Entrevista Alex Haché UOC: «No hemos sido educadas para tener una apropiación política y ciudadana de la tecnología»

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Entre­vista por Joan Antoni Guer­rero

Alex Haché, acti­vista ciber­fe­mi­nista e inte­grante de la colec­tiva Dones­tech y Fembloc

 

Los pasa­dos 16 y 18 de marzo se cele­bró el Congreso de Econo­mía Femi­nista, orga­ni­zado por el grupo DIMMONS del Inter­net Inter­dis­ci­pli­nary Insti­tute (IN3) de la UOC y el Ayun­ta­mi­ento de Barce­lona. Una de sus ponen­tes fue Alex Haché, ciber­fe­mi­nista e inte­grante de la colec­tiva Dones­tech, así como de la línea de aten­ción femi­nista Fembloc que da apoyo a perso­nas que se enfren­tan a violen­cias machis­tas digi­ta­les. En esta entre­vista, Haché habla sobre la deuda histó­rica del sector de las tecno­lo­gías digi­ta­les con las muje­res y otros colec­ti­vos mino­ri­ta­rios. La acti­vista reivin­dica cambios para evitar el impacto nega­tivo que sobre las muje­res tiene el desar­ro­llo de tecno­lo­gías orien­ta­das exclu­si­va­mente a hacer nego­cio.

¿En qué se basa la econo­mía femi­nista?

La econo­mía femi­nista plan­tea una refle­xión y hace un análi­sis con pers­pec­tiva femi­nista inter­sec­ci­o­nal, que tiene que ver con las tareas produc­ti­vas y repro­duc­ti­vas. Se trata de tomar en consi­de­ra­ción las tareas repro­duc­ti­vas no paga­das, que tradi­ci­o­nal­mente hacen las muje­res y otras iden­ti­da­des de género, econó­mi­ca­mente no reco­no­ci­das. El para­digma tradi­ci­o­nal en econo­mía en las univer­si­da­des se basa en la teoría neoli­be­ral, sus mode­los y sus presu­pu­es­tos. Más allá, exis­ten teorías econó­mi­cas, no orto­do­xas, que también hay que tener en cuenta para actuar en la econo­mía.

¿Qué aporta el ciber­fe­mi­nismo al análi­sis de la econo­mía desde una pers­pec­tiva femi­nista?

Mi visión realiza un análi­sis desde lo digi­tal, hago crítica de la digi­ta­li­za­ción desde una pers­pec­tiva ciber­fe­mi­nista y ecofe­mi­nista. Actu­al­mente, y desde los inicios, el sector indus­trial, que se basa en el desar­ro­llo de tecno­lo­gías digi­ta­les y de la comu­ni­ca­ción, partía del progreso de la cien­cia infor­ma­tiva y ciber­né­tica en el que había presen­cia de muchas muje­res. Eran contra­ta­das para pagar­les menos desde el prin­ci­pio. Había muchas muje­res en los depar­ta­men­tos de ciber­né­tica. Cuando la informá­tica salió del gueto, cuando la informá­tica empezó a tener un poten­cial econó­mico y daba la posi­bi­li­dad de desar­ro­llar una carrera de pres­ti­gio porque era algo que gene­raba dinero, se expulsó a las muje­res. En los años ochenta, cuando el orde­na­dor salta a las casas, aparece la imagen del nerd, del pequeño hacker y empi­eza toda una movida para echar a las muje­res de la informá­tica.

¿Se ha ocul­tado el papel de las muje­res en lo digi­tal?

Existe una deuda histó­rica del sector tecno­ló­gico con la contri­bu­ción que han hecho las muje­res y otras iden­ti­da­des de género en todo su desar­ro­llo. La mujer ha sido invi­si­bi­li­zada. El espa­cio pasan a ocuparlo hombres blan­cos, mili­ta­res, o supu­es­tos genios suel­tos en Sili­con Valley. Se trata de una parte muy parcial de la histo­ria real que está detrás del desar­ro­llo de las cien­cias informá­ti­cas y el sector rela­ci­o­nado con las tecno­lo­gías digi­ta­les. Tradi­ci­o­nal­mente, no se han desta­cado los logros de las muje­res, las mino­rías, la soci­e­dad civil. Es una deuda histó­rica de memo­ria. Hay que romper con el mito del experto y el genio soli­ta­rio inven­tando solo en su garaje porque la informá­tica es un trabajo colec­tivo basado en redes y comu­ni­da­des. De esos espa­cios las muje­res hemos sido echa­das.

¿Y esto en qué se traduce?

Ahora mismo, en muchos empleos de informá­tica, dentro de sitios de inno­va­ción y crea­ti­vi­dad, está esta­ble­cido un patrón de hombre joven, blanco y capa­ci­tado. Pero histó­ri­ca­mente y aún hoy en día en la cadena de extrac­ción y produc­ción hay muje­res explo­ta­das en el ámbito labo­ral en muchos países. En defi­ni­tiva, exis­ten muchas deudas.

¿Esta explo­ta­ción prosi­gue?

Ahora habla­mos mucho de ChatGPT, desta­cando los supu­es­tos logros de una inte­li­gen­cia arti­fi­cial, cuando no tiene nada de arti­fi­cial, sino que está basada en un trabajo mal pagado faci­li­tado por Amazon Turk a traba­ja­do­ras ubica­das en Kenia. Son traba­jos muy preca­rios, con una gran presen­cia de muje­res que entre­nan esos algo­rit­mos y mode­ran los conte­ni­dos que aquí no quere­mos revi­sar. Pero también podrí­a­mos hablar del turbo­ca­pi­ta­lismo gene­rado por empre­sas como Uber o Airbnb, que tienen conse­cu­en­cias nefas­tas en cuanto a condi­ci­o­nes labo­ra­les que impac­tan con fuerza en las muje­res, que son las prime­ras en la cadena de la pobreza. También se impide a las muje­res avan­zar en las tomas de deci­si­o­nes en las empre­sas tecno­ló­gi­cas, provo­cando que muchas se vayan, aunque estén total­mente forma­das, el sector no consi­gue rete­ner­las.

