Aprendiendo del virus por Paul B. Preciado

Imatge

Post origi­nal publi­cado en El pais

Si Michel Foucault hubi­era sobre­vi­vido al azote del sida y hubi­era resis­tido hasta la inven­ción de la trite­ra­pia tendría hoy 93 años: ¿habría acep­tado de buen grado haberse encer­rado en su piso de la rue Vaugi­rard? El primer filó­sofo de la histo­ria en morir de las compli­ca­ci­o­nes gene­ra­das por el virus de inmu­no­de­fi­ci­en­cia adqui­rida nos ha legado algu­nas de las noci­o­nes más efica­ces para pensar la gestión polí­tica de la epide­mia que, en medio del pánico y la desin­for­ma­ción, se vuel­ven tan útiles como una buena masca­ri­lla cogni­tiva.

Lo más impor­tante que apren­di­mos de Foucault es que el cuerpo vivo (y por tanto mortal) es el objeto central de toda polí­tica. Il n’y a pas de poli­ti­que qui ne soit pas une poli­ti­que des corps (no hay polí­tica que no sea una polí­tica de los cuer­pos). Pero el cuerpo no es para Foucault un orga­nismo bioló­gico dado sobre el que después actúa el poder. La tarea misma de la acción polí­tica es fabri­car un cuerpo, ponerlo a traba­jar, defi­nir sus modos de repro­duc­ción, prefi­gu­rar las moda­li­da­des del discurso a través de las que ese cuerpo se ficci­o­na­liza hasta ser capaz de decir “yo”. Todo el trabajo de Foucault podría enten­derse como un análi­sis histó­rico de las distin­tas técni­cas a través de las que el poder gesti­ona la vida y la muerte de las pobla­ci­o­nes. Entre 1975 y 1976, los años en los que publicó Vigi­lar y casti­gar y el primer volu­men de la Histo­ria de la sexu­a­li­dad, Foucault utilizó la noción de “biopo­lí­tica” para hablar de una rela­ción que el poder esta­ble­cía con el cuerpo social en la moder­ni­dad. Descri­bió la tran­si­ción desde lo que él llamaba una “soci­e­dad sobe­rana” hacia una “soci­e­dad disci­pli­na­ria” como el paso desde una soci­e­dad que define la sobe­ra­nía en térmi­nos de deci­sión y ritu­a­li­za­ción de la muerte a una soci­e­dad que gesti­ona y maxi­miza la vida de las pobla­ci­o­nes en térmi­nos de interés naci­o­nal. Para Foucault, las técni­cas guber­na­men­ta­les biopo­lí­ti­cas se exten­dían como una red de poder que desbor­daba el ámbito legal o la esfera puni­tiva convir­ti­én­dose en una fuerza “soma­to­po­lí­tica”, una forma de poder espa­ci­a­li­zado que se exten­día en la tota­li­dad del terri­to­rio hasta pene­trar en el cuerpo indi­vi­dual.

Durante y después de la crisis del sida, nume­ro­sos auto­res ampli­a­ron y radi­ca­li­za­ron las hipó­te­sis de Foucault y sus rela­ci­o­nes con las polí­ti­cas inmu­ni­ta­rias. El filó­sofo itali­ano Roberto Espó­sito analizó las rela­ci­o­nes entre la noción polí­tica de “comu­ni­dad” y la noción biomé­dica y epide­mi­o­ló­gica de “inmu­ni­dad”. Comu­ni­dad e inmu­ni­dad compar­ten una misma raíz, munus,  en latín el munus era el tributo que alguien debía pagar por vivir o formar parte de la comu­ni­dad. La comu­ni­dad es cum (con) munus (deber, ley, obli­ga­ción, pero también ofrenda): un grupo humano reli­gado por una ley y una obli­ga­ción común, pero también por un regalo, por una ofrenda. El sustan­tivo inmu­ni­tas,  es un voca­blo priva­tivo que deriva de negar el munus. En el dere­cho romano, la inmu­ni­tas era una dispensa o un privi­le­gio que exone­raba a alguien de los debe­res soci­e­ta­rios que son comu­nes a todos. Aquel que había sido exone­rado era inmune. Mien­tras que aquel que estaba desmu­nido era aquel al que se le había reti­rado todos los privi­le­gios de la vida en comu­ni­dad.

Roberto Espó­sito nos enseña que toda biopo­lí­tica es inmu­no­ló­gica: supone una defi­ni­ción de la comu­ni­dad y el esta­ble­ci­mi­ento de una jerar­quía entre aque­llos cuer­pos que están exen­tos de tribu­tos (los que son consi­de­ra­dos inmu­nes) y aque­llos que la comu­ni­dad percibe como poten­ci­al­mente peli­gro­sos (los demuni)y que serán exclui­dos en un acto de protec­ción inmu­no­ló­gica. Esa es la para­doja de la biopo­lí­tica: todo acto de protec­ción implica una defi­ni­ción inmu­ni­ta­ria de la comu­ni­dad según la cual esta se dará a sí misma la auto­ri­dad de sacri­fi­car otras vidas, en bene­fi­cio de una idea de su propia sobe­ra­nía. El estado de excep­ción es la norma­li­za­ción de esta inso­por­ta­ble para­doja.

