Feminismo y Software Libre: Convergencias para una relación necesaria

Imatge

Este artí­culo forma parte del libro “Estado y Soft­ware Libre. Apor­tes para la cons­truc­ción de una comu­ni­dad cola­bo­ra­tiva y ciuda­dana” publi­cado por el Obser­va­to­rio de Cultura Libre del Lito­ral en octu­bre de 2020.

 

La brecha de género que carac­te­riza la parti­ci­pa­ción en tecno­lo­gía no elude los espa­cios de soft­ware libre, que cuen­tan en sus filas con una amplia mayo­ría de inte­gran­tes varo­nes. Las muje­res apare­cen en porcen­ta­jes ínfi­mos y, en muchos casos, rele­ga­das a tareas desje­rar­qui­za­das, mien­tras que otras iden­ti­da­des disi­den­tes ni siqui­era son rele­va­das en la mayo­ría de los estu­dios.

Este pano­rama cues­ti­ona fuer­te­mente la discur­si­vi­dad fundante del soft­ware libre como movi­mi­ento social que promu­eve la liber­tad, la demo­cra­ti­za­ción del cono­ci­mi­ento y la parti­ci­pa­ción como prin­ci­pios emblemá­ti­cos. A su vez, cons­ti­tuye un llama­mi­ento a los movi­mi­en­tos de muje­res y de diver­si­dad sexual para tomar una posi­ción más clara y contun­dente en mate­ria de tecno­lo­gías libres. Así, este texto condensa una serie de refle­xi­o­nes sobre el estado de situ­a­ción y presenta posi­bles pers­pec­ti­vas sobre la problemá­tica, con el propó­sito de pensar, proyec­tar y empe­zar a concre­tar una rela­ción nece­sa­ria entre un movi­mi­ento de soft­ware libre compro­me­tido ética y soci­al­mente y un femi­nismo inclu­sivo, plural e inter­sec­ci­o­nal.

¿Quién tiene la liber­tad?

Las prime­ras esta­dís­ti­cas a nivel global se dieron a cono­cer hacia fina­les de 2002 en un informe titu­lado “Free/Libre and Open Source Soft­ware: Survey and Study”, que medi­ante una encu­esta rele­vaba una serie de dimen­si­o­nes vincu­la­das al soft­ware libre, entre ellas, la compo­si­ción soci­o­de­mográ­fica de las perso­nas que inte­gra­ban los distin­tos espa­cios. Los resul­ta­dos seña­la­ban apenas un 1,1% de muje­res formando parte de comu­ni­da­des de soft­ware libre, ya sea desem­peñando tareas remu­ne­ra­das o bien como acti­vis­tas volun­ta­rias.

Asimismo, el perfil de los parti­ci­pan­tes era alta­mente uniforme, no sólo en térmi­nos de género, sino también de clase y edad. Los datos reco­gi­dos en el estu­dio daban cuenta de un prome­dio de edad rela­ti­va­mente joven –alre­de­dor de 23 años–, con una sólida forma­ción profe­si­o­nal en el sector de TI y un alto nivel educa­tivo (Ghosh et al, 2002: 66). Pese a las limi­ta­ci­o­nes meto­do­ló­gi­cas que presenta el estu­dio –prin­ci­pal­mente, para el tema que nos convoca, la forma hete­ro­nor­ma­tiva en que mide la vari­a­ble sexo-géne­ro–, cons­ti­tuye un primer acer­ca­mi­ento a la problemá­tica, así como una mues­tra signi­fi­ca­tiva de lo que pasaba en la prác­tica y de lo que poco se hablaba hasta el momento.