¿Hay que hacer un mapa de la situ­a­ción para empe­zar a traba­jar en los cambios?

Este mapa ya está esta­ble­cido por las acti­vis­tas y colec­ti­vas ciber­fe­mi­nis­tas. Ellas hacen dos cosas: por un lado, enten­der las tecno­lo­gías y cómo hacke­ar­las para modi­fi­car­las y mejo­rar­las, se trata de un servi­cio de desar­ro­llo de cono­ci­mi­ento para ponerlo al alcance de otros colec­ti­vos. Otra cosa que hace­mos es anali­zar la tecno­lo­gía cuando se lanza, pregun­tar­nos a quién va a dañar y a quién va a privi­le­giar, qué manos hay detrás, a quién discri­mina. Esto debe­ría ser también parte del trabajo de las polí­ti­cas públi­cas y de acadé­mi­cos. Las empre­sas debe­rían tener en cuenta el impacto que tiene la tecno­lo­gía que desar­ro­llan.

Esto no suce­de…

Con el discurso de odio, por ejem­plo. La gente de los depar­ta­men­tos que imple­men­tan los algo­rit­mos en plata­for­mas debe­ría estar formada en diseñar un producto teni­endo en cuenta el impacto que va a tener y no solo pensar en el patrón típico de hombre blanco y capa­ci­tado. Eso no lo hacen. Las ciber­fe­mi­nis­tas ya han reali­zado la radi­o­gra­fía y puesto sobre la mesa los proble­mas, pero las empre­sas no tienen ningún alici­ente para cambiar, ellas saben muy bien lo que ocurre y las conse­cu­en­cias de todo ello. En cuanto al discurso de odio, no tengo claro que las plata­for­mas tengan que hacer censura, lo que tengo claro es que desar­ro­llar tecno­lo­gías para hacer dinero con la venta de datos es un nego­cio que conlleva una cadena de conse­cu­en­cias extre­ma­da­mente nega­ti­vas a muchos nive­les.

¿Cómo se puede inter­ve­nir desde las insti­tu­ci­o­nes?

Una parte del dinero público debe usarse para finan­ciar comu­ni­da­des tecno­ló­gi­cas gesti­o­na­das por coope­ra­ti­vas o asoci­a­ci­o­nes sin ánimo de lucro. Tene­mos muchos pequeños colec­ti­vos y coope­ra­ti­vas no comer­ci­a­les que manti­e­nen tecno­lo­gías libres. Pero suelen ser pequeños y preca­rios. ¿Qué pasa­ría si quitá­ra­mos dinero de estas plata­for­mas y lo destiná­ra­mos a econo­mía soli­da­ria con un obje­tivo social sin tener que gene­rar todo este nego­cio que tiene conse­cu­en­cias desas­tro­sas para la demo­cra­cia? No estoy dici­endo que sea fácil la tran­si­ción, pero lo que hay no está funci­o­nando. Los únicos proyec­tos para conte­ner y miti­gar las violen­cias machis­tas digi­ta­les y los conte­ni­dos de odio no salen de las plata­for­mas, sino que surgen de colec­ti­vos femi­nis­tas y orga­ni­za­ci­o­nes en defensa de los dere­chos digi­ta­les.

Reci­en­te­mente, se ha divul­gado un estu­dio sobre Tinder. El 22 % de sus usua­rias ha sido violada por un hombre contac­tado por esta vía. ¿Qué le parece?

He visto el informe, no lo he leído en deta­lle, pero tiene un tinte un poco de pánico y aboli­ci­o­nista. No creo que la idea sea decir­les a las muje­res que dejen de explo­rar su sexu­a­li­dad, o gene­rar más miedo, que es lo que hace una soci­e­dad en la que la cultura de la viola­ción aún impera. Hay que traba­jar en que las plata­for­mas se hagan respon­sa­bles de cómo gesti­o­nan los datos de sus usua­rias y de las denun­cias que les lleguen sobre perso­nas que come­tan violen­cias machis­tas. La apli­ca­ci­ón­fa­ci­lita la puesta en contacto, ¿pero de qué manera protege a la persona que reporta? Aparte hay un trabajo que no se está haci­endo con las mascu­li­ni­da­des, y este es el problema, bási­ca­mente, el hombre que no enti­ende lo que es una rela­ción consen­sual. Nece­si­ta­mos tener mejo­res apli­ca­ci­o­nes, que garan­ti­cen la segu­ri­dad, permi­tan repor­tar de forma anónima con garan­tías y que excluyan a las perso­nas que son agre­so­ras.

¿Se trata también de un trabajo que debe hacerse en la educa­ción?

En la escu­ela, en el traba­jo… Somos la primera gene­ra­ción que usa de forma inten­siva instru­men­tos digi­ta­les para todos los aspec­tos de la vida y no hemos sido educa­das para tener una apro­pi­a­ción polí­tica y ciuda­dana de la tecno­lo­gía. En la escu­ela te abren una cuenta de Google y no tienes opción de decir que no. Aquí hay que ver el rol de las insti­tu­ci­o­nes públi­cas, que llevan a la gente a usar herra­mi­en­tas comer­ci­a­les para estar en contacto con ellas. Debe haber más instan­cias desde las que se produzca una apro­pi­a­ción colec­tiva y polí­tica de las tecno­lo­gías.