Ficción especulativa en clave de soberanía tecnológica
Una profecía autocumplida o autorrealizada es una predicción que, una vez hecha, es en sí misma la causa de que se haga realidad[1].
Muchas historias contienen predicciones. Las narrativas de ciencia ficción construyen acerca de lo que podría ser el futuro, los multiversos y, por lo general, hilan acerca de lo que (aún) no es. Una parte de la ciencia ficción feminista nos ayuda a pensar en tecnologías apropiadas y, por lo tanto, justas.
Cada vez que una persona activista se imagina el mundo por el cual lucha: un mundo sin violencia, sin capitalismo, sin racismo, sin sexismo, sin violencia, sin prisiones, etc., está desarrollando una ficción especulativa, narrativas que nos unen dentro de nuestros círculos de afinidades y de resistencia. Ejercer nuestra capacidad de especular sobre nuevos mundos en modo utópico es una propuesta para repensar juntas evil_internet[2], evil_telefonía móvil, evil_satélites, evil_electrónica. Nuestras narrativas se vuelven ficción especulativa, y estas generan ideas y memes que viajan a través el tiempo/espacio para volverse un ecosistema tecnológico alternativo en el cual no tengamos que sacrificar nuestros derechos fundamentales: privacidad, seguridad, comunicación, información, expresión, unión, libertad.
El internet se está muriendo, la world wide web se contrae, en mi ficción utópica existen mundos que se reconectan gracias al espectro electromagnético, ondas que vibran a nuestro alrededor y son parte de los comunes. Las personas repiensan las infraestructuras tecnológicas que les hacen falta, luego las desarrollan, auditan, testean, mantienen, transforman y mejoran.
Me levanto por la mañana, mi smartphone ya no duerme a mi lado, casi no hay ondas wifi que atraviesan mi casa. La máquina de café y el frigorífico están libres del internet de las cosas, ya no se conectan al evil_internet para mandar mis datos de consumo de cafeína y queso a Starbucks + Monsanto. Encima de la mesa hay una tablet fabricada para durar toda la vida. Todos los dispositivos están encriptados por defecto y provienen de una fábrica local de tecnologías ubicada a pocos kilómetros.
Hace unos años, unas biohackers popularizaron el uso de bacterias y oligoelementos para almacenar información digital, la ley de Moore se quebró finalmente. La sociedad civil consiguió ilegalizar la obsolescencia programada. Los ciclos de guerra, hambre e injusticia generados por la extracción de minerales, así como la producción masiva de tecnologías, se consiguieron matizar.
Las TIC se construyen para durar, las piezas pueden cambiarse y deben reciclarse, el hardware es libre y no contiene backdoors.
En la escuela nos generamos llaves de cifrado: en primaria usando tecnologías anticuadas como GPG, más tarde utilizando procesos basados en el análisis de nuestra huella sonora al tener orgasmos.
Todos los navegadores son libres y vienen configurados para no mandar información alguna sobre nuestro historial de navegación, puedo configurar mi propio agente algorítmico para que solo comparta mis datos con quien me interesa. Las amigas de mis amigas conforman una red de redes de confianza y afinidades; las ideas, recursos y necesidades se cubren entre todas más a menudo.
Desde que sufrimos el gran cataclismo informacional y tecnológico de hace una década —el apagón de datos global—, las empresas y corredores de datos se han ido al carajo y algunas se han reciclado para facilitar la transparencia y procesamiento de los datos de las empresas y gobiernos que quedan. Hablan de crear una reserva de empresas capitalistas en una isla que funcionaba como paraíso fiscal. Los motivos hablan de preservación histórica más que de nostalgia.
Activo mis captores de viento, luz, agua para generar toda la energía limpia que puedo. Este estilo de vida requiere de mi presencia frecuente fuera de la pantalla; no estoy siempre conectada. Ya no procrastrino, ni me pregunto qué nueva serie me permitirá escaparme del mundo de mierda en el que vivo. Cuando me conecto, mis conexiones siempre pasan por una VPN que lo cifra todo y me permite esconder mi localización física. Lo hago porque es buena práctica, y si quiero decir quién soy y dónde estoy, también lo puedo hacer.
Todas contribuimos al mantenimiento de infraestructuras tecnológicas según nuestras posibilidades, habilidades, intereses. Atendemos talleres y formaciones para cacharrear, reciclar, saber cuánto consume cada dispositivo y conexión, poner en práctica las cuatro libertades, estudiar nuevas licencias de reciprocidad, imaginar principios de programación o configurar nuestros pequeños sistemas de inteligencia artificial y los algoritmos que necesitamos para nuestras propias vidas.
Ya no hay tecnofóbicas o tecnolofílicas, porque ya nadie da demasiada importancia a las tecnologías, han vuelto al lugar de donde no habrían tenido que salir (y Gaia sonríe).
Nos alimentan con futuros distópicos: noticias, series, pelis, libros de la sociedad del espectáculo. Estos nos atraviesan y paralizan, solo vemos imágenes borrosas de tecnologías que no son gadgets. El contexto del futuro de mierda ya es ahora, implica que nos creamos que solo queda la vía del sacrificio de nuestras libertades al alimento de una maquinaria tecnológica que nos habla de innovación, creatividad y participación para mejorar su potencia en cuantificarnos, y volvernos unidades singulares, partes de grupos sociales dentro de patrones que ya nadie entiende. Algoritmos cerrados procesan dentro de cajas negras propietarias y estas crecientemente muestran su capacidad de influencia.
Lo distópico es fácil y su perversidad radica en su falta de imaginación, así como en su potencial de crear cultura y representaciones del futuro basados en loops negativos: más discriminación, más singularidad de las máquinas, más injusticia basada en algoritmos, estas nuevas armas de destrucción matemática[3]… Lo distópico aburre y nos encierra en un grácil bucle de cinismo y creencia en que las tecnologías son lo que son y que no podemos hacer nada para tener otras tecnologías. Son narrativas autoproféticas, y está más que comprobado que si llamamos a Terminator[4] este acabará por venir.
Quedan tantos mundos por crear… Algunos incluso llenos de tecnologías producidas, distribuidas y recicladas de manera justa, tecnologías que perduran, contaminan poco y no se basan en centros comerciales gigantes. Para tumbar al capitalismo alienígena tenemos que poder imaginar futuros que no sean distópicos, futuros en los que jugar a construir nuestras tecnologías apropiadas sea común y felizmente banal.
Spideralex
Hactivista y cyberfeminista.Actualmente trabaja en la edición de un libro sobre sobreanía teconológica