La divul­ga­ción de este estu­dio dio respaldo a rela­tos aisla­dos –y suma­mente recha­za­dos por la comu­ni­dad– que circu­la­ban previ­a­mente. Así, empe­za­ron a difun­dirse testi­mo­nios, y poste­ri­or­mente traba­jos acadé­mi­cos (Lin, 2005; Wajc­man, 2006; Salas, 2006; Haché, Cruels, Vergés, 2011; Nafus, 2011), que descri­bían a las comu­ni­da­des de soft­ware libre como espa­cios adver­sos para cual­quier subje­ti­vi­dad no asoci­ada a la mascu­li­ni­dad hege­mó­nica. Los pocos años de vida que llevaba el soft­ware libre para aquel enton­ces habían resul­tado tan verti­gi­no­sos en rela­ción lo nove­doso y contes­ta­ta­rio así como para refor­zar los sesgos de género arrai­ga­dos a la tecno­lo­gía:

Aunque el soft­ware libre ha cambi­ado drás­ti­ca­mente la forma en que se produce, distri­buye, manti­ene y utiliza el soft­ware, y tiene un impacto social visi­ble que permite una inclu­sión digi­tal más rica, la mayo­ría de los proble­mas de género exis­ten­tes en la indus­tria del soft­ware se han dupli­cado en este campo. (Lin, 2005: 1287)

Si bien las expe­ri­en­cias son vari­a­das y atra­ve­sa­das por carac­te­rís­ti­cas loca­les, es posi­ble iden­ti­fi­car cierta recur­ren­cia en algu­nos de los facto­res seña­la­dos. El más evidente se refi­ere a las inter­ac­ci­o­nes dentro de las comu­ni­da­des, y a la hosti­li­dad y agre­si­vi­dad natu­ra­li­za­das en la comu­ni­ca­ción. Las listas de correo y los foros son luga­res donde lxs parti­ci­pan­tes inter­ac­túan compar­ti­endo dudas, opini­o­nes, suge­ren­cias y apor­tes. Bajo la égida de la meri­to­cra­cia, propia de la cultura hacker, estos espa­cios de inter­cam­bio cons­ti­tuyen un terreno fértil para demos­trar exper­tise en un deter­mi­nado tema, sobre­sa­lir o desta­carse públi­ca­mente.

Esta lógica conlleva un grado de compe­ti­ti­vi­dad que muchas veces se mate­ri­a­liza en comen­ta­rios agre­si­vos, por lo gene­ral carga­dos de conte­nido misó­gino y metá­fo­ras sexis­tas. Aunque la virtu­a­li­dad permi­ti­ría pensar en esce­na­rios de comu­ni­ca­ción menos inter­ve­ni­dos por las ideas y prejui­cios vincu­la­dos a la iden­ti­dad sexo-gené­rica, en la prác­tica por el contra­rio resul­tan espa­cios hosti­les donde se ha natu­ra­li­zado –tal como sucede en otros ámbi­tos– que el parti­ci­pante “están­dar” es el varón hete­ro­se­xual. De este modo, las muje­res, por una parte, son trata­das como forá­neas, como ajenas a la coti­di­a­nei­dad, ya sea señalán­do­las como desta­ca­das o desca­li­ficán­do­las por su supu­esta infe­ri­o­ri­dad. Pero, por otro lado, incluso cuando las muje­res no parti­ci­pan de una conver­sa­ción o inter­cam­bio, “lo feme­nino” es objeto de burla o insulto entre varo­nes (Ortmann, 2017).

Otra de las carac­te­rís­ti­cas iden­ti­fi­cada como factor que sosti­ene la brecha de género es la predo­mi­nan­cia de la divi­sión sexual de roles, que implica a su vez la jerar­qui­za­ción de algu­nas acti­vi­da­des y la deva­lu­a­ción de otras, donde las tareas vincu­la­das a docu­men­ta­ción, traduc­ción, diseño, capa­ci­ta­ción, educa­ción –mayo­ri­ta­ri­a­mente desem­peña­das por muje­res– están subor­di­na­das a la escri­tura del código como la acti­vi­dad única y primor­dial que da vida al soft­ware. Tal como señala Marga­rita Salas:

cuando se homo­loga la crea­ción de soft­ware única­mente a la escri­tura de código se ignora la impor­tan­cia del trabajo que hacen muchas muje­res. Esta dife­ren­cia en la valo­ra­ción no es casual, todo lo contra­rio, es producto de un sistema social (patri­ar­cado) que tiende a darle mayor valor a las labo­res que desar­ro­llan los hombres. (2006: 6)