El virus actúa a nues­tra imagen y seme­janza, no hace más que repli­car y exten­der a toda la pobla­ción, las formas domi­nan­tes de gestión biopo­lí­tica y necro­po­lí­tica que ya esta­ban traba­jando sobre el terri­to­rio naci­o­nal

A partir del siglo XIX, con el descu­bri­mi­ento de la primera vacuna anti­va­ri­ó­lica y los expe­ri­men­tos de Pasteur y Koch, la noción de inmu­ni­dad migra desde el ámbito del dere­cho y adqui­ere una signi­fi­ca­ción médica. Las demo­cra­cias libe­ra­les y patri­arco-colo­ni­a­les Euro­peas del siglo XIX cons­truyen el ideal del indi­vi­duo moderno no solo como agente (mascu­lino, blanco, hete­ro­se­xual) econó­mico libre, sino también como un cuerpo inmune, radi­cal­mente sepa­rado, que no debe nada a la comu­ni­dad. Para Espó­sito, el modo en el que la Alema­nia nazi carac­te­rizó a una parte de su propia pobla­ción (los judíos, pero también los gita­nos, los homo­se­xu­a­les, los perso­nas con disca­pa­ci­dad) como cuer­pos que amena­za­ban la sobe­ra­nía de la comu­ni­dad aria es un ejem­plo para­digmá­tico de los peli­gros de la gestión inmu­ni­ta­ria. Esta compren­sión inmu­no­ló­gica de la soci­e­dad no acabó con el nazismo, sino que, al contra­rio, ha pervi­vido en Europa legi­ti­mando las polí­ti­cas neoli­be­ra­les de gestión de sus mino­rías raci­a­li­za­das y de las pobla­ci­o­nes migran­tes. Es esta compren­sión inmu­no­ló­gica la que ha forjado la comu­ni­dad econó­mica euro­pea, el mito de Shen­gen y las técni­cas de Fron­tex en los últi­mos años.

En 1994, en Flexi­ble Bodies, la antro­pó­loga de la Univer­si­dad de Prin­ce­ton Emily Martin analizó la rela­ción entre inmu­ni­dad y polí­tica en la cultura ameri­cana durante las crisis de la polio y el sida. Martin llegó a algu­nas conclu­si­o­nes que resul­tan perti­nen­tes para anali­zar la crisis actual. La inmu­ni­dad corpo­ral, argu­menta Martin, no es solo un mero hecho bioló­gico inde­pen­di­ente de vari­a­bles cultu­ra­les y polí­ti­cas. Bien al contra­rio, lo que enten­de­mos por inmu­ni­dad se cons­truye colec­ti­va­mente a través de crite­rios soci­a­les y polí­ti­cos que produ­cen alter­na­ti­va­mente sobe­ra­nía o exclu­sión, protec­ción o estigma, vida o muerte.

Si volve­mos a pensar la histo­ria de algu­nas de las epide­mias mundi­a­les de los cinco últi­mos siglos bajo el prisma que nos ofre­cen Michel Foucault, Roberto Espó­sito y Emily Martin es posi­ble elabo­rar una hipó­te­sis que podría tomar la forma de una ecua­ción: dime cómo tu comu­ni­dad cons­truye su sobe­ra­nía polí­tica y te diré qué formas tomarán tus epide­mias y cómo las afron­tarás.

Las distin­tas epide­mias mate­ri­a­li­zan en el ámbito del cuerpo indi­vi­dual las obse­si­o­nes que domi­nan la gestión polí­tica de la vida y de la muerte de las pobla­ci­o­nes en un peri­odo deter­mi­nado. Por decirlo con térmi­nos de Foucault, una epide­mia radi­ca­liza y desplaza las técni­cas biopo­lí­ti­cas que se apli­can al terri­to­rio naci­o­nal hasta al nivel de la anato­mía polí­tica, inscri­bi­én­do­las en el cuerpo indi­vi­dual. Al mismo tiempo, una epide­mia permite exten­der a toda la pobla­ción las medi­das de “inmu­ni­za­ción” polí­tica que habían sido apli­ca­das hasta ahora de manera violenta frente aque­llos que habían sido consi­de­ra­dos como “extran­je­ros” tanto dentro como en los lími­tes del terri­to­rio naci­o­nal.

La gestión polí­tica de las epide­mias pone en escena la utopía de comu­ni­dad y las fanta­sías inmu­ni­ta­rias de una soci­e­dad, exter­na­li­zando sus sueños de omni­po­ten­cia (y los fallos estre­pi­to­sos) de su sobe­ra­nía polí­tica. La hipó­te­sis de Michel Foucault, Roberto Espó­sito y de Emily Martin nada tiene que ver con una teoría de complot. No se trata de la idea ridí­cula de que el virus sea una inven­ción de labo­ra­to­rio o un plan maqui­a­vé­lico para exten­der polí­ti­cas toda­vía más auto­ri­ta­rias. Al contra­rio, el virus actúa a nues­tra imagen y seme­janza, no hace más que repli­car, mate­ri­a­li­zar, inten­si­fi­car y exten­der a toda la pobla­ción, las formas domi­nan­tes de gestión biopo­lí­tica y necro­po­lí­tica que ya esta­ban traba­jando sobre el terri­to­rio naci­o­nal y sus lími­tes. De ahí que cada soci­e­dad pueda defi­nirse por la epide­mia que la amenaza y por el modo de orga­ni­zarse frente a ella.

Pense­mos, por ejem­plo, en la sífi­lis. La epide­mia golpeó por primera vez a la ciudad de Nápo­les en 1494. La empresa colo­nial euro­pea acababa de inici­arse. La sífi­lis fue como el pisto­le­tazo de salida de la destruc­ción colo­nial y de las polí­ti­cas raci­a­les que vendrían con ellas. Los ingle­ses la llama­ron “la enfer­me­dad fran­cesa”, los fran­ce­ses dije­ron que era “el mal napo­li­tano” y los napo­li­ta­nos que había venido de América: se dijo que había sido traída por los colo­ni­za­do­res que habían sido infec­ta­dos por los indí­ge­nas… El virus, como nos enseñó Derrida, es, por defi­ni­ción, el extran­jero, el otro, el extraño. Infec­ción sexu­al­mente trans­mi­si­ble, la sífi­lis mate­ri­a­lizó en los cuer­pos de los siglos XVI al XIX las formas de repre­sión y exclu­sión social que domi­na­ban la moder­ni­dad patri­ar­co­co­lo­nial: la obse­sión por la pureza racial, la prohi­bi­ción de los así llama­dos “matri­mo­nios mixtos” entre perso­nas de distinta clase y “raza” y las múlti­ples restric­ci­o­nes que pesa­ban sobre las rela­ci­o­nes sexu­a­les y extra­ma­tri­mo­ni­a­les.

