Las querellas clickbait contra feministas

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El fenó­meno de presen­tar acci­o­nes lega­les para atraer la aten­ción del público sobre perso­nas, discur­sos y conte­ni­dos propios, no es nuevo. Lo que sí es nuevo es la tenden­cia de que se diri­jan contra acti­vis­tas, peri­o­dis­tas o artis­tas que reivin­di­can los dere­chos de las muje­res

El proceso judi­cial es un cara­melo, como estra­te­gia comu­ni­ca­tiva, todo son venta­jas. Su dura­ción consi­gue lo que cual­quier campaña comu­ni­ca­tiva ansía, mante­ner el interés durante un tiempo prolon­gado. Las opor­tu­ni­da­des comu­ni­ca­ti­vas se multi­pli­can, con el capí­tulo de la presen­ta­ción de la quere­lla, el de la admi­sión a trámite, el de las decla­ra­ci­o­nes de los inves­ti­ga­dos, etc. hasta llegar al momento del juicio. En para­lelo se desar­ro­lla el juicio social, que explota las jugo­sas nove­da­des lega­les, sean reales o ficti­cias. Las redes soci­a­les arden y las tertu­lias orga­ni­zan el circo de opinó­lo­gos que opinan sin crite­rio, pero ello no importa, porque el obje­tivo es entre­te­ner.

Los proce­sos judi­ci­a­les son un producto comu­ni­ca­tivo que inter­esa a todos. Siem­pre tienen la capa­ci­dad de gene­rar un esce­na­rio de combate atrac­tivo y de fácil diges­tión: se diri­men victo­rias y derro­tas, hay justos y peca­do­res. La conti­enda judi­cial suscita un morbo parti­cu­lar, el del espectá­culo de cómo va a reac­ci­o­nar la persona denun­ci­ada ante la emba­ra­zosa tesi­tura de tener que dar expli­ca­ci­o­nes y some­terse a inter­ro­ga­to­rios.

 

Cuando los proce­sos judi­ci­a­les se diri­gen contra las muje­res, el interés se multi­plica. A nadie se le escapa que el terreno judi­cial no es amigo de las muje­res en gene­ral y del femi­nismo en parti­cu­lar. Que la mujer denun­ci­ada juegue con desven­taja hace aumen­tar el morbo. Cuánta exci­ta­ción genera la expec­ta­tiva de contem­plar la disci­plina de la mujer rebelde denun­ci­ada, medi­ante las forma­li­da­des lega­les y su inevi­ta­ble suje­ción a la auto­ri­dad judi­cial. Ese doble­ga­mi­ento moral es exac­ta­mente el efecto que busca la miso­gi­nia orga­ni­zada. Con el impulso de esos proce­sos judi­ci­a­les, saca rédito de aban­de­rar la osadía de lo “polí­ti­ca­mente incor­recto”: ellos son los vali­en­tes que se atre­ven a denun­ciar a las muje­res rebel­des, son los patri­o­tas de la mascu­li­ni­dad hege­mó­nica, los justi­ci­e­ros que le darán su mere­cido a esa mujer, y a todas las que ella repre­senta. Qué mejor polí­tica comu­ni­ca­tiva hay que el castigo ejem­pla­ri­zante, y qué mejor castigo hay que el legal, el refren­dado por el Estado.

El proceso judi­cial penal también tiene venta­jas prác­ti­cas, si se pierde, no se impo­nen las costas al quere­llante y lo mejor de todo, el resul­tado final del proceso nunca acapa­rará la misma aten­ción que generó la presen­ta­ción de la quere­lla. El archivo del proceso durante la fase de inves­ti­ga­ción o la abso­lu­ción en juicio queda­ran dilui­dos en la leja­nía de los tiem­pos. Al final del recor­rido judi­cial, lo que quedará en la conci­en­cia social será una nebu­losa sobre lo problemá­tica que era esa mujer que fue denun­ci­ada. Crimi­na­liza, que algo queda…

En la expe­ri­men­ta­ción de cómo cose­char rédito polí­tico a base de acoso judi­cial, la miso­gi­nia orga­ni­zada ha hecho un descu­bri­mi­ento feno­me­nal: el delito de odio contra los hombres. Se trata de acusar a las femi­nis­tas de odiar, vejar, discri­mi­nar y maltra­tar a los hombres. La perver­sión de girar los tornos, promete no dejar indi­fe­rente a nadie. El invento tiene todos los ingre­di­en­tes para ser una fórmula de éxito: genera indig­na­ción, es un desa­fío legal, se basa en este­re­o­ti­pos y vehi­cula un mensaje polí­tico larga­mente reivin­di­cado por la dere­cha: la violen­cia no tiene género. Y si ellas también son malas, las polí­ti­cas de igual­dad y la legis­la­ción de violen­cia de género no tienen justi­fi­ca­ción. Bueno, bonito, barato. 