En suma, estos aspec­tos han confi­gu­rado al soft­ware libre, sigui­endo a Wajc­man, como una cultura mascu­lina, predo­mi­nan­te­mente de raza blanca y de clase media. Lejos de borrar dife­ren­cias y dismi­nuir desi­gual­da­des, se han refor­zado rela­ci­o­nes de poder arrai­ga­das a las estruc­tu­ras de la soci­e­dad hete­ro­pa­tri­ar­cal. En este sentido, pregunta la autora: ¿Quién tiene la liber­tad de la que hablan? (2006: 98).

Nuevas inici­a­ti­vas, las mismas lógi­cas

Estas esce­nas, roles y dimen­si­o­nes fuer­te­mente marca­das por un sesgo de género, no son exclu­si­vas del soft­ware libre sino que son moneda corri­ente en los espa­cios de diseño, produc­ción y promo­ción de las tecno­lo­gías. En el esce­na­rio contem­porá­neo, como respu­esta a la creci­ente visi­bi­li­za­ción de las deman­das del movi­mi­ento femi­nista –prin­ci­pal­mente a partir de la irrup­ción del “Ni Una Menos” a nivel local y regi­o­nal– desde diver­sos secto­res de la soci­e­dad se están llevando adelante inici­a­ti­vas en el ámbito de la tecno­lo­gía, inten­tando demos­trar cierto grado de compro­miso con recla­mos histó­ri­cos que hasta hace pocos años perma­ne­cían en un segundo plano.

Entre estas propu­es­tas, uno de los forma­tos más exten­di­dos es la oferta de forma­ción en progra­ma­ción y desar­ro­llo web desti­nada exclu­siva o prio­ri­ta­ri­a­mente a muje­res, que vienen gesti­o­nando las gran­des empre­sas dedi­ca­das a la produc­ción tecno­ló­gica. El obje­tivo prin­ci­pal es “atraer” a las muje­res a la tecno­lo­gía, gene­rando espa­cios segu­ros para el apren­di­zaje y cons­truyendo lazos de mento­ría y acom­paña­mi­ento para las que recién se inician. Estas instan­cias de capa­ci­ta­ción suelen incluir propu­es­tas de pasan­tías renta­das, traba­jos tempo­ra­les y parti­ci­pa­ción en proyec­tos, como ante­sala de una promesa de incor­po­ra­ción a la empresa que está brin­dando el curso, taller o charla.

Desti­na­das prin­ci­pal­mente a adoles­cen­tes y jóve­nes, estas inici­a­ti­vas recu­pe­ran en cier­tos aspec­tos las aspi­ra­ci­o­nes del femi­nismo de la primera ola: las tareas soci­al­mente valo­ra­das son aque­llas desar­ro­lla­das prin­ci­pal­mente por varo­nes y, por lo tanto, los esfu­er­zos deben orien­tarse a lograr una parti­ci­pa­ción más equi­ta­tiva en térmi­nos de género. A su vez, persiste la idea de una supu­esta desi­gual­dad en las compe­ten­cias que “justi­fica” la exclu­sión o la baja parti­ci­pa­ción de las muje­res, de modo que un incre­mento en la forma­ción técnica garan­ti­za­ría “igual­dad de condi­ci­o­nes” para acce­der o ascen­der a deter­mi­na­dos pues­tos de trabajo (Pérez Sedeño, 2001).

