo que hago hoy con mi vida es mi completa volun­tad.

Me enra­bia su apro­pi­a­ción de pala­bras, costó años de movi­mi­en­tos femi­nis­tas y trans­fe­mi­nis­tas seña­lar lo que nos ocur­ría como violen­cia, fue el trabajo de muchas perso­nas poder nombrar abuso, agre­sión, repa­ra­ción para que sean usadas de manera tan impune. Los supu­es­tos alia­dos, los supu­es­tos decons­trui­dos, sólo son capa­ces de usar nues­tro lenguaje para no pare­cer incor­rec­tos, porque tienen miedo de que se les cier­ren los espa­cios y perder poder. Muchos no quie­ren ni tienen la humil­dad de hacer algo más profundo que hablar y refe­re­rirse dife­rente a las cosas. Soy una persona que ama dema­si­ado las pala­bras como para que esta apro­pi­a­ción no me dé una profunda rabia.

Me sigo pregun­tando qué hacer con esa rabia y ese dolor. Con nues­tras heri­das que en el mejor de los casos podrán deve­nir en cica­tri­ces. Algu­nes amigues me pregun­tan ¿te ha servido de algo este proceso? Siento que sí. Me cuesta mirar algo de lo que tengo tan poca refe­ren­cia en térmi­nos de éxito o fracaso, incluso si lo viera así, la trans­for­ma­ción posi­tiva de los agre­so­res nunca puede ser el único indi­ca­dor de éxito. Los avan­ces de nues­tros movi­mi­en­tos no pueden medirse en nues­tros agre­so­res, a veces incluso hay reac­ción y más violen­cia de vuelta. Enton­ces ¿qué cosas sí han suce­dido más allá de las expec­ta­ti­vas? Este proceso ha sido una opor­tu­ni­dad de ver trans­for­marse un terreno que como trans­fe­mi­nista había dado por muerto: la fami­lia consan­guí­nea. Ha sido dejar de cuidar a todo el mundo y permi­tir que por un rato me cuiden, aunque me sigue costando. Ha sido dejar de soste­ner sola algo que creo que curvó mi eje, mi espalda, mi propia estruc­tura. Lo que viví es imbor­ra­ble, es como mi esco­li­o­sis. No es justo pero la voy a tener siem­pre y tengo que apren­der como vivir con eso. He apren­dido a moverme escu­chando mi dolor, sinti­endo lo que no puedo hacer pero sobre todo apren­di­endo cómo moverme, bailar, hacer teatro sin que la esco­li­o­sis me limite, y para eso, no puedo igno­rar que está ahí.

Decidí escri­bir este texto porque a dife­ren­cia de mi hermano, yo sí quiero que los proble­mas fami­li­a­res se hagan públi­cos. Quiero que empe­ce­mos a hablar de esos primos, tíos, abue­los, padres, de esas perso­nas de nues­tras fami­lias hacia las que senti­mos afecto y ejer­cen violen­cia. Porque tene­mos que tener la habi­li­dad para respon­der ante estos silen­cios que se rompen, porque tene­mos que gene­rar las condi­ci­o­nes primero para que poda­mos hablar. Si yo hubi­era crecido escu­chando a mi mamá hablando de sus histo­rias de abuso, quizás habría sabido nombrar lo que me estaba pasando. Quiero que se consi­dere a les niñes como suje­tos de dere­cho, como perso­nas que pueden enten­der la reali­dad desde sus posi­bi­li­da­des, que a les adoles­cen­tes no les digan que todo lo que les pasa es una etapa. Que las perso­nas adul­tas no opine­mos de sus cuer­pos y tenga­mos la humil­dad de escu­char y prote­ger. Quiero que mi hermano no siga estando al cuidado de su hija, que no siga traba­jando con niñes, adoles­cen­tes y diri­gi­endo grupos de perso­nas en las distin­tas produc­to­ras de publi­ci­dad donde lo contra­tan, porque es una persona violenta, mani­pu­la­dora y abusiva que fácil­mente puede seguir dañando a otres. Quiero que las perso­nas que vivi­mos violen­cia no tenga­mos que ser las únicas encar­ga­das de sopor­tar las conse­cu­en­cias del daño. Quiero que los varo­nes que gozan los privi­le­gios de este sistema renun­cien, se callen, traba­jen y no se sien­ten a espe­rar cómo­da­mente que les diga­mos qué hacer. Quiero que nos ponga­mos en el lugar incó­modo de no tener idea cómo, de inten­tar vías más comple­jas y trans­for­ma­do­ras que el castigo. Quiero mostrar cómo el deve­la­mi­ento de un abuso es algo mucho más complejo que el momento en que tú lo escu­chas, son años de un trabajo muy perso­nal y por lo mismo es un tiempo que las insti­tu­ci­o­nes son inca­pa­ces de contem­plar en sus plazos norma­li­zan­tes.