Lo que estará en el centro del debate durante y después de esta crisis es cuáles serán las vidas que esta­re­mos dispu­es­tos a salvar y cuáles serán sacri­fi­ca­das

La utopía de comu­ni­dad y el modelo de inmu­ni­dad de la sífi­lis es el del cuerpo blanco burgués sexu­al­mente confi­nado en la vida matri­mo­nial como núcleo de la repro­duc­ción del cuerpo naci­o­nal. De ahí que la pros­ti­tuta se convir­ti­era en el cuerpo vivo que condensó todos los signi­fi­can­tes polí­ti­cos abyec­tos durante la epide­mia: mujer obrera y a menudo raci­a­li­zada, cuerpo externo a las regu­la­ci­o­nes domés­ti­cas y del matri­mo­nio, que hacía de su sexu­a­li­dad su medio de produc­ción, la traba­ja­dora sexual fue visi­bi­li­zada, contro­lada y estig­ma­ti­zada como vector prin­ci­pal de la propa­ga­ción del virus. Pero no fue la repre­sión de la pros­ti­tu­ción ni la reclu­sión de las pros­ti­tu­tas en burde­les naci­o­na­les (como imaginó Restif de la Bretonne) lo que curó la sífi­lis. Bien al contra­rio. La reclu­sión de las pros­ti­tu­tas solo las hizo más vulne­ra­bles a la enfer­me­dad. Lo que curó la sífi­lis fue el descu­bri­mi­ento de los anti­bi­ó­ti­cos y espe­ci­al­mente de la peni­ci­lina en 1928, preci­sa­mente un momento de profun­das trans­for­ma­ci­o­nes de la polí­tica sexual en Europa con los prime­ros movi­mi­en­tos de desco­lo­ni­za­ción, el acceso de las muje­res blan­cas al voto, las prime­ras despe­na­li­za­ci­o­nes de la homo­se­xu­a­li­dad y una rela­tiva libe­ra­li­za­ción de la ética matri­mo­nial hete­ro­se­xual.

Medio siglo después, el sida fue a la soci­e­dad neoli­be­ral hete­ro­nor­ma­tiva del siglo XX lo que la sífi­lis había sido a la soci­e­dad indus­trial y colo­nial. Los prime­ros casos apare­ci­e­ron en 1981, preci­sa­mente en el momento en el que la homo­se­xu­a­li­dad dejaba de ser consi­de­rada como una enfer­me­dad psiquiá­trica, después de que hubi­era sido objeto de perse­cu­ción y discri­mi­na­ción social durante déca­das. La primera fase de la epide­mia afectó de manera prio­ri­ta­ria a lo que se nombró enton­ces como las 4 H: homo­se­xu­a­les, hookers —traba­ja­do­ras o traba­ja­do­res sexu­a­les, hemo­fí­li­cos y heroin users heroi­nó­ma­nos. El sida remas­te­rizó y reac­tu­a­lizó la red de control sobre el cuerpo y la sexu­a­li­dad que había tejido la sífi­lis y que la peni­ci­lina y los movi­mi­en­tos de desco­lo­ni­za­ción, femi­nis­tas y homo­se­xu­a­les habían desar­ti­cu­lado y trans­for­mado en los años sesenta y setenta. Como en el caso de las pros­ti­tu­tas en la crisis de la sífi­lis, la repre­sión de la homo­se­xu­a­li­dad sólo causó más muer­tes. Lo que está trans­for­mando progre­si­va­mente el sida en una enfer­me­dad crónica ha sido la despa­to­lo­gi­za­ción de la homo­se­xu­a­li­dad, la auto­no­mi­za­ción farma­co­ló­gica del Sur, la eman­ci­pa­ción sexual de las muje­res, su dere­cho a decir no a las prác­ti­cas sin condón, y el acceso de la pobla­ción afec­tada, inde­pen­di­en­te­mente de su clase social o su grado de raci­a­li­za­ción, a las trite­ra­pias. El modelo de comu­ni­dad/inmu­ni­dad del sida tiene que ver con la fanta­sía de la sobe­ra­nía sexual mascu­lina enten­dida como dere­cho inne­go­ci­a­ble de pene­tra­ción, mien­tras que todo cuerpo pene­trado sexu­al­mente (homo­se­xual, mujer, toda forma de anali­dad) es perci­bido como carente de sobe­ra­nía.

Volva­mos ahora a nues­tra situ­a­ción actual. Mucho antes de que hubi­era apare­cido la Covid-19 habí­a­mos ya inici­ado un proceso de muta­ción plane­ta­ria. Está­ba­mos atra­ve­sando ya, antes del virus, un cambio social y polí­tico tan profundo como el que afectó a las soci­e­da­des que desar­ro­lla­ron la sífi­lis. En el siglo XV, con la inven­ción de la imprenta y la expan­sión del capi­ta­lismo colo­nial, se pasó de una soci­e­dad oral a una soci­e­dad escrita, de una forma de produc­ción feudal a una forma de produc­ción indus­trial-escla­vista y de una soci­e­dad teocrá­tica a una soci­e­dad regida por acuer­dos cien­tí­fi­cos en el que las noci­o­nes de sexo, raza y sexu­a­li­dad se conver­ti­rían en dispo­si­ti­vos de control necro-biopo­lí­tico de la pobla­ción.