Los festi­nes comu­ni­ca­ti­vos orga­ni­za­dos por el hooli­ga­nismo judi­cial de la miso­gi­nia orga­ni­zada, nos empu­jan a refle­xi­o­nar sobre nues­tras estra­te­gias de respu­esta a sus polí­ti­cas comu­ni­ca­ti­vas. El impulso de soli­da­ri­zar­nos con las muje­res ataca­das no nos pude hacer caer en la diná­mica de acabar dando aún más visi­bi­li­zad a los atacan­tes. Ser cons­ci­en­tes de que nues­tras emoci­o­nes son la gaso­lina de su expan­sión divul­ga­tiva, es un primer paso nece­sa­rio. Nues­tra soli­da­ri­dad e incluso nues­tra acción de denun­cia o de crítica, cata­pul­tan la divul­ga­ción de sus conte­ni­dos mucho más allá de sus círcu­los de influ­en­cia prima­rios. La miso­gi­nia orga­ni­zada no solo se apro­ve­cha de la soro­ri­dad, también lo hace del patri­o­tismo mascu­lino, que redi­vulga servil­mente sus conte­ni­dos, para cola­bo­rar a defen­der el orden esta­ble­cido y satis­fa­cer su anhelo de perte­nen­cia iden­ti­ta­ria. Su polí­tica comu­ni­ca­tiva es un éxito total, aunque por moti­vos anta­gó­ni­cos, todos acaba­mos cola­bo­rando a ampli­fi­car sus discur­sos. Y con ello la bana­li­za­ción de las violen­cias y la desle­gi­ti­ma­ción de las reivin­di­ca­ci­o­nes lega­les y polí­ti­cas de las muje­res van perdi­endo terreno.

Además de la bata­lla cultu­ral que se está librando, la miso­gi­nia orga­ni­zada tiene otros obje­ti­vos más terre­na­les. La verdad es que con rascar un poco basta para darse cuenta que detrás de cada cruzada anti­fe­mi­nista, no siem­pre brilla una bata­lla moral. Desde hace tiempo, una gran parte de la miso­gi­nia orga­ni­zada ha dejado de prio­ri­zar el combate ideo­ló­gico y el apego al valor de las ideas. El odio orga­ni­zado de hoy tiene mucho de instru­men­tal, es un reclamo, un anzu­elo, es click­bait. Forma parte de una estra­te­gia econó­mica millo­na­ria que tras­pasa fron­te­ras, en la que se invi­er­ten muchos recur­sos y de la que se espera mucho rédito. La tajada, según cada quien, es directa o indi­recta y se concreta en votos, en influ­en­cia, en audi­en­cias, en contra­tos, en follo­wers, en publi­ci­dad, en clien­tes o en mone­ti­za­ción de conte­ni­dos. Por ello, la mejor manera de dar apoyo a las muje­res asedi­a­das por las acci­o­nes de la miso­gi­nia orga­ni­zada es la de traba­jar colec­ti­va­mente para desen­mas­ca­rar a los atacan­tes. Visi­bi­li­zar quién hay detrás de estas acci­o­nes lega­les, qué obje­tivo real persi­guen, qué ideas están trans­mi­ti­endo, qué medios de comu­ni­ca­ción y qué alia­dos polí­ti­cos les apoyan, nos permite adqui­rir pers­pec­tiva sobre la estra­te­gia global en la que se enmar­can de forma total­mente calcu­lada y desle­gi­ti­mar a los atacan­tes. Que no nos engañen, no es debate ideo­ló­gico, es violen­cia polí­tica contra las muje­res. 

 

Autora: Laia Serra

Abogada

Foto­gra­fía: Concen­tra­ción del pasado 22 de septi­em­bre, durante el primer juicio por las multas del 8M en Valèn­cia.