Orien­tar los esfu­er­zos a incre­men­tar la capa­ci­ta­ción de las muje­res reduce una problemá­tica histó­rica a un tema de solu­ción casi inme­di­ata, a la vez que implica desco­no­cer o subes­ti­mar la hosti­li­dad que carac­te­riza estos ámbi­tos. Forma­das en un espa­cio seguro, apren­di­endo entre pares, luego deberán desen­vol­verse en ámbi­tos fuer­te­mente mascu­li­ni­za­dos donde rara vez contarán con una red de apoyo que las sostenga y donde se encon­trarán en reite­ra­das ocasi­o­nes con el ya cono­cido “techo de cris­tal” cuando quie­ran avan­zar en su carrera labo­ral. En otras pala­bras, para­fra­se­ando a Sandra Harding (1998), se esta­ría incre­men­tando el número de muje­res sin alte­rar los crite­rios andro­cén­tri­cos.

Por otra parte, estas inici­a­ti­vas se orien­tan a la produc­ción de soft­ware propi­e­ta­rio o, en el mejor de los casos, soft­ware de código abierto (open source), resul­tando suma­mente funci­o­na­les no sólo a las estruc­tu­ras hete­ro­pa­tri­ar­ca­les que carac­te­ri­zan a los espa­cios de produc­ción tecno­ló­gica, sino también a las rela­ci­o­nes de produc­ción capi­ta­lista y a los desig­nios arbi­tra­rios del mercado. Es decir que aparen­te­mente cumplen con el propó­sito de acer­car a las muje­res –sobre todo, adoles­cen­tes y jóve­nes– a la tecno­lo­gía, pero los dispo­si­ti­vos diseña­dos para convo­car­las care­cen de una mirada crítica sobre las rela­ci­o­nes soci­a­les, sobre el cono­ci­mi­ento y sobre la tecno­lo­gía misma. De este modo, la incor­po­ra­ción de muje­res se mues­tra como un intento de satis­fa­cer las deman­das del movi­mi­ento femi­nista, mien­tras que refu­erza los patro­nes de clase, edad y capi­tal cultu­ral que privi­le­gia el mercado corpo­ra­tivo.

Soft­ware Libre para una soci­e­dad libre, igua­li­ta­ria e inclu­siva

Los prin­ci­pios éticos, soci­a­les y polí­ti­cos que susten­tan el enfo­que del soft­ware libre confi­gu­ran otro esce­na­rio a la hora de pensar e imple­men­tar inici­a­ti­vas que actúen para contrar­res­tar la brecha de género: las respu­es­tas que dé el soft­ware libre como movi­mi­ento social a esta problemá­tica deman­dan una mirada más profunda y un abor­daje dife­rente de los que propo­nen las corpo­ra­ci­o­nes de soft­ware priva­tivo.

Si enten­de­mos al soft­ware libre, ya no como una expe­ri­en­cia aislada o redu­cida a un nicho informá­tico rele­gado, sino como un nuevo para­digma que subvi­erte la rela­ción y la cons­truc­ción del cono­ci­mi­ento, el espec­tro de actorxs invo­lu­cradxs se amplía consi­de­ra­ble­mente. Inter­pe­lar al Estado, a las univer­si­da­des e insti­tu­ci­o­nes educa­ti­vas, a las orga­ni­za­ci­o­nes soci­a­les y sindi­ca­les, para que asuman un rol crítico y activo en la circu­la­ción y demo­cra­ti­za­ción del cono­ci­mi­ento y de las tecno­lo­gías, conlleva también un llamado a ser partí­ci­pes y garan­tes de una redis­tri­bu­ción en térmi­nos de género. Pero, sin dudas, las comu­ni­da­des en tanto sosti­e­nen coti­di­a­na­mente y desde las bases al soft­ware libre como movi­mi­ento social, desem­peñan un rol prota­gó­nico en la trans­for­ma­ción de estos espa­cios, fuer­te­mente mascu­li­ni­za­dos, afec­ta­dos por este­re­o­ti­pos y cuyas tareas y roles se encu­en­tran sexu­a­li­za­dos y jerar­qui­za­dos.