Hoy esta­mos pasando de una soci­e­dad escrita a una soci­e­dad cibe­ro­ral, de una soci­e­dad orgá­nica a una soci­e­dad digi­tal, de una econo­mía indus­trial a una econo­mía inma­te­rial, de una forma de control disci­pli­na­rio y arqui­tec­tó­nico, a formas de control micro­pros­té­ti­cas y mediá­tico-ciber­né­ti­cas. En otros textos he deno­mi­nado farma­co­por­nográ­fica al tipo de gestión y produc­ción del cuerpo y de la subje­ti­vi­dad sexual dentro de esta nueva confi­gu­ra­ción polí­tica. El cuerpo y la subje­ti­vi­dad contem­porá­neos ya no son regu­la­dos única­mente a través de su paso por las insti­tu­ci­o­nes disci­pli­na­rias (escu­ela, fábrica, caserna, hospi­tal, etcé­tera) sino y sobre todo a través de un conjunto de tecno­lo­gías biomo­le­cu­la­res, micro­pros­té­ti­cas, digi­ta­les y de trans­mi­sión y de infor­ma­ción. En el ámbito de la sexu­a­li­dad, la modi­fi­ca­ción farma­co­ló­gica de la conci­en­cia y del compor­ta­mi­ento, la mundi­a­li­za­ción de la píldora anti­con­cep­tiva para todas las “muje­res”, así como la produc­ción de la trite­ra­pias, de las tera­pias preven­ti­vas del sida o el viagra son algu­nos de los índi­ces de la gestión biotec­no­ló­gica. La exten­sión plane­ta­ria de Inter­net, la gene­ra­li­za­ción del uso de tecno­lo­gías informá­ti­cas móvi­les, el uso de la inte­li­gen­cia arti­fi­cial y de algo­rit­mos en el análi­sis de big data,  el inter­cam­bio de infor­ma­ción a gran velo­ci­dad y el desar­ro­llo de dispo­si­ti­vos globa­les de vigi­lan­cia informá­tica a través de saté­lite son índi­ces de esta nueva gestión semi­o­tio-técnica digi­tal. Si las he deno­mi­nado pornográ­fi­cas es, en primer lugar, porque estas técni­cas de biovi­gi­lan­cia se intro­du­cen dentro del cuerpo, atra­vi­e­san la piel, nos pene­tran; y en segundo lugar, porque los dispo­si­ti­vos de biocon­trol ya no funci­o­nan a través de la repre­sión de la sexu­a­li­dad (mastur­ba­to­ria o no), sino a través de la inci­ta­ción al consumo y a la produc­ción cons­tante de un placer regu­lado y cuan­ti­fi­ca­ble. Cuanto más consu­mi­mos y más sanos esta­mos mejor somos contro­la­dos.

La muta­ción que está teni­endo lugar podría ser también el paso de un régi­men patri­arco-colo­nial y extrac­ti­vista, de una soci­e­dad antro­po­cén­trica y de una polí­tica donde una parte muy pequeña de la comu­ni­dad humana plane­ta­ría se auto­riza a sí misma a llevar a cabo prác­ti­cas de preda­ción univer­sal, a una soci­e­dad capaz de redis­tri­buir ener­gía y sobe­ra­nía. Desde una soci­e­dad de ener­gías fósi­les a otra de ener­gías reno­va­bles. Está también en cues­tión el paso desde un modelo bina­rio de dife­ren­cia sexual a un para­digma más abierto en el que la morfo­lo­gía de los órga­nos geni­ta­les y la capa­ci­dad repro­duc­tiva de un cuerpo no defi­nan su posi­ción social desde el momento del naci­mi­ento; y desde un modelo hete­ro­pa­tri­ar­cal a formas no jerár­qui­cas de repro­duc­ción de la vida. Lo que estará en el centro del debate durante y después de esta crisis es cuáles serán las vidas que esta­re­mos dispu­es­tos a salvar y cuáles serán sacri­fi­ca­das. Es en el contexto de esta muta­ción, de la trans­for­ma­ción de los modos de enten­der la comu­ni­dad (una comu­ni­dad que hoy es la tota­li­dad del planeta) y la inmu­ni­dad donde el virus opera y se convi­erte en estra­te­gia polí­tica.

Inmu­ni­dad y polí­tica de la fron­tera

Lo que ha carac­te­ri­zado las polí­ti­cas guber­na­men­ta­les de los últi­mos 20 años, desde al menos la caída de las torres geme­las, frente a las ideas aparen­tes de liber­tad de circu­la­ción que domi­na­ban el neoli­be­ra­lismo de la era That­cher, ha sido la rede­fi­ni­ción de los esta­dos-nación en térmi­nos neoco­lo­ni­a­les e iden­ti­ta­rios y la vuelta a la idea de fron­tera física como condi­ción del resta­ble­ci­mi­ento de la iden­ti­dad naci­o­nal y la sobe­ra­nía polí­tica. Israel, Esta­dos Unidos, Rusia, Turquía y la Comu­ni­dad Econó­mica Euro­pea han lide­rado el diseño de nuevas fron­te­ras que por primera vez después de déca­das, no han sido solo vigi­la­das o custo­di­a­das, sino reins­cri­tas a través de la deci­sión de elevar muros y cons­truir diques, y defen­di­das con medi­das no biopo­lí­ti­cas, sino necro­po­lí­ti­cas, con técni­cas de muerte.

