"Hasta que no prohibamos el comercio con ellos no acabarán los abusos", defiende la autora de 'Privacy is Power', una guía sobre cómo recuperar el control de los datos personales
"Hace seis años, cuando le contaba a la gente que estaba investigando sobre privacidad, la respuesta más común era desalentadora y cínica", relata Carissa Véliz, profesora de Ética, Filosofía Moral y Filosofía de la Mente en la Universidad de Oxford: "La privacidad ha muerto, asúmelo", solía escuchar. Ahora "los vientos han cambiado", defiende esta investigadora hispano-mexicana en su libro Privacy is Power (Batam Press), una guía sobre cómo recuperar el control de los datos personales.
Véliz explica que cada vez estamos más preocupados por la privacidad y que ya hemos empezado a poner límites a ese sector dedicado a convertir en datos nuestro comportamiento online y venderlo por piezas, un "sistema que depende de la violación masiva de derechos". Pero, en entrevista con elDiario.es, avisa que llegar al final de ese túnel "no está garantizado": "Eso no va a suceder hasta que la gente lo pida. Y para pedirlo lo que hay que hacer es cambiar nuestros hábitos, mandarles un mensaje muy claro a las empresas y a los gobiernos".
¿Cree que la privacidad tiene el riesgo de convertirse en un derecho elitista? ¿Solo disponible para quien pueda costearse servicios premium mientras los demás pagan con sus datos?
Definitivamente. Es algo que ya sucede. A la gente que necesita, por ejemplo, más apoyo gubernamental, muchas veces se le somete a un grado de vigilancia mucho mayor que al resto. A principios de 2020 hubo un juicio en Países Bajos en el que se determinó que su sistema de supervisión de ayudas públicas era inaceptable porque recopilaba demasiada información de la gente que necesitaba apoyo. Es muy importante que los datos no sean nunca secuestrados, que no tengan que ser el precio que hay que pagar por acceder a servicios básicos.
¿Cómo conseguimos que los datos personales dejen de ser una moneda de cambio?
Terminando con la economía de datos personales. Los datos personales no deberían de ser el tipo de cosas que se puede comprar y vender.
En el libro afirma que ese capitalismo de vigilancia basado en la compraventa de datos personales puede estar cerca de su fin.
Es una posibilidad que a mí me gustaría perseguir. En el pasado ya nos hemos deshecho de muchas prácticas que eran económicamente muy rentables pero éticamente inaceptables, como el trabajo infantil o que los trabajadores no tuvieran vacaciones. Esa es la historia de los derechos humanos, el darnos cuenta de que los seres humanos son personas con derechos que respetar, no recursos para explotar.
Hay mucha gente que piensa que lo de acabar con la economía de datos es radical porque ya nos hemos acostumbrado a ella. Pero si nos hubieran preguntado antes de que existiera, la economía de datos nos habría parecido una locura. Es una locura tener un sistema que dependa de la violación masiva de derechos. Un modelo de negocio que dependa de la violación de derechos no justifica su existencia.
¿Cree que se puede acabar con ese negocio a través de cambios pequeños o que son necesarias modificaciones estructurales más críticas?
Necesitamos cambios estructurales más críticos, como por ejemplo mejor ciberseguridad y mejor regulación. Pero eso no va a suceder hasta que la gente lo pida. Y para pedirlo lo que hay que hacer es cambiar nuestros hábitos, mandarles un mensaje muy claro a las empresas y a los gobiernos sobre cuánto nos importa este tema.
En las últimas semanas hemos visto algunos cambios: la UE ha presentado una nueva regulación más estricta para las multinacionales digitales, mientras que EEUU ha demandado a Google y Facebook por monopolio. ¿Cree que son los primeros pasos de ese cambio? ¿Hay que ir más allá?
Es muy buen síntoma. Definitivamente son pasos en la dirección correcta, pero no es suficiente. Hasta que no prohibamos el comercio con datos personales no acabarán los abusos. Es necesario implementar deberes fiduciarios, a través de los cuales cualquiera que quiera recolectar o guardar datos personales debe adquirir un deber de cuidado con los sujetos de datos.
En el libro recopila muchos ejemplos de este tipo de abusos y sostiene que en ocasiones pueden sorprender incluso a aquellos concienciados con los abusos de la privacidad. ¿Puede citar alguno?
Por ejemplo, se puede inferir tu esperanza de vida dependiendo de qué tan rápido caminas, y eso se puede calcular porque llevas el móvil en el bolsillo. Esa información la puede usar una aseguradora, un banco o una empresa que esté seleccionado candidatos para un empleo.
Otra información que a las empresas les interesa mucho es qué tipo de música te gusta o qué genero de películas prefieres ver. Es algo que puede parecer bastante superficial, ¿no? En principio no tendría que preocuparnos que Facebook sepa que me gusta una música u otra, pero los problemas empiezan cuando esos datos se usan para inferir tu orientación sexual, tu ideología política o tu nivel socioeconómico. Con total acceso a tus datos personales es muy fácil que te discriminen sin que nunca te enteres. Cuando pides un préstamo o un trabajo y te lo niegan, normalmente no sabes exactamente los detalles por los cuales te lo negaron. Es muy fácil que sea por cuestiones de tus datos a los que las empresas no deberían tener acceso.