Hoy escribo porque mi manera de sobre­vi­vir ha sido la escri­tura y también para que sepas que si viviste algo así, no tienes el deber de hacer nada. Tran­si­tarlo y seguir llevando tu vida es muchí­simo. Escribo porque Ismael, P.V.K. y C.A.S. siguen minti­endo, ejer­ci­endo violen­cia y seña­lando que este proceso, una de las cosas más empo­de­ran­tes que he podido hacer con esta parte de mi histo­ria, es algo contra ellxs y que yo no elijo. Escribo para que un día mis sobri­nas lean esto y sepan la verdad. Escribo porque quiero volver este texto una cica­triz visi­ble, un tatu­aje que me recu­erde por qué lucho. Escribo para agra­de­cer a todas las perso­nas que han estado conmigo en este proce­so*. Escribo porque es la forma más sincera que encu­en­tro de estar en el mundo y porque es una bomba más al silen­cio que cons­truí como habi­ta­ción dentro mío, una habi­ta­ción enorme en la que viví y que hoy no le sirve de refu­gio a nadie. Escribo porque quiero que alguien más se haga las pregun­tas que me estoy y nos esta­mos haci­endo ¿Cómo cons­trui­mos vías anti puni­ti­vas que no dejen sin respon­sa­bi­li­dad a los agre­so­res? ¿Cómo en estos proce­sos le damos espa­cio a nues­tra rabia, a nues­tra angus­tia, a nues­tros dolo­res? ¿Cómo tras­la­da­mos la violen­cia sexual del cuerpo de la víctima y la demo­ni­za­ción del victi­ma­rio a la respon­sa­bi­li­dad comu­ni­ta­ria? ¿Cómo gene­ra­mos y mante­ne­mos prác­ti­cas de cuidado y apoyo emoci­o­nal en torno a la persona sobre­vi­vi­ente, así como en torno a quie­nes parti­ci­pan del « primer círculo » en el proceso de repa­ra­ción?¿Cómo hacer para que la persona sobre­vi­vi­ente sea el centro del proceso de repa­ra­ción, sin revic­ti­mi­zarla ni sobre­car­garla con las conse­cu­en­cias del mismo proceso? ¿A quién estás prote­gi­endo con tu silen­cio? A mí me tomó 12 años enten­der que como dijo Audre Lorde, “nues­tro trabajo es ahora más impor­tante que nues­tro silen­cio”.

Jacinta Egaña Kaulen, 12 de enero 2022

jacin­ta­ek1993atgmail [ punto ] com (jacin­ta­ek1993[at]gmail[dot]com)

Sién­tete libre de publi­car este texto en cual­quier red social o medio, compar­tirlo y envi­arlo a cuan­tas perso­nas quie­ras. Uno de los senti­dos al escri­birlo, es que se difunda y sea leído.

Quiero agra­de­cerle a distin­tas perso­nas que me han acom­pañado en todo este tiempo.

A todas mis amigas, amigos y amigues con quie­nes hablé esto en distin­tos sitios de Chile, México y Argen­tina (o en las virtu­a­li­da­des) por la escu­cha que sosti­ene, los abra­zos, la compli­ci­dad en el dolor y todas las refle­xi­o­nes y confe­si­o­nes que se acti­va­ron.