La Covid-19 ha legi­ti­mado y exten­dido esas prác­ti­cas esta­ta­les de biovi­gi­lan­cia y control digi­tal norma­lizán­do­las y haci­én­do­las “nece­sa­rias” para mante­ner una cierta idea de la inmu­ni­dad

Como soci­e­dad euro­pea, deci­di­mos cons­truir­nos colec­ti­va­mente como comu­ni­dad total­mente inmune, cerrada a Oriente y al Sur, mien­tras que Oriente y el Sur, desde el punto de vista de los recur­sos ener­gé­ti­cos y de la produc­ción de bienes de consumo, son nues­tro alma­cén. Cerra­mos la fron­tera en Grecia, cons­trui­mos los mayo­res centros de deten­ción a cielo abierto de la histo­ria en las islas que bordean Turquía y el Medi­terrá­neo y fanta­se­a­mos que así conse­gui­rí­a­mos una forma de inmu­ni­dad. La destruc­ción de Europa comenzó para­dó­ji­ca­mente con esta cons­truc­ción de una comu­ni­dad euro­pea inmune, abierta en su inte­rior y total­mente cerrada a los extran­je­ros y migran­tes.

Lo que está siendo ensayado a escala plane­ta­ria a través de la gestión del virus es un nuevo modo de enten­der la sobe­ra­nía en un contexto en el que la iden­ti­dad sexual y racial (ejes de la segmen­ta­ción polí­tica del mundo patri­arco-colo­nial hasta ahora) están siendo desar­ti­cu­la­das. La Covid-19 ha despla­zado las polí­ti­cas de la fron­tera que esta­ban teni­endo lugar en el terri­to­rio naci­o­nal o en el super­ter­ri­to­rio euro­peo hasta el nivel del cuerpo indi­vi­dual. El cuerpo, tu cuerpo indi­vi­dual, como espa­cio vivo y como entra­mado de poder, como centro de produc­ción y consumo de ener­gía, se ha conver­tido en el nuevo terri­to­rio en el que las agre­si­vas polí­ti­cas de la fron­tera que lleva­mos diseñando y ensayando durante años se expre­san ahora en forma de barrera y guerra frente al virus. La nueva fron­tera necro­po­lí­tica se ha despla­zado desde las costas de Grecia hasta la puerta del domi­ci­lio privado. Lesbos empi­eza ahora en la puerta de tu casa. Y la fron­tera no para de cercarte, empuja hasta acer­carse más y más a tu cuerpo. Calais te explota ahora en la cara. La nueva fron­tera es la masca­ri­lla. El aire que respi­ras debe ser solo tuyo. La nueva fron­tera es tu epider­mis. El nuevo Lampe­dusa es tu piel.

Se repro­du­cen ahora sobre los cuer­pos indi­vi­du­a­les las polí­ti­cas de la fron­tera y las medi­das estric­tas de confi­na­mi­ento e inmo­vi­li­za­ción que como comu­ni­dad hemos apli­cado durante estos últi­mos años a migran­tes y refu­gi­a­dos —hasta dejar­los fuera de toda comu­ni­dad—. Durante años los tuvi­mos en el limbo de los centros de reten­ción. Ahora somos noso­tros los que vivi­mos en el limbo del centro de reten­ción de nues­tras propias casas.

La biopo­lí­tica en la era ‘far­ma­co­por­nográ­fi­ca’

Las epide­mias, por su llama­mi­ento al estado de excep­ción y por la infle­xi­ble impo­si­ción de medi­das extre­mas, son también gran­des labo­ra­to­rios de inno­va­ción social, la ocasión de una recon­fi­gu­ra­ción a gran escala de las técni­cas del cuerpo y las tecno­lo­gías del poder. Foucault analizó el paso de la gestión de la lepra a la gestión de la peste como el proceso a través del que se desple­ga­ron las técni­cas disci­pli­na­rias de espa­ci­a­li­za­ción del poder de la moder­ni­dad. Si la lepra había sido confron­tada a través de medi­das estric­ta­mente necro­po­lí­ti­cas que exclu­ían al leproso condenán­dolo si no a la muerte al menos a la vida fuera de la comu­ni­dad, la reac­ción frente a la epide­mia de la peste inventa la gestión disci­pli­na­ria y sus formas de inclu­sión excluyente: segmen­ta­ción estricta de la ciudad, confi­na­mi­ento de cada cuerpo en cada casa.

Nues­tra salud no vendrá de la impo­si­ción de fron­te­ras o de la sepa­ra­ción, sino de un nuevo equi­li­brio con otros seres vivos del planeta

Las distin­tas estra­te­gias que los distin­tos países han tomado frente a la exten­sión de la Covid-19 mues­tran dos tipos de tecno­lo­gías biopo­lí­ti­cas total­mente distin­tas. La primera, en funci­o­na­mi­ento sobre todo en Italia, España y Fran­cia, aplica medi­das estric­ta­mente disci­pli­na­rias que no son, en muchos senti­dos, muy distin­tas a las que se utili­za­ron contra la peste. Se trata del confi­na­mi­ento domi­ci­li­a­rio de la tota­li­dad de la pobla­ción. Vale la pena releer el capí­tulo sobre la gestión de la peste en Europa de Vigi­lar y casti­garpara darse cuenta que las polí­ti­cas fran­ce­sas de gestión de la Covid-19 no han cambi­ado mucho desde enton­ces. Aquí funci­ona la lógica de la fron­tera arqui­tec­tó­nica y el trata­mi­ento de los casos de infec­ción dentro de encla­ves hospi­ta­la­rios clási­cos. Esta técnica no ha mostrado aún prue­bas de efica­cia total.