China se suele apuntar como ejemplo de sociedad hipervigilada y donde prácticamente no existe el derecho a la privacidad. ¿Dónde hay que mirar para encontrar el ejemplo opuesto?
A ciertos elementos del pasado. Cualquier padre quiere que sus hijos crezcan en un ambiente igual de positivo que al que ellos crecieron o mejor, pero en este momento es muy realista que nuestros hijos crezcan en un ambiente mucho más negativo del que crecimos nosotros, en muchos sentidos. Uno de esos sentidos es la privacidad.
Nosotros tuvimos la oportunidad de emborracharnos, de decir cosas que no deberíamos haber dicho y aprender de nuestros errores sin que tuvieran consecuencias catastróficas. Hoy en día los jóvenes ya no pueden hacer eso. Ya no pueden cometer ese tipo de errores porque siempre están pensando si puede quedar grabado y les va a afectar en el futuro. Eso cambia mucho la psicología de una persona. En vez de crecer en libertad y con una sensación de curiosidad, de exploración y de tranquilidad, se crece en un ambiente de miedo, de estar tratando de ser ortodoxo todo el tiempo, de adaptarse a los criterios de otros.
Uno de los consejos que da en el libro para tener una vida digital más sana es crear "espacios de privacidad" en el mundo real.
Efectivamente, nos estamos perdiendo de mucho si perdemos los espacios en donde hay total intimidad y confidencialidad. Uno no habla con tanta libertad si sabe que cualquier cosa que diga puede ser increíblemente publica en cualquier momento. Hay cierto tipo de relaciones, cierto tipo de conversaciones, cierto tipo de experiencias, que no van a suceder si hay una cámara o un micrófono en la habitación.
¿Qué aconsejaría a esa gente que se siente un poco sobrepasada con la necesidad de proteger los datos personales? ¿Cuáles serían los primeros pasos de una vida más privada?
No hay que verlo como un proyecto en su totalidad porque entonces parece demasiado grande. Hay que ver las cosas paso por paso. Si nunca hubieras tenido Internet y yo te dijera hoy que te tienes que abrir una cuenta de email, una de Facebook, una de Twitter, y tienes que tener el DNI electrónico... te abrumaría. Pero eso ya lo has hecho. ¿Y cómo lo has hecho? Pues paso a paso. Todo depende de los hábitos: una vez que formas un hábito se convierte en lo más fácil del mundo. La primera recomendación es quizás que en vez de buscar en Google busques el DuckDuckGo. Es un buscador muy bueno y que no guarda tus datos.
También recomienda la ofuscación: producir información incorrecta y contradictoria para complicar los perfilados publicitarios.
Efectivamente, una de los aspectos más interesantes de Internet es que es muy difícil borrar algo una vez que se sube. Por ejemplo, cuando un famoso quiere borrar algo de Internet y le pide a un experto que lo borre, normalmente no se puede hacer. Ahí la solución es crear datos que ahoguen a la información que se quiere borrar. Pero cualquiera puede hacerlo: si tienes 10 fechas de nacimiento diferentes en Internet, es más difícil que una empresa, o que un criminal, sepa exactamente cuál es la correcta.
Otra de las prácticas que cita para mejorar la privacidad en nuestra vida digital en general es volver a pagar por los periódicos, por el periodismo.
Sí, me parece súper importante. Que nosotros seamos los clientes de los periódicos, que realmente trabajen para nosotros y que no trabajen para empresas como Facebook, como Google y que no dependan de que estemos más tiempo de lo necesario que de que veamos más anuncios. Porque eso siempre va a comprometer las noticias.
Pese a todo, el mensaje que manda en el libro es de optimismo. ¿Se dirige la sociedad hacia una etapa más privada?
Sí, aunque creo que no está garantizado. Las cosas todavía podrían empeorar bastante, pero cuando empecé a estudiar este tema a casi nadie le preocupaba la privacidad. Hoy a casi todo el mundo le preocupa, por lo menos un poco.
La legislación también está mejorando. Los gobiernos también se están dando cuenta de que la privacidad también es una preocupación de seguridad nacional y eso los motiva a tener mejores estándares de ciberseguridad. En general, estamos viendo un proceso de civilización parecido al que vimos en el mundo offline antes de que se regularan sectores como los ferrocarriles, las farmacéuticas, la comida, los coches... todo era más inseguro al principio.
¿El respeto a la privacidad va ligado al desarrollo de tecnologías digitales más seguras?
Exactamente. Gran parte de Internet es muy inseguro precisamente para facilitar la recolección de datos. Pero eso tiene consecuencias colectivas graves. Si un delincuente pudiera hackear el 10% de nuestros electrodomésticos y encenderlos al mismo tiempo podría llegar a apagar la red eléctrica de un país. Los problemas de privacidad individuales nos terminan afectando a todos.
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