A las perso­nas de mi fami­lia que confor­man este colec­tivo, les agra­dezco profun­da­mente el apañe, por cuidarme y tran­si­tar juntes este proceso, con todo lo que nos activa, y en parti­cu­lar:

A mi hermano Daniel Egaña Rojas, porque muchas perso­nas cuando hay proble­mas se van, y él deci­dió acer­carse y perma­ne­cer.

A mi hermano Felipe Egaña Kaulen, por su parti­cu­lar mezcla de sensi­bi­li­dad y sensa­tez.

A mi hermano Sebas­tián Vidal Kaulen, por acom­pañarme incluso en el desa­cu­erdo y la dife­ren­cia de visi­o­nes.

A mi papá, José Egaña Bara­ona, por tener el valor de mirarse, asumir los erro­res y hacer algo porque el presente sea distinto.

A mi hermana Lucía Egaña Rojas, por estar incon­di­ci­o­nal­mente desde que la hice parte de este proceso, por respe­tar mis tiem­pos, mis deci­si­o­nes, por tran­si­tar conmigo el espa­cio complejo de la fami­lia consan­guí­nea, por subver­tir el dolor juntas con todo el amor y el cuidado de una ética trans­fe­mi­nista compar­tida y unas ganas profun­das de trans­for­mar lo que nos daña.

A mi mamá, que sin parti­ci­par de este grupo, con su dolor y sus lími­tes ha seguido acom­pañán­dome.

A Andre, por todo este tiempo de profundo amor, por enseñarme a dejarme cuidar y el estar desde el coti­di­ano compar­tido, la amis­tad a distan­cias y la vida-proyec­tos juntes.

A Heura, Jara, Ona, Moxe y Bruno, que me reci­bi­e­ron durante meses en su hogar en Barce­lona y en unos de los momen­tos de mayor inten­si­dad de este proceso, sin casi cono­cerme, me apaña­ron en muchí­si­mos senti­dos.

A Cami, por ser la primera persona a la que pude contarle esto, por el amor de ese tiempo al escu­charlo y el amor trans­for­mado de escu­char­nos en el presente.

A Milena Borgog­none, mi psicó­loga, por los años de acom­paña­mi­ento tera­péu­tico y desper­tar en mí, muchí­si­mas pregun­tas que me han permi­tido traba­jar esta parte de mi histo­ria.

A la Red de Psico­logxs Femi­nis­tas de Argen­tina y a todas las perso­nas que guían proce­sos tera­péu­ti­cos y tienen el nece­sa­rio y difí­cil trabajo de acom­pañar a perso­nas sobre­vi­vi­en­tes de violen­cia.

A todas las perso­nas que asis­ti­e­ron a los encu­en­tros de los talle­res “del cuerpo a la escri­tura, teatro físico para la auto­de­fensa” y le pusi­e­ron el cuerpo, las memo­rias y las pala­bras a esta inves­ti­ga­ción sensi­ble y colec­tiva.

Al Colec­tivo “Crea­tive Inter­ven­ti­ons” por siste­ma­ti­zar sus expe­ri­en­cias y difun­dir­las, fueron de gran inspi­ra­ción y ayuda.

A Zara Simans y a quie­nes tradu­je­ron el manual de “Crea­tive inter­ven­ti­ons” al español.

A todas las perso­nas que alguna vez me conta­ron sus histo­rias de sobre­vi­ven­cia a las violen­cias, porque contán­dolo habi­li­ta­ron en mí la posi­bi­li­dad de fisu­rar mi propio silen­cio.

A todas las perso­nas femi­nis­tas y trans­fe­mi­nis­tas que luchan todos los días para que esta reali­dad sea un poco más digna, justa y vivi­ble.

  • Acce­der al tool­kit/caja de herra­mi­en­tas del colec­tivo Crea­tive Inter­ven­ti­ons en español o en inglés (versión origi­nal).