La segunda estra­te­gia, puesta en marcha por Corea del Sur, Taiwán, Singa­pur, Hong-Kong, Japón e Israel supone el paso desde técni­cas disci­pli­na­rias y de control arqui­tec­tó­nico moder­nas a técni­cas farma­co­por­nográ­fi­cas de biovi­gi­lan­cia: aquí el énfa­sis está puesto en la detec­ción indi­vi­dual del virus a través de la multi­pli­ca­ción de los tests y de la vigi­lan­cia digi­tal cons­tante y estricta de los enfer­mos a través de sus dispo­si­ti­vos informá­ti­cos móvi­les. Los telé­fo­nos móvi­les y las tarje­tas de crédito se convi­er­ten aquí en instru­men­tos de vigi­lan­cia que permi­ten trazar los movi­mi­en­tos del cuerpo indi­vi­dual. No nece­si­ta­mos braza­le­tes biomé­tri­cos: el móvil se ha conver­tido en el mejor braza­lete, nadie se separa de él ni para dormir. Una apli­ca­ción de GPS informa a la poli­cía de los movi­mi­en­tos de cual­quier cuerpo sospe­choso. La tempe­ra­tura y el movi­mi­ento de un cuerpo indi­vi­dual son moni­to­ri­za­dos a través de las tecno­lo­gías móvi­les y obser­va­dos en tiempo real por el ojo digi­tal de un Estado cibe­rau­to­ri­ta­rio para el que la comu­ni­dad es una comu­ni­dad de cibe­ru­su­a­rios y la sobe­ra­nía es sobre todo trans­pa­ren­cia digi­tal y gestión de big data.

Pero estas polí­ti­cas de inmu­ni­za­ción polí­tica no son nuevas y no han sido sólo desple­ga­das antes para la búsqueda y captura de los así deno­mi­na­dos terro­ris­tas: desde prin­ci­pios de la década de 2010, por ejem­plo, Taiwán había lega­li­zado el acceso a todos los contac­tos de los telé­fo­nos móvi­les en las apli­ca­ci­o­nes de encu­en­tro sexual con el obje­tivo de “preve­nir” la expan­sión del sida y la pros­ti­tu­ción en Inter­net. La Covid-19 ha legi­ti­mado y exten­dido esas prác­ti­cas esta­ta­les de biovi­gi­lan­cia y control digi­tal norma­lizán­do­las y haci­én­do­las “nece­sa­rias” para mante­ner una cierta idea de la inmu­ni­dad. Sin embargo, los mismos Esta­dos que imple­men­tan medi­das de vigi­lan­cia digi­tal extrema no se plan­tean toda­vía prohi­bir el tráfico y el consumo de anima­les salva­jes ni la produc­ción indus­trial de aves y mamí­fe­ros ni la reduc­ción de las emisi­o­nes de CO2. Lo que ha aumen­tado no es la inmu­ni­dad del cuerpo social, sino la tole­ran­cia ciuda­dana frente al control ciber­né­tico esta­tal y corpo­ra­tivo.

La gestión polí­tica de la Covid-19 como forma de admi­nis­tra­ción de la vida y de la muerte dibuja los contor­nos de una nueva subje­ti­vi­dad. Lo que se habrá inven­tado después de la crisis es una nueva utopía de la comu­ni­dad inmune y una nueva forma de control del cuerpo. El sujeto del tech­no­pa­tri­ar­cado neoli­be­ral que la Covid-19 fabrica no tiene piel, es into­ca­ble, no tiene manos. No inter­cam­bia bienes físi­cos, ni toca mone­das, paga con tarjeta de crédito. No tiene labios, no tiene lengua. No habla en directo, deja un mensaje de voz. No se reúne ni se colec­ti­viza. Es radi­cal­mente indi­vi­duo. No tiene rostro, tiene máscara. Su cuerpo orgá­nico se oculta para poder exis­tir tras una serie inde­fi­nida de medi­a­ci­o­nes semio-técni­cas, una serie de próte­sis ciber­né­ti­cas que le sirven de máscara: la máscara de la direc­ción de correo elec­tró­nico, la máscara de la cuenta Face­book, la máscara de Insta­gram. No es un agente físico, sino un consu­mi­dor digi­tal, un tele­pro­duc­tor, es un código, un pixel, una cuenta banca­ria, una puerta con un nombre, un domi­ci­lio al que Amazon puede enviar sus pedi­dos.

La prisión blanda: bien­ve­nido a la teler­re­pú blica de tu casa

Uno de los despla­za­mi­en­tos centra­les de las técni­cas biopo­lí­ti­cas farma­co­por­nográ­fi­cas que carac­te­ri­zan la crisis de la Covid-19 es que el domi­ci­lio perso­nal —y no las insti­tu­ci­o­nes tradi­ci­o­na­les de enci­erro y norma­li­za­ción (hospi­tal, fábrica, prisión, cole­gio)— aparece ahora como el nuevo centro de produc­ción, consumo y control biopo­lí­tico. Ya no se trata solo de que la casa sea el lugar de enci­erro del cuerpo, como era el caso en la gestión de la peste. El domi­ci­lio perso­nal se ha conver­tido ahora en el centro de la econo­mía del tele­con­sumo y de la tele­pro­duc­ción. El espa­cio domés­tico existe ahora como un punto en un espa­cio ciber­vi­gi­lado, un lugar iden­ti­fi­ca­ble en un mapa google, una casi­lla reco­no­ci­ble por un dron.