La confor­ma­ción de comu­ni­da­des de soft­ware libre, basada en una confi­gu­ra­ción hori­zon­tal, autó­noma y auto­ges­tiva, ofrece varias aris­tas para revi­sar críti­ca­mente las rela­ci­o­nes que allí se tejen. Una de las estra­te­gias que ha demos­trado resul­ta­dos sustan­ci­a­les es la incor­po­ra­ción de códi­gos de conducta. Muchas comu­ni­da­des, ya sea para su funci­o­na­mi­ento habi­tual así como para los even­tos de asis­ten­cia abierta al público, han empe­zado a emplear estos códi­gos o regla­men­tos que seña­lan conduc­tas no admi­ti­das y garan­ti­zan espa­cios libres de agre­si­o­nes. Mante­ni­endo la lógica de la auto­no­mía y la coope­ra­ción, la tarea de pensar, redac­tar e imple­men­tar reglas que favo­rez­can la parti­ci­pa­ción es también una forma de revi­sar cómo se cons­truye­ron y natu­ra­li­za­ron las rela­ci­o­nes soci­a­les –y en parti­cu­lar, las rela­ci­o­nes de géne­ro– al inte­rior de las comu­ni­da­des, a la vez que la apli­ca­ción de los códi­gos fomenta y sosti­ene la hori­zon­ta­li­dad, en tanto son lxs pares quie­nes esta­ble­cen lími­tes a lo que ya no se admite en los espa­cios compar­ti­dos.

Asimismo, rever la forma de orga­ni­za­ción y distri­bu­ción de tiem­pos y acti­vi­da­des en las comu­ni­da­des ha demos­trado ser un factor que favo­rece una parti­ci­pa­ción más equi­ta­tiva. Muchas veces, los hora­rios y luga­res de reunión cons­ti­tuyen un impe­di­mento para parti­ci­pan­tes con hijxs a su cargo. Esta vari­a­ble –y no sólo en soft­ware libre– incide mayo­ri­ta­ri­a­mente en las muje­res.

Por otra parte, de la mano de la invi­ta­ción del femi­nismo a refle­xi­o­nar y decons­truir las mascu­li­ni­da­des tradi­ci­o­na­les, una meta más ambi­ci­osa –en térmi­nos de las trans­for­ma­ci­o­nes que permite anti­ci­par– tiene que ver con iden­ti­fi­car y refor­mu­lar la jerar­quía y valo­ra­ción de las tareas. Es decir, se trata no sólo de que las comu­ni­da­des incre­men­ten el número de muje­res e iden­ti­da­des disi­den­tes en la escri­tura de código, sino también que la docu­men­ta­ción, traduc­ción y educa­ción, entre otras, sean reali­za­das por varo­nes.

Una mirada refle­xiva sobre la vida coti­di­ana de las comu­ni­da­des nos permite compren­der esta problemá­tica de manera más inte­gral e inte­grada a la soci­e­dad, en conti­nui­dad con sesgos, este­re­o­ti­pos y discur­sos excluyen­tes que tiene lugar en todas las esfe­ras y que, por lo tanto, deman­dan cambios soci­a­les profun­dos, a la vez que exigen al soft­ware libre como movi­mi­ento social un compro­miso con los valo­res que promu­eve. De esta manera, se trata de cons­truir una lectura crítica con pers­pec­tiva de género sobre la confor­ma­ción de estos espa­cios que permita discu­tir, evaluar y repen­sar otras formas de produc­ción y de rela­ción posi­bles.

Refe­ren­cias bibli­ográ­fi­cas

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Imagen desta­cada: Elegir Liber­tad – I Jorna­das de Género y Soft­ware Libre | By Titi­Ni­cola, Own work, CC BY-SA 4.0, https://commons.wiki­me­dia.org/w/index.php?curid=67009765