Si yo me inter­esé en su momento por la Mansión Play­boy es porque esta funci­onó en plena guerra fría como un labo­ra­to­rio en el que se esta­ban inven­tando los nuevos dispo­si­ti­vos de control farma­co­por­nográ­fico del cuerpo y de la sexu­a­li­dad que habrían de exten­derse a la a partir de prin­ci­pios del siglo XXI y que ahora se amplían a la tota­li­dad de la pobla­ción mundial con la crisis de la Covid-19. Cuando hice mi inves­ti­ga­ción sobre Play­boy me llamó la aten­ción el hecho de que Hugh Hefner, uno de los hombres más ricos del mundo, hubi­era pasado casi 40 años sin salir de la Mansión, vestido única­mente con pijama, batín y pantu­flas, bebi­endo coca-cola y comi­endo Butter­fin­gers y que hubi­era podido diri­gir y produ­cir que la revista más impor­tante de Esta­dos Unidos sin moverse de su casa o incluso, de su cama. Suple­men­tada con una cámara de video, una línea directa de telé­fono, radio e hilo musi­cal, la cama de Hefner era una autén­tica plata­forma de produc­ción multi­me­dia de la vida de su habi­tante.

Su biógrafo Steven Watts deno­minó a Hefner “un recluso volun­ta­rio en su propio para­íso.” Adepto de dispo­si­ti­vos de archivo audi­o­vi­sual de todo tipo, Hefner, mucho antes de que exis­ti­era el telé­fono móvil, Face­book o What­sApp envi­aba más de una vein­tena de cintas audio y vídeo con consi­gas y mensa­jes, que iban desde entre­vis­tas en directo a direc­tri­ces de publi­ca­ción. Hefner había insta­lado en la mansión, en la que vivían también una docena de Play­ma­tes,  un circuito cerrado de cáma­ras y podía desde su centro de control acce­der a todas las habi­ta­ci­o­nes en tiempo real. Cubi­erta de pane­les de madera y con espe­sas corti­nas, pero pene­trada por miles de cables y repleta de lo que en ese momento se perci­bía como las más altas tecno­lo­gías de tele­co­mu­ni­ca­ción (y que hoy nos pare­ce­rían tan arcai­cas como un tam-tam), era al mismo tiempo total­mente opaca, y total­mente trans­pa­rente. Los mate­ri­a­les filma­dos por las cáma­ras de vigi­lan­cia acaba­ban también en las pági­nas de la revista.

La revo­lu­ción biopo­lí­tica silen­ci­osa que Play­boy lideró supo­nía, más allá la trans­for­ma­ción de la porno­gra­fía hete­ro­se­xual en cultura de masas, la puesta en cues­tión de la divi­sión que había fundado la soci­e­dad indus­trial del siglo XIX: la sepa­ra­ción de las esfe­ras de la produc­ción y de la repro­duc­ción, la dife­ren­cia entre la fábrica y el hogar y con ella la distin­ción patri­ar­cal entre mascu­li­ni­dad y femi­ni­dad. Play­boy acató esta dife­ren­cia propo­ni­endo la crea­ción de un nuevo enclave de vida: el apar­ta­mento de soltero total­mente conec­tado a las nuevas tecno­lo­gías de comu­ni­ca­ción del que el nuevo produc­tor semi­ó­tico no nece­sita salir ni para traba­jar ni para prac­ti­car sexo —acti­vi­da­des que, además, se habían vuelto indis­tin­gui­bles—. Su cama gira­to­ria era al mismo tiempo su mesa de trabajo, una oficina de direc­ción, un esce­na­rio fotográ­fico y un lugar de cita sexual, además de un plató de tele­vi­sión desde donde se rodaba el famoso programa Play­boy after darkPlay­boy anti­cipó los discur­sos contem­porá­neos sobre el tele­tra­bajo, y la produc­ción inma­te­rial que la gestión de la crisis de la Covid-19 ha trans­for­mado en un deber ciuda­dano. Hefner llamó a este nuevo produc­tor social el “traba­ja­dor hori­zon­tal”. El vector de inno­va­ción social que Play­boy puso en marcha era la erosión (por no decir la destruc­ción) de la distan­cia entre trabajo y ocio, entre produc­ción y sexo. La vida del play­boy, cons­tan­te­mente filmada y difun­dida a través de los medios de comu­ni­ca­ción de la revista y de la tele­vi­sión, era total­mente pública, aunque el play­boy no sali­era de su casa o incluso de su cama. En ese sentido, Play­boy ponía también en cues­tión la dife­ren­cia entre las esfe­ras mascu­li­nas y feme­ni­nas, haci­endo que el nuevo opera­rio multi­me­dia fuera, lo que pare­cía un oxímo­ron en la época, un hombre domés­tico. El biógrafo de Hefner nos recu­erda que este aisla­mi­ento produc­tivo nece­si­taba un soporte químico: Hefner era un gran consu­mi­dor de Dexe­drina, una anfe­ta­mina que elimi­naba el cansan­cio y el sueño. Así que para­dó­ji­ca­mente, el hombre que no salía de su cama, no dormía nunca. La cama como nuevo centro de opera­ci­o­nes multi­me­dia era una celda farma­co­por­nográ­fica: sólo podría funci­o­nar con la píldora anti­con­cep­tiva, drogas que mantu­vi­e­ran el nivel produc­tivo en alza y un cons­tante flujo de códi­gos semi­ó­ti­cos que se habían conver­tido en el único y verda­dero alimento que nutría al play­boy.

¿Les suena ahora fami­liar todo esto? ¿Se parece todo esto de manera dema­si­ado extraña a sus propias vidas confi­na­das? Recor­de­mos ahora las consig­nas del presi­dente fran­cés Emma­nuel Macron: esta­mos en guerra, no salgan de casa y tele­tra­ba­jen. Las medi­das biopo­lí­ti­cas de gestión del conta­gio impu­es­tas frente al coro­na­vi­rus han hecho que cada uno de noso­tros nos trans­for­me­mos en un traba­ja­dor hori­zon­tal más o menos play­boyesco. El espa­cio domés­tico de cual­qui­era de noso­tros está hoy diez mil veces más tecni­fi­cado que lo estaba la cama gira­to­ria de Hefner en 1968. Los dispo­si­ti­vos de tele­tra­bajo y tele­con­trol están ahora en la palma de nues­tra mano.

En Vigi­lar y casti­gar,  Michel Foucault analizó las celdas reli­gi­o­sas de enci­erro uniper­so­nal como autén­ti­cos vecto­res que sirvi­e­ron para mode­li­zar el paso desde las técni­cas sobe­ra­nas y sangri­en­tas de control del cuerpo y de la subje­ti­vad ante­ri­o­res al siglo XVIII hacia las arqui­tec­tu­ras disci­pli­na­rias y los dispo­si­ti­vos de enci­erro como nuevas técni­cas de gestión de la tota­li­dad de la pobla­ción. Las arqui­tec­tu­ras disci­pli­na­rias fueron versi­o­nes secu­la­ri­zada de las célu­las mona­ca­les en las que se gesta por primera vez el indi­vi­duo moderno como alma encer­rada en un cuerpo, un espí­ritu lector capaz de leer las consig­nas del Estado. Cuando el escri­tor Tom Wolfe visitó a Hefner dijo que este vivía en una prisión tan blanda como el cora­zón de una alca­chofa. Podrí­a­mos decir que la mansión Play­boy y la cama gira­to­ria de Hefner, conver­ti­dos en objeto de consumo pop, funci­o­na­ron durante la guerra fría como espa­cios de tran­si­ción en el que se inventa el nuevo sujeto pros­té­tico, ultra­co­nec­tado y las nuevas formas consumo y control farma­co­por­nográ­fi­cas y de biovi­gi­lan­cia que domi­nan la soci­e­dad contem­porá­nea. Esta muta­ción se ha exten­dido y ampli­fi­cado más durante la gestión de la crisis de la Covid-19: nues­tras máqui­nas portá­ti­les de tele­co­mu­ni­ca­ción son nues­tros nuevos carce­le­ros y nues­tros inte­ri­o­res domés­ti­cos se han conver­tido en la prisión blanda y ultra­co­nec­tada del futuro.

Muta­ción o sumi­sión

Pero todo esto puede ser una mala noti­cia o una gran opor­tu­ni­dad. Es preci­sa­mente porque nues­tros cuer­pos son los nuevos encla­ves del biopo­der y nues­tros apar­ta­men­tos las nuevas célu­las de biovi­gi­lan­cia que se vuelve más urgente que nunca inven­tar nuevas estra­te­gias de eman­ci­pa­ción cogni­tiva y de resis­ten­cia y poner en marcha nuevos proce­sos anta­go­nis­tas.

Contra­ri­a­mente a lo que se podría imagi­nar, nues­tra salud no vendrá de la impo­si­ción de fron­te­ras o de la sepa­ra­ción, sino de una nueva compren­sión de la comu­ni­dad con todos los seres vivos, de un nuevo equi­li­brio con otros seres vivos del planeta. Nece­si­ta­mos un parla­mento de los cuer­pos plane­ta­rio, un parla­mento no defi­nido en térmi­nos de polí­ti­cas de iden­ti­dad ni de naci­o­na­li­da­des, un parla­mento de cuer­pos vivos (vulne­ra­bles) que viven en el planeta Tierra. El evento Covid-19 y sus conse­cu­en­cias nos llaman a libe­rar­nos de una vez por todas de la violen­cia con la que hemos defi­nido nues­tra inmu­ni­dad social. La cura­ción y la recu­pe­ra­ción no pueden ser un simple gesto inmu­no­ló­gico nega­tivo de reti­rada de lo social, de cierre de la comu­ni­dad. La cura­ción y el cuidado sólo pueden surgir de un proceso de trans­for­ma­ción polí­tica. Sanar­nos a noso­tros mismos como soci­e­dad signi­fi­ca­ría inven­tar una nueva comu­ni­dad más allá de las polí­ti­cas de iden­ti­dad y la fron­tera con las que hasta ahora hemos produ­cido la sobe­ra­nía, pero también más allá de la reduc­ción de la vida a su biovi­gi­lan­cia ciber­né­tica. Seguir con vida, mante­ner­nos vivo como planeta, frente al virus, pero también frente a lo que pueda suce­der, signi­fica poner en marcha formas estruc­tu­ra­les de coope­ra­ción plane­ta­ria. Como el virus muta, si quere­mos resis­tir a la sumi­sión, noso­tros también debe­mos mutar.

Es nece­sa­rio pasar de una muta­ción forzada a una muta­ción deli­be­rada. Debe­mos reapro­pi­ar­nos críti­ca­mente de las técni­cas de biopo­lí­ti­cas y de sus dispo­si­ti­vos farma­co­por­nográ­fi­cos. En primer lugar, es impe­ra­tivo cambiar la rela­ción de nues­tros cuer­pos con las máqui­nas de biovi­gi­lan­cia y biocon­trol: estos no son simple­mente dispo­si­ti­vos de comu­ni­ca­ción. Tene­mos que apren­der colec­ti­va­mente a alte­rar­los. Pero también es preciso desa­li­ne­ar­nos. Los Gobi­er­nos llaman al enci­erro y al tele­tra­bajo. Noso­tros sabe­mos que llaman a la desco­lec­ti­vi­za­ción y al tele­con­trol. Utili­ce­mos el tiempo y la fuerza del enci­erro para estu­diar las tradi­ci­o­nes de lucha y resis­ten­cia mino­ri­ta­rias que nos han ayudado a sobre­vi­vir hasta aquí. Apague­mos los móvi­les, desco­nec­te­mos Inter­net. Haga­mos el gran blac­kout frente a los saté­li­tes que nos vigi­lan e imagi­ne­mos juntos en la revo­lu­ción que viene.

Paul B. Preci­ado es escri­tor